Reverdecer

El aire del norte desnudó los árboles frondosos del estío. Las hojas secas, otrora vivas, tejieron un manto muerto a los pies del tronco desolado. Las ramas, ausentes de nidos y pájaros, cantan tristes su ausencia, arañan estérilmente el cielo vacío.

El pálpito se cierra sobre sí mismo. La vida se hace mínima, pero suficiente. Solo es el sueño del invierno.

Duerme todo, en el silencio, truncado solo por el soplo del viento sonoro, seco y frío.

Pero un día sonaron fuertes los clarines de la tierra parda. Sonaron los benignos aires del mediodía. Dulces caricias calentaron las duras raíces y las cortezas se fueron haciendo tiernas y fecundas. Poco a poco, y de nuevo, la sangre del planeta movió las entrañas del árbol desnudo.

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Desolación

Iba a tomar el autobús que me llevaría al Instituto donde ensayamos la coral. Estábamos sentados esperando, unas cuantas personas y yo. Se oyó un ruido sordo tras el grueso cristal de la marquesina. Nos volvimos. Había un hombre en el suelo, tendido de bruces.

Era mayor, muy mayor, viejo. En medio de la agitación del grupo, traté de incorporarle el tronco con idea de apoyar su espalda en el cristal, y así sentarle. Me costó trabajo. Su cara sangraba, y enseguida mis manos estaban rojas.

Con dificultad, le moví las piernas que habían quedado trenzadas y traté de ponerlo cómodo.

¿Alguien tiene un pañuelo, un pañuelo de papel? En un momento, mi mano se llenó de pañuelos de papel. Le pregunté por sus dientes, y me dijo que estaban bien. Solo eran los labios, pensé.

¿Qué le ha ocurrido, ha tropezado usted con algo? Con voz débil e insegura nos dijo que no. Solo eran sus piernas, que a veces se negaban a seguir soportando su cuerpo anciano.

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Saber y saber explicar

No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela.
A. Einstein

Muchas veces nos ocurre que alguien nos hace una pregunta sobre algo y cuando intentamos explicárselo, nos encontramos con una gran dificultad. Tras muchos intentos de hacerle entender nuestra idea o conocimiento sobre el asunto, terminamos con la conocida excusa: “¡Qué coraje! ¡Lo sé, pero no sé explicártelo!”.

Y lo que realmente ocurre, aunque no queramos admitirlo, es que no comprendemos lo que “sabemos”. Lo sabríamos explicar en nuestro lenguaje, porque en ese lenguaje lo oímos cuando nos lo contaron, pero ese lenguaje no es conocido por nuestro inquisidor, así que contárselo tal cual no vale para nada. Valdría si conociera nuestra “jerga”. Pero no la conoce.

Las “jergas” tienen el inmenso peligro de utilizar palabras que acaban siendo solo sonidos vacíos de contenido, porque entre sus usuarios no se plantea qué significa cada palabra. Se da por sabido su contenido. Nunca hay petición de principio. Y ¿en qué consiste la petición de principio? Pues, para verlo claro con un ejemplo, sería cuando alguien nos pregunta:

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Repetición

«Si quieres resultados distintos, no hagas siempre las mismas cosas».
A. Einstein

Un magnate norteamericano viajó a Inglaterra invitado por un lord inglés, por la mediación de un amigo común.

El lord lo recibió a las puertas del vasto jardín que se extendía como una verde y cuidada pradera, al final de la cual se levantaba, solemne, su “castillo” (an english man home is his castle).

Recorrieron ambos, a pie, plácida y lentamente, el trecho que mediaba entre la verja y la casa, hollando silenciosamente el mullido césped, en amables minutos de paz y coloquio.

En poco tiempo, el americano, asombrado por la belleza de la inmensa alfombra, preguntó al inglés:

–¿Cómo ha conseguido Vd. tal perfección en su jardín? ¿Le ha resultado difícil? Si me explicara Vd. la manera de hacerlo, querría hacer algo como esto en mi tierra.

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Saber leer

Parece una cosa de Perogrullo. ¿Qué tiene de particular saber leer? A leer se aprende a los, digamos, nueve o diez años. Luego, se coge velocidad y soltura, e incluso se pueden leer textos con las letras mal puestas, ya que no se leen en realidad las letras para leer la palabra. La palabra, más que “ser leída” es “intuida”.

Quiero dejar sentado que el objeto, a mi parecer, del hecho de la lectura, es el comunicarse con el escritor. Entender o sentir lo que dice, lo que quiere decirnos, lo que calla y lo que escribe sin escribirlo. Llegar a su mente, a su corazón, a su idiosincrasia, a su filosofía. Solo así descubriremos su visión de la vida.

Así, veremos por sus ojos, oiremos por sus oídos, sentiremos con su corazón y pensaremos con su mente.

Pero todo esto no es fácil, sino más bien muy difícil. Solo se comparte cuando se llega a entrar en sintonía con el autor, cuando en nosotros resuenan las mismas cuerdas y las mismas notas que resonaron en el autor cuando este trasmitió su energía y las plasmó en forma de expresiones. En la poesía, arte supremo de la trasmisión lingüista, solo una unión previa entre las almas del poeta y del lector hará el milagro del florecimiento en el huerto de este de lo sembrado por las manos de aquel.

