Del color del cristal con que se mira

Cierto día un recién llegado a un pueblo donde vivía un sabio, llegó hasta él y le dijo:
–¿Qué clase de gente vive aquí?
El sabio respondió con otra pregunta:
–¿Qué clase de gente era la que vive en el pueblo de donde viniste?
El recién llegado replicó:
–¡Oh! Son unos miserables, hostiles, mezquinos, sin sentimientos de comunidad y es muy difícil convivir con ellos.
–Bien –dijo el sabio–, esa misma clase encontrarás aquí también.
Al poco tiempo, otro visitante del sabio hizo la misma pregunta:
–¿Qué clase de gente es la que vive aquí?
El anciano replicó preguntando:
–¿Cómo era la gente del lugar de donde vienes?
–¡Oh! –respondió el segundo forastero–, eran personas espléndidas, bondadosas, buenos amigos y llenos de bondad.
–Entonces –dijo el sabio– la misma gente encontrarás aquí.

(Henry Thomas Hamblin)

Y pensando, pensando, me pregunté si muchas veces no juzgamos a los demás sin darnos cuenta de que nuestros juicios, prejuicios y forma de entender las situaciones nos condicionan y nos ciegan ante muchos aspectos positivos que nos podrían aportar aquellos que son distintos a nosotros, o que tienen otras opiniones.

Y recordé lo que dice el diccionario que es la tolerancia: “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás CUANDO SON DIFERENTES o contrarias a las propias”.

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Nepal, dolor y esperanza

IMAGEN: Equipos de Nepal, Turquía y China trabajan en el rescate de víctimas. NAVESH CHITRAKAR REUTERS

http://www.elmundo.es/internacional/2015/04/28/553e6fbeca4741f46e8b4571.html

Una vez más, la tierra ha temblado. Una vez más, el shock de la tragedia. Niños asustados o heridos, adultos deshechos y noqueados, templos que se alzaron con esplendor, derrumbados y aniquilados.

Ante la magnitud del desastre, tomamos conciencia de lo pequeños que somos frente a la Madre Naturaleza. Si ella rechina, nosotros nos tambaleamos. No cabe el orgullo, ni la vanidad, ni el “porque yo lo valgo” de todos los días. Caemos si ella se inquieta.

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Comprender a los demás

COMPRENDER A LOS DEMAS

Qué fácil es juzgar a los demás, ¿verdad? ¿Os habéis fijado qué fácil nos sale lo de interpretar cómo actúan los otros?

«Es un poco vago. Por no subir las escaleras, es capaz de quedarse sin desayunar»; «¡Qué vecina más antipática, ni saluda cuando la cruzo por la escalera»; «Es un chico malcriado. Pudiendo estudiar, se dedica a desaprovechar el tiempo».

Hasta que un buen día nos da un lumbago y no podemos subir las escaleras, nos enteramos de que la vecina antipática ha puesto una denuncia por malos tratos a su marido o un hijo nuestro toma antidepresivos porque la carrera que ha estudiado no le sirve para nada.

Ese día comprendemos a la vecina, al compañero de oficina y al hijo de nuestra amiga.

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Cuando la villanía se convierte en costumbre

CUANDO LA VILLANIA

 

Vivimos en una época en la que muchas situaciones parecen empujarnos al desánimo y al hartazgo; el paro nos toca de cerca (si no es a mí, es a mi primo, a mi vecino o a mi amigo); la corrupción es el pan de cada día (el empresario de esta compañía o el político de aquel color); las desigualdades son cada vez más evidentes (a unos los persiguen porque tienen que trepar a una valla si quieren huir de la miseria y recuperar un poco de dignidad; a otros los persiguen porque trepan sobre quien haga falta para salvar los millones que han robado disfrazándose de personas dignas).

Las muchas palabras vacías y biensonantes que hemos escuchado durante tanto tiempo han conseguido que nos planteemos a veces si, de verdad, esto tiene remedio.

Por un lado, los gobernantes aseguran que pondrán «todos los medios» para corregir los desmanes  de aquellos que solo se preocuparon de su propio beneficio. Por otro lado, los que arriesgan su vida y abandonan la comodidad que les tocó en suerte por ayudar desinteresadamente a los que nacieron en lugares apestados de la Tierra, son mirados con recelo a su regreso, porque parece que solo se contagia el ébola y no tanto el valor y la generosidad de la que son admirable ejemplo.

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