Una perla en el camino

UNA PERLA EN EL CAMINO

 

Al ver cotidianamente las noticias del mundo (que hay que hacer ganas…), en cada noticiario encuentro a personajes encargados de velar por los intereses de los ciudadanos que están acusados de corrupción y falta de honestidad. Esto, en muchos sitios, como España, se ha convertido en el pan de cada día.

Después vienen las historias de los muchos desamparados que tienen que preocuparse cada día de mantenerse vivos si es que les tocó nacer en un país que está en guerra, o sin recursos para subsistir, o fagocitado por otros; o de no deprimirse por el vacío de su existencia si les tocó nacer ricos pero sin un sentido para su vida.

Así que uno piensa que vaya un fiasco: los de a pie entendemos la diferencia entre ser honrado y no serlo, entre hacer una labor en favor de los demás o en beneficio propio, y por supuesto, hay de todo en la viña del Señor y ejemplos de las dos cosas. Pero uno parece esperar que los que están más arriba tengan un poco más de vergüenza, un poco más de solidaridad, un poco más de compromiso con las generaciones futuras… En fin: un poco más.

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Elegir para iluminar

ELEGIR PARA ILUMINAREs curioso el fenómeno de la luz…

Hay un momento en La Ilíada de Homero en que a Aquiles se le plantea un dilema: tiene que elegir entre tener una vida corta y gloriosa o disfrutar de una vida larga y placentera sin grandes cosas que reseñar. La cuestión se la formula su madre, que era diosa y había oído algo de una profecía que le concernía (eso era una madre).

Esto me recordó las enseñanzas de un gran filósofo del siglo pasado (J. Á. Livraga) cuando explicaba cómo es inevitable que una vela se consuma para poder dar luz. En su sentido filosófico significa que en la medida en que se ilumina nuestro camino a través del esfuerzo individual por ser mejores y mejorar un poco el mundo, se ilumina también un poco el de aquellos que nos rodean.

Ahora es poco probable que nuestra madre nos presente una elección tan bestia como la de Aquiles, pero en cada recodo de la vida, una voz al oído, como si fuera un geniecillo al que le resulta difícil estar callado, nos sigue preguntando: ¿quieres ser luz que ilumina o vela de cera sin estrenar?  O, según el día que tenga el geniecillo: ¿qué prefieres? ¿Una vida dedicada a obtener el reconocimiento de los demás y el beneficio propio, o una vida ceñida a unos principios éticos aunque eso te cueste ser menos rico o incluso que te tachen de tonto o te ignoren?

Dado que vivimos tiempos más bien oscuros (y no lo digo precisamente por que hayan bajado la iluminación de algunas ciudades por la contaminación lumínica y por la crisis), no vendrían mal algunas velas más. Si habéis hecho la prueba en algún sitio poco transitado o en algún lugar del campo, habréis comprobado que la luz de una vela en la oscuridad absoluta se ve desde muy lejos. Y no solo ilumina al que la lleva en la mano, sino a cualquier otro que se arrime a su vera. Vamos, que podemos animarnos a encenderla por nosotros o por los demás, lo que más nos motive.

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Aire fresco, aunque sea haciendo trampa

AIRE FRESCO

Vivo desde hace poco en un sitio donde los caracoles salen a pasear por las mañanas como si hubieran hecho una quedada por wasap y donde se puede escuchar el canto de los gallos tempraneros en el silencio de los domingos por la mañana (que yo pensé que solo se podía oír en los documentales). A diez minutos caminando se percibe ya el fragor creciente de la fábrica de forjas, y esporádicamente, el rugir de motores de los aviones que despegan del aeropuerto vecino, lo cual me recuerda que vivo en una ciudad siglo XXI.

Hasta ahora vivía en una céntrica plaza donde la rutina era despertar a las seis de la mañana con el arranque de los primeros autobuses, vivir entre los silbatos de los trenes de la Renfe, la megafonía de los de la Feve, la bocina del Ferry los jueves y los pitidos de los atascos; la máquina de limpiar las calles (muy potente ella) animaba el ambiente a las 4 de la madrugada; de los findes se ocupaban los vociferantes trasnochadores; y las animadas discusiones de los del bar de la esquina ponían la guinda por las tardes. Todo en la misma calle.

Mi apartamento era de esos en los que cabe uno de sobra y dos no entran ni con calzador. Sabía que existían casas en las que no te tropiezas con las esquinas porque había visto las películas antiguas de blanco y negro, en las que la protagonista bajaba a la fiesta por unas escaleras… ¡dentro de la misma vivienda! Uno de mis sueños “domésticos” siempre fue tener toda la pared decorada con un hermoso paisaje evocador de dulces sonidos de pájaros y riachuelos.

