Remando al viento

«He llegado a la aterradora conclusión de que yo soy el elemento decisivo. Es mi enfoque personal el que crea el clima. Es mi humor diario el que determina el estado del tiempo. Tengo un gran poder para hacer que mi vida sea triste o alegre…».

Este texto de Goethe me ha recordado que existe la grava y que sé lo que provoca en mi piel rasgada por ella.

¿Quién no se ha sentido alguna vez remando al viento o, más bien, guiado por su antojo, con la sensación de que nuestra barca unas veces avanza, pero otras se aquieta y otras tantas permite que el mar y el aire jueguen con ella, obviando el esfuerzo perenne de nuestros humanos brazos internos? Es entonces cuando recuerdas tu piel rasgada por la grava, manchada en rojo y negro. Aun así, comprendes que continúas flotando, respirando, que debes seguir luchando.

Son momentos, son verdades que hablan de media luz, de soslayos, de zozobras, de sombras, de me toca, de es la vida, de ahora entiendo…, tan reales y tan nuestras como los más sublimes brillos.
Recordar es mi ungüento más fiable para semejantes instantes o eternidades.
Recordar, cachorro, que lo sigues siendo, por puro, por limpio, cuanto más adentro.
Recordar, gran parra, que existe la poda, para no temerla si insiste en su intento… en abril vencerán tus brotes de nuevo.
Recordar que un día no supiste andar, ni hablar, ni correr… el próximo paso: limpiar las heridas de sangre y de grava; aprender a ser».

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A Indonesia

Esto de la «filosofía cotidiana» tiene mucho que ver con el sentido práctico de la vida, con la generosidad, con la buena voluntad y también con la acción. Esa acción que leíamos en el inicio del Bhagavad Gita, que siempre es preferible a la inacción, a pesar de las dudas que le asaltan a Arjuna. Porque es preferible hacer algo, aun a riesgo de equivocarse, que no hacer nada.

Hablábamos también de generosidad, y un filósofo es siempre generoso, porque como leíamos en el mito de la caverna de Platón, dentro del libro de La República, el verdadero filósofo es el que una vez que conoce que existe luz más allá de la caverna, vuelve de nuevo a la oscuridad de la caverna por generosidad, por amor a sus semejantes, que no conocen que pueden liberarse de las cadenas y de las sombras.

Podemos seguir ofreciendo ejemplos prácticos de lo que es un filósofo en la vida cotidiana, pues la filosofía práctica no es solo leer, memorizar libros de filosofía, sino poner las enseñanzas en la práctica.

Hoy están llegando algunos de estos filósofos a Indonesia en ayuda humanitaria, con la coordinación del Grupo GEA de Ecología Activa. Los que no hemos podido ir, hemos contribuido con alguna cantidad de dinero para ayudar a que la vida continúe en este lejano país.

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¿Quién es Dios?

Era muy pequeño, tan pequeño que te hacía recordar qué es la ternura. Miraba continuamente a su alrededor a pesar de que no pasaba absolutamente nadie, ni nada. Intentaba sostenerse sobre sí mismo, mientras se desplazaba por aquellas escaleras de madera que le servían más de obstáculo que de apoyo.

No pude evitar ofrecerle lo más parecido a un cobijo que llevaba encima, mi bolso.

Aquella cría de gorrión llegó a casa con más miedo que plumas, y cargando de entusiasmo a todos los que luchábamos por él.

Durante los pocos días que duró su vida, escuché muchos comentarios que decían: ¿qué sentido tiene cuidarle?, sus días están contados. Siempre me venía a la cabeza la misma respuesta, que pocas veces hice voz: ¿por qué no dejas de comer «humano preguntón»?, tus días también están contados.

Cuando la vida es finita, es siempre corta. ¿Hace eso que deje de ser bella? ¿Qué hace que vivir unos días más merezca la pena? Seguramente, la manera en que se vivan. Si son llenos de verdades, de caricias del alma, de sintonía en la mirada, de comprensión de lo esencial… habrán merecido la pena. ¡Quién fuese capaz de vivir cada semana como si fuese la última! Aunque en realidad, solo nos lo impide olvidar que cada semana es un pedazo de vida.