Las musas, con sus manos celestes y puras, llevan el tesoro de las manos del uno, abiertas como las del sembrador, a las del otro, unidas en cuenco, como las del que trata de apresar el agua transparente del manantial.

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Dar y recibir

Estábamos delante de unas pizzas, disfrutando de una excelente sangría y riéndonos con verdadera alegría, con la alegría de los verdaderos amigos.

No sé cómo la conversación se deslizó a temas de cine, música y libros. Bueno, en realidad es algo muy común, sobre todo en nuestro círculo. Y hace mucho tiempo que venía rondándome una idea sobre el asunto, que quise expresar en voz alta. Me costó tanto hacerme entender, no sé si por mi impulsividad al hacerlo, por el rechazo que provocaba, porque es difícil de aceptar, o puede ser quizá también por la ingesta que hasta el momento había hecho de la deliciosa sangría. Incluso varias veces me pidieron que dijera claramente “habas claras”.

Les contaba que en casi todas las ocasiones que se le pregunta a alguien por sus aficiones suele contestar lo siguiente:

–Leer, escuchar música, ir al cine y viajar.

A veces se añade otra cosa, pero estas aficiones entran casi siempre en los gustos y preferencias digamos “normales”.

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Dolor

El dolor es seguramente una de las compañías más constantes en la vida de todo hombre, desde el momento en que abre sus pulmones por vez primera, con su primer llanto, hasta los últimos momentos de la agonía, que le devuelve otra vez al mismo lugar. De un útero pequeño al gran útero.

Nos duele la cabeza, nos duelen los riñones, las piernas, nos duele el corazón, nos duelen las ofensas, los menosprecios, las envidias, los amores y los odios, las penas y… hasta las alegrías.

Debe de ser muy importante el dolor en la vida del hombre…

Buda cimentó su doctrina de liberación sobre la base de la superación de la esclavitud a la que nos somete el dolor. El dolor, el apego, el deseo, la pérdida por fin de la conciencia real.

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El elefante y la estaca

Oí hace unos días una historia que contaba una mujer, cuya profundidad me asombró. Como no quiero olvidarla, aprovecho para compartirla con vosotros y de esta manera quedará fija en mi alma y espero que en la vuestra. Dice así:

Cuando era pequeña, me gustaba mucho el circo. Cuando veía su carpa, todavía casi en el suelo (las carpas son como hongos gigantescos, que crecen en días), atosigaba a mi padre para que no se le olvidara llevarme (igual que los hongos, desaparecen de un día para otro)

Recuerdo que contemplaba absorta a los animales feroces, al domador con su látigo, el león, el tigre, los elefantes…

Y siempre me sorprendió ver al elefante atado con una cadena a una pequeña estaca clavada en el albero. No lo entiendo –me decía a mí misma–, ese elefante enorme, poderoso, atado a esa pequeña estaca… Si yo los he visto en la tele, en plena sabana africana cuando, enfurecidos, arrancan un árbol de cuajo… ¿Qué obstáculo puede ser para él esa ridícula estaca? No lo entiendo.

Mamá, ¿cómo es posible que al elefante del circo lo tengan sujeto con una pequeña estaca cuando, siendo tan grande y tan fuerte como es podría arrancarla cuando quisiera?

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Fantasía coral

Os ofrezco hoy el texto del canto coral incluido en la Fantasía Coral para piano y orquesta, de L. van Beethoven.

Si queréis disfrutarlo en vuestra casa, podéis buscar la fantástica versión interpretada en directo por Daniel Barenboim, al piano y la dirección de la orquesta Berliner Philarmoniker y del Chor der Deutschen Staatsoper.

En el mismo disco está el Concierto Triple, también escrito por Beethoven, dirigiendo Barenboim la misma orquesta citada y participando además como solista al piano, junto con Yo-Yo Ma al violonchelo e Itzhak Perlman al violín.

Imprescindible para los amantes de la música en general y del genial Beethoven en particular. Continue reading

Lo que importa

Ayer, paseando con mis perros por las calles casi solitarias y casi silenciosas, vino a mi mente una idea que seguramente habría estado cocinándose durante largo tiempo dentro de mí, esperando una forma clara con la que entrar en mi conciencia. Y entró de repente.

Seguramente la chispa que encendió la llama y luego la luz fue que escuché a dos novios que discutían agriamente, lanzándose recíprocos reproches, y luego a dos ancianos que intercambiaban opiniones sobre cómo se estaba arreglando la calle, si bien o si mal.

Y pensé: nadie se ocupa de lo que le importa. Todos se ocupan de lo que no les importa.

Y paradójicamente, es así exactamente. Parecería que es al revés, que todos nos ocupamos ante todo de nosotros mismos. Pero nada más lejos de la realidad. En la práctica, todos huimos de nosotros mismos. El mero hecho de acercarnos un poco nos da terror.

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