Y mira por dónde, esto ya estaba inventado desde hace mucho. Lo recordé al leer un interesante artículo sobre los trampantojos, esos engaños ópticos que hacen que una pared se convierta en una ventana abierta o en una selva tropical: https://biblioteca.acropolis.org/cuando-las-paredes-dejan-de-serlo/

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Sentido Común

 

SENTIDO COMUN

 

Mi nombre es Sentido Común y vivo en el piso de arriba de un alto edificio de la ciudad. Hace tiempo que me siento solo.

Pertenezco a una familia de alcurnia venida a menos y, aunque en tiempos antiguos éramos muchos, parece que mi linaje está a punto de extinguirse, porque el número de los “Común” hoy es bastante reducido.

Poseo una factoría de pequeños electrodomésticos muy útiles en las tareas cotidianas de los hogares. Aunque la empresa iba viento en popa, actualmente las cosas se han torcido, en parte por la competencia desleal, y en parte porque no he sabido hacerme ver lo suficiente ante mis clientes.

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La rebelión de las musas

LA REBELION DE LAS MUSAS

 

Antiguamente las musas iluminaban el quehacer de los hombres. Todos los campos del saber y del hacer tenían su fuente de inspiración, y los hombres apelaban a ellas para conseguir una obra lo más perfecta posible, fuera en pensamiento o en obra creada, a nivel de un individuo o a nivel de un pueblo. Por eso, las nueve hijas de Zeus velaron para que nada quedara “fuera de cobertura”: Clío se ocupaba de la historia; Polimnia, de la retórica, Calíope de la elocuencia… en fin, que las musas estaban muy ocupadas y los seres humanos no paraban de pedirles inspiración para todo.

Pero hoy, siglo XXI, realidad teledigital, muchedumbres sobre el planeta, las musas se echan las manos a la cabeza (metafóricamente hablando, claro, porque ni tienen que sujetarse la cabeza ni dejan de existir por la ignorancia humana).

Todo esto viene porque el otro día, haciendo mi trayecto habitual en uno de estos medios de transporte que llevan televisión incorporada (los que no lo llevan, ya son objeto de estudio para los antropólogos), me informaron (no tenía elección) de las excelencias de un tipo de arte que por lo visto está muy valorado actualmente (según se colegía del texto).

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Amenacemos con la paz

AMENACEMOS CON LA PAZ

 

En este mundo, en el que hay una amenaza constante de guerra, tengamos nosotros una amenaza más fuerte: la amenaza de la paz.

Amenacemos con la paz, amenacemos con la fraternidad, amenacemos con la comprensión que va más allá de todas las banderas, de todos los colores, de todos los horizontes, de todos los ríos, de todas las montañas.

Esa es nuestra amenaza, ese es nuestro derrotero.

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Filosofando

FILOSOFANDO

A veces, resulta extraño hacerse preguntas un poco trascendentes (qué es la vida, para qué estoy aquí, qué puedo mejorar, etc.), porque algo en el ambiente (en la oficina, en el comedor de tu casa o en el supermercado), tiende a empujar las conversaciones hacia lo superficial y rutinario, a pesar de ser preguntas que todos reconocemos como propias. Sí, es cierto que no parece adecuado entrar en la tienda y preguntar al dependiente: “¿no es curioso que hoy puede ser el último día de nuestra vida y todavía no lo sabemos?”. Pero sin llegar a estos extremos, sí deberíamos reservar unos minutos de cada día, al menos, para preguntarnos sobre el destino de nuestro viaje y los encargos que tenemos que cumplir antes de llegar.

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Lo esencial es invisible a los ojos

LO ESENCIAL ES INVISIBLE

 

Qué razón tenía el principito de Saint-Exupery, aquel principito que nunca olvidaba una pregunta hasta haber obtenido una respuesta. Verdaderamente, era un filósofo.

Su sencillez le permitía observar el mundo con una mirada limpia y humana en el más alto sentido de la palabra. Hacía preguntas al aviador que lo encontró con la desenvoltura con que solo un niño puede plantear las cosas: “¿esto qué es?”, “¿por qué haces esto?”, “¿para qué?”.

Fue así como llegó a la conclusión de que los adultos eran un poco raros: encontró a uno que le explicó que se dedicaba a contar estrellas del firmamento para tomar posesión de ellas y que no fueran de ningún otro. Era un hombre de negocios y no estaba para perder tiempo (vamos, lo mismo que hacen algunos jugando con los números de las cuentas bancarias: un botón aquí, el minuto exacto para invertir allá, lo vendo multiplicado por dos siete segundos después y ya tengo más que tú).

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