El arte supone un mundo apasionante, con infinidad de matices, sugerente y a la vez profundo, pero, por su propia naturaleza, difícil para ser abordado desde un punto de vista racional y lógico.
¿Qué decirle a quien contempla extasiado una obra de Cánova o se eleva con las notas de una flauta en el desierto, o a quien pasea al atardecer ante las columnas de Karnak o se sumerge entre los versos de Rubén Darío…?
No, evidentemente el lenguaje del arte nos habla en “otro idioma” y nuestro intento de estructurarlo en un análisis únicamente racional nos dará tan solo fragmentos de un cadáver.
Sin embargo, el arte es un elemento profundamente unido a nuestra naturaleza humana; a través del arte damos, y a través del arte recibimos, y aunque se precisa despertar un cierto “sentido interno” para poder ver y escuchar a través del arte el escondido secreto al que nos lleva, el profundizar en torno a su esencia y la de la belleza, el ahondar en la naturaleza humana a modo de reflexión filosófica nos podrá poner en sintonía, abrir oportunidades de comprensión y percepción de esos “sentidos internos” o “sentidos del alma”.
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