Desolación

Iba a tomar el autobús que me llevaría al Instituto donde ensayamos la coral. Estábamos sentados esperando, unas cuantas personas y yo. Se oyó un ruido sordo tras el grueso cristal de la marquesina. Nos volvimos. Había un hombre en el suelo, tendido de bruces.

Era mayor, muy mayor, viejo. En medio de la agitación del grupo, traté de incorporarle el tronco con idea de apoyar su espalda en el cristal, y así sentarle. Me costó trabajo. Su cara sangraba, y enseguida mis manos estaban rojas.

Con dificultad, le moví las piernas que habían quedado trenzadas y traté de ponerlo cómodo.

¿Alguien tiene un pañuelo, un pañuelo de papel? En un momento, mi mano se llenó de pañuelos de papel. Le pregunté por sus dientes, y me dijo que estaban bien. Solo eran los labios, pensé.

¿Qué le ha ocurrido, ha tropezado usted con algo? Con voz débil e insegura nos dijo que no. Solo eran sus piernas, que a veces se negaban a seguir soportando su cuerpo anciano.

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Un año de blog

Hoy cumplimos un año.

Iba a escribir que este blog cumple un año, pero todo el que esté leyendo el blog es parte de él: los que introducimos los temas, los que dejan sus comentarios, los que simplemente lo leen. Todos cumplimos un año trabajando en este sueño de querer poner un rincón de filosofía en la web, a través de un blog que muestra las impresiones cotidianas de “gente normal y corriente” que se hace preguntas acerca de la vida. A eso es a lo que llamamos un “filósofo cotidiano”.

Hace un año escribía que es muy difícil comenzar algo, pero después de un año ya nos hemos olvidado de ese miedo a empezar a hablar en voz alta de la filosofía. Y decía que lo más difícil es que otros te sigan. La grandeza de la filosofía es que su historia, las ideas de los distintos filósofos forman parte de ella misma. Aprendemos no solo de nuestra experiencia, sino de la de los demás, sobre todo de los Maestros.

Los autores de este blog no aspiramos a ganar ningún premio (ciertamente, debería mejorar el diseño, que es bastante soso), ni queremos ser los más populares de la red. Nos gustaría ofrecer una visión diaria de la vivencia de la filosofía, pues creemos que puede aportar bastante a nuestros lectores. A nuestra inmensidad de lectores, porque no nos podíamos imaginar que en un año recibiéramos más de cuatrocientas mil visitas. Muchas gracias a todos los que nos leen.

Este blog nació entre el día de las Telecomunicaciones y de Internet y el de los Museos. De haberlo elegido, hubiéramos querido que fuera el día de la Filosofía (el tercer jueves de noviembre). Pero todos y cada uno de los días del año son buenos para recordar lo mejor de la vida, la filosofía, los museos y también, cómo no, Internet cuando es una herramienta que nos acerca y nos hace más humanos.

Saber y saber explicar

No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela.
A. Einstein

Muchas veces nos ocurre que alguien nos hace una pregunta sobre algo y cuando intentamos explicárselo, nos encontramos con una gran dificultad. Tras muchos intentos de hacerle entender nuestra idea o conocimiento sobre el asunto, terminamos con la conocida excusa: “¡Qué coraje! ¡Lo sé, pero no sé explicártelo!”.

Y lo que realmente ocurre, aunque no queramos admitirlo, es que no comprendemos lo que “sabemos”. Lo sabríamos explicar en nuestro lenguaje, porque en ese lenguaje lo oímos cuando nos lo contaron, pero ese lenguaje no es conocido por nuestro inquisidor, así que contárselo tal cual no vale para nada. Valdría si conociera nuestra “jerga”. Pero no la conoce.

Las “jergas” tienen el inmenso peligro de utilizar palabras que acaban siendo solo sonidos vacíos de contenido, porque entre sus usuarios no se plantea qué significa cada palabra. Se da por sabido su contenido. Nunca hay petición de principio. Y ¿en qué consiste la petición de principio? Pues, para verlo claro con un ejemplo, sería cuando alguien nos pregunta:

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Repetición

«Si quieres resultados distintos, no hagas siempre las mismas cosas».
A. Einstein

Un magnate norteamericano viajó a Inglaterra invitado por un lord inglés, por la mediación de un amigo común.

El lord lo recibió a las puertas del vasto jardín que se extendía como una verde y cuidada pradera, al final de la cual se levantaba, solemne, su “castillo” (an english man home is his castle).

Recorrieron ambos, a pie, plácida y lentamente, el trecho que mediaba entre la verja y la casa, hollando silenciosamente el mullido césped, en amables minutos de paz y coloquio.

