Apresar el tiempo

Este fin de semana asistí a un evento al que acudieron numerosos grandes veleros, representantes de diversos países de Europa y América, que participaban en una regata. Como yo, hubo al menos otras doscientas mil personas al día.

Lo que me llamó la atención fue la multiplicación de cámaras fotográficas que casi uno de cada dos asistentes portaban y su anhelo de «fotografiarlo todo». Y que conste que desde que conocí la primera cámara digital colgué la vieja automática que me había acompañado, sin mucha suerte, a tantos viajes. Porque la comodidad de hacer una foto y ver en el momento el resultado, o poder guardar en un ordenador o en un CD/DVD cientos, miles de fotos, sin necesidad de pesados álbumes, o no tener que pagar los revelados en papel, hacen que cualquier fotográfo principiante se decante por la cámara digital. De hecho, creo que apenas se fabrican ya cámaras de las «antiguas» (están a precio de saldo las de segunda mano), ni es fácil encontrar carretes, y el papel fotográfico se usa muchísimo menos, solo para quien tiene una buena impresora a color.

Pero mi comentario «filosófico» de hoy es acerca de ese ansia de fotografiarlo todo, de guardar imágenes de todos los barcos, de todo lo que aconteció, de lo que vimos, de cada uno de los rincones. ¿Es esto un reflejo de querer asir el tiempo que se nos va de las manos, porque no sabemos vivirlo? Fotografiar es querer detener el espacio en un tiempo determinado y fijo. Es querer guardar el momento, para luego volver a rememorarlo en otro momento, en otro lugar. Pero si el mundo es, como decía Heráclito, un eterno cambio, ¿por qué ese deseo irrefrenable de querer detener algo que en el instante siguiente dejó de ser lo que era?

La única respuesta que se me ocurre es que todo responde a una falta de seguridad: falta de seguridad en lo que somos ahora, en lo que tenemos ahora, en lo vemos ahora, porque el irremisible tiempo todo lo transforma. Inconscientemente todos estos «fotógrafos digitales» quieren guardar un recuerdo de algo que ya no es…

¿Hasta dónde llega el alma?

No estoy segura, según el día, de si tendrán alma los animales. Cuando jugaba con Elsa y con Lola, mis perrillas, me sentía tan compenetrada con ellas, las entendía tan bien…

Algunos compañeros de esta «escuela» dicen que lo que tienen son sentimientos, pero que pensar no piensan. No sé yo qué decir a eso, la verdad, porque en ocasiones la única que tenía una buena idea en una tarde gris era la perra.

Pero sí, posiblemente se refieran a que no se paran a dilucidar sobre el funcionamiento de los motores o sobre si el universo se creó por casualidad o existe una explicación lógica para que tantas casualidades se den al unísono.

Aunque eso no quita, digo yo, para que mis chicas, que ya no están conmigo, tengan un almita, aunque no sea igualita que la mía. Si en realidad, todo lo que existe está unido por una fuerza creadora, si de verdad, todos somos de una misma pasta con distintas formas, entonces Elsa y Lola están aquí, están en mi, siguen ahí, en cierto modo, y a eso yo le voy a llamar tener almita.

Y, vamos a ser valientes, ¿por qué no va a ser así? Si con algunas personas, como mis hijos, mi marido, mi mejor amigo, y a veces hasta mi perro me siento sola, y si otras veces me siento una con la música que escucho, una con el sol que siento en la piel, una con la Tierra que se mueve y me mueve… seamos valientes, por qué no voy a ser una contigo, con todos vosotros, con todos los hombres.

¿Adónde van los niños?

En estos días ha fallecido un niño de una compañera. Es una tragedia grande, sobre todo para una familia con un solo hijo.

Se supone que deberían sobrevivirnos los que son más jóvenes que nosotros.

En realidad, esto pasa cada día en otros países y por centenares, incluso por causas mucho más tristes, como el hambre. Dicen algunos que antes era algo normal, que los hijos se te morían y tú aprendías a aceptarlo como parte de la vida. Sin embargo, me cuesta un poco creer que algo así se llegue a aceptar. Una cosa es que no te quede más remedio que seguir andando, otra que comprendas lo que ha ocurrido, pero estoy segura de que ya no eres la misma persona.

¿Adónde van los niños? ¿Por qué vienen para irse tan pronto?

Los orientales nos dicen que vivimos para aprender, y yo añado y para enseñar. Según ellos, el niño que murió hace unos días, o todos los que se van cada día, tendrían algo que mostrarnos a los que estamos a su lado.

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Siete de julio…

Me ha tocado en suerte tener que escribir el «sietedejulio…» al que en España siempre se le añade la coletilla de «…sanfermín».

Y efectivamente, esta mañana pude ver por televisión el primero de los encierros de San Fermín que se celebran en Pamplona. Desde hace muchos años tengo esa costumbre, y a pesar de los casi mil kilómetros que me separan de Navarra, durante esta semana una parte de mi corazón vibra y tiembla con los mozos que corren delante de esos toros de 600 kilos que avanzan a 40 ó 50 km/h.

