Consumir violencia

El otro día viajaba yo en el tren, y como cuando viajas siempre hay una pantalla donde puedes ver una peli para pasar el rato, me puse a ver la que tenían programada. Se parecía mucho a la que vi el mes pasado en el bus, aunque no tenía nada que ver. Era una película de violencia. Bueno, ahora las llaman “de acción”.

Era muy realista en lo que se refiere al tipo de armas empleado, cantidad de sangre en proporción a los golpes, nivel de estruendo según la cantidad de bombas, variedad de maneras de causar daño a otro, etc.

Lo de los valores éticos del protagonista dejaba un poco que desear para mi gusto. Yo estoy de acuerdo con Platón en que no hay información aséptica cuando se recibe sin poner la conciencia: o te hace bien, o te hace mal; y eso es un problema con algún tipo de cine. Que por cierto se parece mucho a la puesta en escena de algunos videojuegos que descubro mirando por encima del hombro de algunos chavales cuando juegan cerca de mí.

“Consumimos” violencia a tutiplén sin venir a cuento en los productos televisivos y jolibudienses en los que un “bueno” con pinta de sucio, con una metralleta en una mano y un móvil en la otra se carga a 5 “malos”.

¿De qué nos sirve?

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Lo importante

A pesar de que todo lo que nos acontece cobra para nosotros una tremenda importancia, cuando damos un momento al «stop» de nuestras prisas, vemos que hace apenas un rato que hemos llegado a la vida, y posiblemente dentro de un ratito nos hayamos ido.

El escenario sigue en pie, con pequeños cambios de decoración, y otros actores llegarán a cubrir los puestos vacantes.

El rítmico latir de la naturaleza volverá a arropar con su frío y su calor a los nuevos caminantes. La belleza y la armonía volverán a inspirar a los nuevos buscadores.

Y otra vez resonará la misma pregunta: ¿qué es lo que verdaderamente importa?

Ellos encontrarán su respuesta.

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Reescribir el final

La mujer de la imagen tiene 32 años. Emigra con sus tres hijas huyendo de un mundo que no les permite la subsistencia.

La foto fue tomada por Dorothea Lang en 1930 en Estados Unidos.

La historia se repite. Hemos comenzado este siglo XXI con más de 50 millones de desplazados de sus hogares por la violencia, el hambre y la guerra.

Las series de televisión que nos muestran viajes a través del tiempo ejemplifican cómo una variación mínima en el comportamiento de uno de los personajes desencadena una serie de acontecimientos que posibilita que muchos años después la historia haya cambiado bastante con respecto a lo que se supone que tenía que haber sido.

¿Y si resolvemos ser el personaje que un día decide hacer un gesto por entender la condición humana, por comprender las leyes de la naturaleza, por mejorar un poco nuestro entorno? Aunque sea pequeño. Aunque parezca que no servirá para nada.

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El valor de ser mujer

En el día en que se recuerda el papel de la mujer trabajadora, recordemos también que la filosofía no hace distinciones entre hombres y mujeres en cuanto a sus aptitudes para enfrentar la vida. Hay enormes ejemplos de ello en la historia. Algunos hombres que dejaron huella se atrevieron a defender la importancia de la mujer aunque su tiempo o su sociedad no lo hiciera.

Sin revanchismos ni discriminaciones, celebremos que somos humanos en un mismo barco, navegando por el misterioso mar de la vida, que necesita capitanes y timoneles, marineros y vigías para llevar a buen puerto nuestra nave. Tod@s somos necesarios. Tod@s podemos realizar un buen trabajo.

Ser mejores

A veces, en esos raptos de heroísmo de sofá que nos arrebatan de vez en cuando, pensamos que tendríamos que mejorar el mundo, y ¡zas!, en nuestra imaginación ya lo cambiamos: antes era rojo, y ahora es verde; o antes era azul y ahora es morado. Así, todo de golpe.

Pero la realidad es que no podemos pretender que un muro sea de piedra si está hecho con ladrillos.

Cada uno de nosotros es un ladrillo (sin ánimo de ofender) y deberíamos conseguir llegar a ser una buena piedra (por lo del muro, se entiende). Y si llegamos a aprender cómo se hace esa transformación, seremos capaces de enseñar a otros cómo hacerlo.  Sin dinamitar los ladrillos, ni las piedras, ni nada, que lo dejan todo hecho un asco.

Reflexionemos y actuemos sin alejarnos de los principios éticos que reconocemos como valores, y lo demás irá llegando.

El mundo empezará a mejorar transformando el primer ladrillo.