En poco tiempo, el americano, asombrado por la belleza de la inmensa alfombra, preguntó al inglés:

–¿Cómo ha conseguido Vd. tal perfección en su jardín? ¿Le ha resultado difícil? Si me explicara Vd. la manera de hacerlo, querría hacer algo como esto en mi tierra.

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El origen de los ritos

Yo pensaba que el rito, las ceremonias y esas cosas eran exclusiva del hombre, pero parece ser que no: mi gata siamesa Piolín, sin ir más lejos, celebra un rito todos los días, y varias veces, supongo que porque no siempre le funciona, pues el dios al que invoca (servidor de ustedes) no siempre está de humor para prestarle atención.

Cada mañana, cuando voy a empezar a trabajar delante de mi ordenador, me pide subir a mi regazo, y siempre le digo que no; luego, lo intenta subiéndose a la mesa y sin pedir permiso, entonces le doy una negativa aún más rotunda, pero aun así no se da por vencida y lo que hace es meterse detrás de la pantalla plana y asomar el morro por debajo; luego, sale de su “escondite” y se restriega en el monitor no dejándome ver nada. Acto seguido la cojo en el aire, subo el tono diciendo ¡ahora no! y la dejo caer sobre el suelo sabiendo que siempre cae de pie, como todos lo felinos.

Esto último lo hace varias veces, hasta que a la tercera o cuarta vez, desiste y se queda junto a la impresora mirándome primero, y durmiendo a los pocos minutos. Pero si ese día no tengo demasiadas prisas en terminar trabajos, o ella tiene especial interés en adormilarse en mis rodillas, tengo que confesar que lo consigue, y no puedo dejar de mirarla con cierta admiración, su rito ha funcionado.

Alguna vez he oído decir que los humanos somos para nuestros animales domésticos algo así como dioses, y que quizá estos (suponiendo que existan) nos ven de una manera parecida a como nosotros vemos a los animales de compañía, porque, de hecho, nuestras religiones sí buscan acercarse a Dios, o a los dioses, y también los humanos tenemos nuestros ritos que a manera de sintonizador buscan esa mística unión.

Recuerdo una película titulada “Mejor imposible”, protagonizada por Jack Nicholson y Helen Hunt, en la que un escritor maniático no soporta salirse de su rutina, dejar de hacer lo que siempre y cada día hace. Creo que ese es su rito; como escritor, depende de la inspiración para escribir, y de alguna manera mantiene aquellos actos que le permiten seguir inspirado, temiendo salirse de ellos. Ese debe de ser el origen del rito, se me ocurre; no conociendo la manera directa y clara de “unirnos” a nuestro “dios”, repetimos los actos que alguna vez lo hicieron. Lo mismito, lo mismito que mi gata Piolín.

Saber leer

Parece una cosa de Perogrullo. ¿Qué tiene de particular saber leer? A leer se aprende a los, digamos, nueve o diez años. Luego, se coge velocidad y soltura, e incluso se pueden leer textos con las letras mal puestas, ya que no se leen en realidad las letras para leer la palabra. La palabra, más que “ser leída” es “intuida”.

Quiero dejar sentado que el objeto, a mi parecer, del hecho de la lectura, es el comunicarse con el escritor. Entender o sentir lo que dice, lo que quiere decirnos, lo que calla y lo que escribe sin escribirlo. Llegar a su mente, a su corazón, a su idiosincrasia, a su filosofía. Solo así descubriremos su visión de la vida.

Así, veremos por sus ojos, oiremos por sus oídos, sentiremos con su corazón y pensaremos con su mente.

Pero todo esto no es fácil, sino más bien muy difícil. Solo se comparte cuando se llega a entrar en sintonía con el autor, cuando en nosotros resuenan las mismas cuerdas y las mismas notas que resonaron en el autor cuando este trasmitió su energía y las plasmó en forma de expresiones. En la poesía, arte supremo de la trasmisión lingüista, solo una unión previa entre las almas del poeta y del lector hará el milagro del florecimiento en el huerto de este de lo sembrado por las manos de aquel.

Las musas, con sus manos celestes y puras, llevan el tesoro de las manos del uno, abiertas como las del sembrador, a las del otro, unidas en cuenco, como las del que trata de apresar el agua transparente del manantial.

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Inspiración y conexión

Me encuentro ahora de viaje, fuera de mi lugar habitual de residencia. Y aunque en Internet no existen los lugares físicos y mucho menos las fronteras, ciertamente seguimos con nuestras costumbres del mundo no-virtual. Lejos de nuestro cotidiano punto de acceso, de nuestro ordenador, de nuestra rutina diaria, afrontamos un mundo incierto en el que nos faltan las costumbres que nos hacen sentirnos cómodos.