Que conste que no estoy hablando de corridas de toros, que sé que sacan de sus casillas a nuestro Cyrano, sino de esta osadía de correr sin más, de correr unos centímetros por delante de la muerte disfrazada de negro y con unas afiladas astas de más de veinte centímetros.

Ciertamente los sanfermines se han convertido en un espectáculo y se han «uniformado» con el resto de las fiestas que hay a lo largo de la península: tengo la teoría de que la misma gente que vemos completamente borracha y fuera de control en los sanferminies de Pamplona, son los que empezaron en los carnavales de Cádiz, fueron a las fallas de Valencia, a la feria de abril o a cualquier otra de las numerosas fiestas multitudinarias en las que ya se ha perdido el sentido original que las creó y que se han transformado en un momento para esconderse en un numeroso grupo para divertirse molestando a los demás. A esto le unimos el afán por llamar la atención, por ser «original» haciendo la tontería más grande: extravangancia por doquier.

Pero de todas las fiestas anteriores, tan solo los sanfermines siguen teniendo la muerte rondando tan cerca. Eso es quizá lo que hace que haya gente que llegue desde Estados Unidos o Australia, para una carrera de apenas diez segundos delante de un toro de lidia.

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Fútbol y sexo

Ay, qué rápido habéis abierto este blog, ¿eh? Pues ahí va…

Con permiso de mis muy estimados compis Tachen y Cyrano, yo también voy a no hablar de fútbol, sin dejar de hacerlo.

Me resulta realmente curioso que llevemos dos meses de blog y sea la primera vez que uno os seguís al otro y haya ocurrido precisamente con este tema. Y yo me pregunto, ¿seguro que los hombres no tienen un canal especial para el fútbol? Es que hay algo que les une a través de esto, como a nosotras los peliculones con beso al final.

¿Realmente los hombres y las mujeres tenemos características tan definitorias de cada sexo? Muchos se empeñan en decir que es así y, para qué mentir, algunas de ellas me resultan evidentes. Pero ¿por qué yo me empeño en sentirnos iguales?

Posiblemente, la respuesta esté en el nivel de profundidad, como el mar (por cierto, solo yo faltaba por hablar del mar).

Sí, resulta que según vas profundizando en capas de agua, se dejan de apreciar colores, se van perdiendo de uno en uno siguiendo el orden del arco iris, hasta que lo único que se percibe es un negro absoluto, porque ya ni la luz es capaz de llegar a tales profundidades.

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Un poco más de aire

Hablando el pasado sábado con una amiga, me contaba, muy entusiasmada, que tenía un sobrinito, el cual la imitaba cuando hacía alguna posición de ballet (ella es bailarina) o se ponía a bailar con mucha gracia en cuanto escuchaba música. Yo sonreí (también me gusta el baile) y le dije de corrido: “Pues nada llévalo a una academia de baile, que le impongan disciplina, que lo conviertan en un niño prodigio de la danza, que se haga famoso y viaje por toda España cosechando éxitos, que se convierta en un divo engreído y genial, y que cuando ya sea mayor, el día menos pensado, te confiese lo mucho que te odia por haberle robado la infancia”.

Mi amiga confesó entonces que, efectivamente, conoce a alguien a quien le ha pasado eso mismo. No me extraña. Muchas veces los padres vuelcan sus propios sueños en los hijos, sin darles a estos la oportunidad de mostrar sus aptitudes naturales. Se parte de la idea de que al nacer venimos “vacíos” y sí, eso es cierto en gran medida, pero hay otra gran parte de nosotros que parece venir al mundo con algo (lo cual explicaría el fenómeno de los niños prodigio), de ahí la idea de la escuela de Platón sobre la educación y su mayéutica, donde se trata de que el discípulo llegue por sí mismo a educir, a sacar lo que lleva dentro, lo que ya sabe a través del diálogo.

Por eso pienso que todos necesitamos la oportunidad de educir aquello que late dormido dentro nuestro, sin una imposición rígida venida de fuera. Necesitamos un poco más de aire, especialmente en los primeros años de nuestra vida.

Cuando la tierra tiembla

Sigo leyendo la crónica de nuestros compañeros «filósofos cotidianos» que están ayudando a reconstruir la vida en un país lejano, para que quienes allí viven recobren la esperanza, la ilusión por vivir.

He pensado mucho sobre esta situación. ¿Qué es lo que hace que un rincón de nuestro globo reciba en pocas semanas un terremoto mortal, la violenta erupción de un volcán y por si fuera poco también unas inundaciones con terribles consecuencias?

La Teoría Gaia nos dice que nuestro planeta está vivo, y como todo organismo vivo no permanece impasible ante la nociva influencia humana, que en su afán por expandirse y dominar el mundo cambia la Naturaleza a su antojo y a menudo con consecuencias nocivas.