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Una flor en el camino

En una de esas ciudades casi urgentes de puro estresantes, iba a paso ligero retando a la física, enredado el pensamiento en varias ideas, cuando algo imperceptible, agradable, interesante, tranquilo fue tocando a la puerta de mi atención. Saliendo de la prisa con recelo, me concentré en reconocer qué me estaba tan sutilmente desconcertando. Los sentidos, cual chiquillos espectantes, se me iban escapando furtivos para centrarse, de uno en uno, sobre un personaje que apoyaba su brazo en la boca del metro, aún lejana. Era un hombre de edad la suficiente, de altura la justa, de constitución perchera, por lo delgada, y tocado con coleta aún no lo bastante gris. Llevaba ropa de lino claro, bien usado y casi amigo. En la mano sostenía, a media altura, unos libros pequeños con portada roja. La serenidad se adueñó de mi estado interior. Al pasar frente a él no pude evitar sostener su mirada, que mostraba unos ojos que hablan del mar, de la luz, del ayer padre del hoy, enmarcados en más vida que arrugas. El eco de una pregunta me golpeaba: ¿qué hace aquí? Se ha equivocado de escenario.

La respuesta a mi pensamiento no se hizo esperar.

–Vendo poesía –me susurró sonriendo con seguridad, mostrando uno de esos libros de tapa roja. Como respuesta, mis comisuras no encontraron rostro suficiente para plasmar la felicidad que me había provocado esa frase, felicidad que comenzó a escapárseme por los ojos y el semblante…

Esta verídica imagen de un Madrid cualquiera no es solo peculiaridad, ni cursilada de poeta.

Lo que alegró mi día de ayer tan fácilmente es comprobar que los guerreros existen, aun contracorriente, aun disfrazados con lino… que una creencia puede más que mil hambrunas, que un rato escribiendo trae más riqueza que un mes trabajando. Ya lo sabía, y vivo por ello y por muchas ideas como estas que son más de idealistas que de realistas, o quizás no.

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La vida es una playa

Ya sé que el título es un gran tópico. En España se dice que algo es una playa cuando es muy fácil, descomprometido y sin demasiada importancia. Pero aun así, dentro de esta sección de «filosofía cotidiana» hoy me ha parecido apropiado decir que la vida es una playa.

Para los que vivimos en una zona costera (somos la mayoría, no solo en España, sino en el resto del mundo), es fácil comprobar que no solo «la vida es una playa», sino que «la playa es la vida». Esto ocurre sobre todo en el sur, donde la vida es «exterior y con vistas». Y en verano, la vida es una playa.

Pero sin querer seguir con los juegos de palabras, durante el fin de semana pasado meditaba sobre este asunto, obviamente en la playa. En la playa todos nos mostramos de una manera más directa, sin tantos ropajes que ocultan no solo nuestra parte física, sino también nuestra personalidad, que el resto del tiempo tenemos blindada para aparentar ser lo que no somos o lo que nos gustaría que los demás pensaran de nosotros. En la playa nos mostramos más abiertamente, y lo que no nos atreveríamos a hacer unos cientos de metros hacia el interior, en la ciudad, lo hacemos en la playa.

¿Filosofar en la playa? Pues sí, hay mucho en lo que pensar: el ir y venir de las olas, incansable, perseverantemente; el subir y bajar de las mareas llevando y trayendo la actividad y la vida; los niños construyendo efímeros castillos de arena o empeñados en abrir agujeros para llenarlos fugazmente de agua; la inconmensurable arena que no podemos asir con la mano, y cuanto más apretamos más se nos escapa; las huellas que en la orilla dejan nuestras pisadas, como impronta de nuestro caminar…

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Comenzar a escribir

Siempre son difíciles los comienzos, sobre todo cuando se trata de crear algo nuevo. Pero en particular, comenzar a escribir es algo tremendo. A muchos nos asusta enfrentarnos a una hoja en blanco (ahora es una pantalla en blanco) y empezar a plasmar lo que la mente nos dicta, lo que nuestra imaginación atisba.

Pero no es para tanto: si pensamos que cada vez que sale el sol estrenamos un nuevo día, y que cada hora es una nueva hora, o cada segundo es la primera vez que lo vivimos… entonces nos daremos cuenta de que siempre estamos comenzando. La vida es un continuo comienzo. Sólo en la muerte paramos de empezar algo nuevo…, o no.

Quizá sea más difícil que continúen otros la labor que nosotros comenzamos…