Cuando me marché de viaje, dije a mis compañeros de blog: «seguid vosotros escribiendo, pero si tengo inspiración para escribir y conexión a Internet, ya colgaré mi propio blog».

Y ahora, al pensar en ello, me di cuenta, como aprendiz de filósofo, que en la vida muchas cosas dependen de la inspiración y de la conexión…, y si me apuráis casi todo es exclusivamente conexión.

En cierto modo la inspiración, en el sentido clásico, es también una forma de conexión: es conectar el mundo de las ideas con el mundo de la plasmación. Es contactar con las musas del arte para poder plasmar una obra. Inspiración es también tener algo que contar, algo que compartir. Pero, de nuevo, tenemos algo que contar cuando estamos llenos, cuando nuestra vida emocional, mental y sobre todo espiritual nos aporta lo suficiente como para poder dar a los demás. ¿Cuándo ocurre esto? Cuando logramos conectar con la fuente de inspiración de emociones, de ideas o de vivencias espirituales.

Al final todo se resume en poder tener conexión. Algo que es evidente en el mundo de Internet, pero que nos olvidamos que es también muy necesario en el mundo cotidiano, en nuestro diario quehacer. Un ordenador sin conexión a Internet es perfectamente concebible, pero incompleto. Porque permanecería completamente aislado del resto de ordenadores, y aunque así evitaría contagiarse con un virus, tampoco tendría actualizaciones. De cierta forma, nosotros, sin esa conexión que antes he mencionado en los tres mundos, emocional, mental y espiritual, estaríamos incompletos. Y aunque así evitaríamos los virus emocionales y mentales si viviéramos aislados del mundo, tampoco lograríamos nuestra actualización espiritual, para así mejorar nuestro sistema operativo.

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Dar y recibir

Estábamos delante de unas pizzas, disfrutando de una excelente sangría y riéndonos con verdadera alegría, con la alegría de los verdaderos amigos.

No sé cómo la conversación se deslizó a temas de cine, música y libros. Bueno, en realidad es algo muy común, sobre todo en nuestro círculo. Y hace mucho tiempo que venía rondándome una idea sobre el asunto, que quise expresar en voz alta. Me costó tanto hacerme entender, no sé si por mi impulsividad al hacerlo, por el rechazo que provocaba, porque es difícil de aceptar, o puede ser quizá también por la ingesta que hasta el momento había hecho de la deliciosa sangría. Incluso varias veces me pidieron que dijera claramente “habas claras”.

Les contaba que en casi todas las ocasiones que se le pregunta a alguien por sus aficiones suele contestar lo siguiente:

–Leer, escuchar música, ir al cine y viajar.

A veces se añade otra cosa, pero estas aficiones entran casi siempre en los gustos y preferencias digamos “normales”.

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Dolor

El dolor es seguramente una de las compañías más constantes en la vida de todo hombre, desde el momento en que abre sus pulmones por vez primera, con su primer llanto, hasta los últimos momentos de la agonía, que le devuelve otra vez al mismo lugar. De un útero pequeño al gran útero.

Nos duele la cabeza, nos duelen los riñones, las piernas, nos duele el corazón, nos duelen las ofensas, los menosprecios, las envidias, los amores y los odios, las penas y… hasta las alegrías.

Debe de ser muy importante el dolor en la vida del hombre…

Buda cimentó su doctrina de liberación sobre la base de la superación de la esclavitud a la que nos somete el dolor. El dolor, el apego, el deseo, la pérdida por fin de la conciencia real.

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El elefante y la estaca

Oí hace unos días una historia que contaba una mujer, cuya profundidad me asombró. Como no quiero olvidarla, aprovecho para compartirla con vosotros y de esta manera quedará fija en mi alma y espero que en la vuestra. Dice así:

Cuando era pequeña, me gustaba mucho el circo. Cuando veía su carpa, todavía casi en el suelo (las carpas son como hongos gigantescos, que crecen en días), atosigaba a mi padre para que no se le olvidara llevarme (igual que los hongos, desaparecen de un día para otro)

Recuerdo que contemplaba absorta a los animales feroces, al domador con su látigo, el león, el tigre, los elefantes…

Y siempre me sorprendió ver al elefante atado con una cadena a una pequeña estaca clavada en el albero. No lo entiendo –me decía a mí misma–, ese elefante enorme, poderoso, atado a esa pequeña estaca… Si yo los he visto en la tele, en plena sabana africana cuando, enfurecidos, arrancan un árbol de cuajo… ¿Qué obstáculo puede ser para él esa ridícula estaca? No lo entiendo.

Mamá, ¿cómo es posible que al elefante del circo lo tengan sujeto con una pequeña estaca cuando, siendo tan grande y tan fuerte como es podría arrancarla cuando quisiera?

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