¿Cómo ven los niños esta situación? ¿Qué piensan cuando la tierra tiembla? A los mayores nos desconcierta ver que todo aquello que pensamos tener se tambalea e incluso se desmorona. No nos acordamos de cuando fuimos niños y de cómo nos gustaba jugar con bloques de construcciones. Tan pronto levantábamos como destruíamos alegremente casas y murallas, sin más complicaciones. Así vemos los bloques en este dibujo de una niña indonesia, como si fueran parte de un juego. Del Juego de Maya que construye y destruye nuestros sueños cuando estos son solo las posesiones materiales. La filosofía es lo que nos permite no perder también nuestros sueños del alma…

Aprendiendo a mirar

Ella no dejaba de hablar. Contaba cosas normales, temas íntimos de amores y pérdidas. No era eso lo que hacía que mi corazón la mirase sorprendido. Ni siquiera las buenas enseñanzas que había sido capaz de aprender por sí sola sobre todos estos sinuosos andares, no siempre dominables, me estaban reteniendo voluntariamente a su lado.

Era ese algo más que está detrás de algunas personas y que puedes captar si les observas sin atención. No es una contradicción, la atención inmediata se sostiene sola, pero la concentración, la curiosidad por conocer, el husmeo por llegar al fondo se empeña en centrarse, si el pariente interlocutor lo merece, en ese algo que desprende y nos cautiva: ¿el encanto?, el alma vieja que diría aquel.

Es un mensaje que trasmiten con reflexiones que hacen sin pensar, en miradas que saben llegar, en elecciones sobre temas de conversación, libros, momentos de intervención… todos estos cercanos que nos acompañan, en el mayor sentido de la palabra, que nos alimentan y nos hacen sonreír de alivio y solidaridad con su «rareza», que miran la vida con dulzura, con afecto, como si fuera una hermana que reconocen y aprecian.

Esta gente especial, con alitas, cómplices del azúcar, me traen a la cabeza un consejo inconsciente:

«Si algo no te gusta y no puedes cambiarlo, míralo de otro modo».

Cuando un amigo se va

Permitidme que hoy no vaya contracorriente, que más bien sea ella la que me arrastre al menos por unos metros.

Cuando un amigo se va… ¡qué vacío tan grande queda en nuestro interior! ¡Cuántas conversaciones rotas! ¡Una extraña sensación de soledad le encoge a uno el corazón! Entonces la tristeza echa mano de su único recurso, el recuerdo, el rememorar las conversaciones infinitas, los esfuerzos y aventuras que pasamos juntos, las miradas cómplices que nadie entendía, las bromas a medias, los consejos sobre mil temas, los cabreos que siempre surgieron de malos entendidos, el perdón de cualquier rencilla con un poco de buena voluntad y el abrazo de hermano.

Lo peor es cuando ese amigo se va y no porque ponga cientos de kilómetros por medio, ni porque pase a mejor vida, sino cuando algo dentro de él cambia, se rompe y ya no hay dios que lo reconozca. Lo malo es cuando hablas con él y descubres que ya no es el mismo, su mente y su corazón ya no tienen los sueños que una vez tuvieron, sus palabras tienen intenciones que no alcanzas a entender, y el que una vez fue casi tu alter ego, tu amigo del alma, hoy es un conocido más, envuelto en historias que ya no son nuestras historias.

Y, sin embargo, seguirá teniendo mi amistad, tendrá mi ayuda si la necesita, esperaré paciente su regreso. ¿Qué otra cosa se puede hacer? No me tardes amigo, no me tardes.

La ayuda a Indonesia

Varias personas muy allegadas están ahora en Indonesia en labores humanitarias. Un grupo extraordinario de gente que lleva mucho tiempo preparándose para estar en el lugar de una catástrofe, ser útiles y con capacidad de ayudar a los demás. Que son capaces de dejar la comodidad de este primer mundo que vive en la opulencia y la comodidad.

De la crónica que estamos publicando, me llamó la atención el último email que nos mandaron:

…pudimos apreciar rostros que guardaban el miedo en su expresión, dolor causado por la devastación, y tantas sensaciones de impotencia por una población que no cometió delito alguno y que está sufriendo la condena del abandono por parte de los gobiernos, del hambre, pues nadie les proporciona formación y ayuda para sobrevivir, y de la desesperanza, pues nadie les ofrece principios sólidos y duraderos por los que vivir y por los que luchar.

Esta última frase es la que me dio que pensar. ¡Cuántas veces pensamos que la ayuda humanitaria es tan solo proporcionar alimentos, reconstruir edificios, o incluso salvar vidas! En numerosas ocasiones los aprendices de filósofos hemos dicho que el hombre es algo más que un cuerpo físico, que de todas formas lo perderemos al final de nuestra vida. Pero sin embargo, nuestra alma inmortal es la que a menudo ignoramos y dejamos morir de inanición.

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