Todos los que han meditado sobre el arte de gobernar la humanidad se han convencido de que la suerte de los imperios depende de la educación de la juventud.
Aquel que domina la cólera naciente, como quien sujeta un carro que se precipita, ese tal es un verdadero auriga; los demás no hacen otra cosa que tener las riendas en la mano.
Tenemos que descubrir la trayectoria necesaria de nuestra vida, que solo entonces será la verdaderamente nuestra, y no de otro o de nadie, como lo es la del frívolo.