Ser o no ser

El filósofo intrigado que puede que estés empezando a ser si aún persistes en preguntarte por la vida, en buscar pistas siguiendo esos nuevos lenguajes que ya empiezas a escuchar y puede que a comprender, como tu propio silencio o el gran sonido de lo que es mucho mayor que nosotros: la Naturaleza, el universo o el mundo atómico, por ejemplo… el filósofo que empieza a ser consciente de que lo es, ya que ahora sabe lo que es la filosofía y que está en la mano, y puede que en la obligación, de todos nosotros con nosotros mismos… ese filósofo incipiente tiene más pasos por dar.

Se nos educa en el trabajo de la mente, en llenarla y complementarla, actualizarla y utilizarla. Sin embargo, muy pocas veces se hace eso mismo con nuestra personalidad (expresión de lo que somos) y aún menos con esa otra parte de nosotros que casi cuesta nombrar dado el efecto que causa en una sociedad bien tildada de superficial. Más allá de cuerpo, trabajo, personas y apegos está lo que en realidad somos, lo más troncal y perenne de nosotros mismos: nuestro interior, nuestro ser más profundo y real.

Como dice Fernando Savater, no podemos ser libres a la hora de decidir algo que no conocemos. No podemos elegir hablar inglés si no sabemos inglés, no podemos elegir nadar si no sabemos nadar. Del mismo modo, no podemos ser quien somos, si no sabemos quién somos, si posiblemente ni si quiera somos conscientes de que podemos ser nosotros mismos, ese que soñamos con ojos abiertos, ese que intuimos y hasta podemos oler y dibujar, si nos paramos a ello.

Pues bien, ya que no nos lo ponen tan a la mano como los logaritmos o la formulación, habremos de buscarlo nosotros. Paso a paso, con montes y llanos, satisfacciones y esperas, podremos llegar a ser aquel que en realidad somos. Pero eso es otra historia y será contada en otro momento.

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Paseando por ti

Intentamos saber cuáles son las respuestas adecuadas a las preguntas-pistas sobre qué es la vida. Si eres capaz de escuchar el enorme sonido de la Naturaleza, podrás escucharte a ti mismo…

¿Te parece que demos un paseo por tu interior? Es otro modo de acercarse a la ansiada verdad que busca el filósofo. Cada uno de nosotros tiene las respuestas a sus propias preguntas; sólo tiene que conocer el idioma del silencio… dejarse hablar.

Vamos a comprobar que estamos ahí dentro:

Dime algo sobre el bien y el mal, lo que quieras, lo primero que te salga… ¿No sale nada? Bueno, entonces calla tu pensamiento y ponte a sentir lo que es el bien. Puedes, cállalo y ponte no a pensar, sino a sentir qué es el bien… Si en unos segundos estás sonriendo serenamente, lo has conseguido, algo dentro de ti sabe qué es el bien, sin ejemplos, sin palabras, sabe que le gusta el bien, te ha hecho sonreír, ¿no?.

Ahora, siente lo que es el mal… Si lo consigues sentirás incluso algo de miedo, un pelín, de desagrado, puede que se te cierren un poquito los ojos en señal de precaución.

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Preguntas: las primeras pistas

Si has dedicado tiempo suficiente para buscar respuesta a esa cuestión lanzada al aire y que parece bastante coherente investigar: ¿qué es la vida?, lo más seguro es que lo que hayas encontrado sean muchas preguntas. Eso es bueno, las preguntas son las primeras pistas, las miguitas de pan de garbancito, el hilo que tira de la inquietud.

Cuando uno se da cuenta de que puede, y quizás deba, plantearse su propio existir, comienzan a surgir las preguntas: ¿¿¿¿qué, cómo, por qué, cuándo, hacia dónde, para qué…????

Las respuestas se pueden buscar en bibliotecas, en cabezas y corazones ajenos (opiniones), en nuestro entorno… Cómo saber cuáles son las correctas es más sencillo de lo que parece.

¿Alguna vez has estado sentado tranquilamente al lado de un riachuelo o paseando por un bosque, un desierto, o mirando al mar a solas? Si has callado tu mente en uno de esos momentos, habrás notado que una pequeña serenidad está contigo. Luego, por un instante, algo te hace notar que frente a ti hay algo inmenso, es como una intuición, un mensajito que llega a ti por una vía no habitual y que dice exactamente: «esto es la leche», y se va, sin saber por qué. Aunque te deja esa sensación placentera que produce el contacto con la Naturaleza, con lo que sientes más real que nada, más grande que tú… porque lo sabes, notas que es más grande que tú; tan grande como cierto. Y te vuelves a casa con una sonrisilla sincera y la sensación de que has tocado el cielo unos segundos.

Eso es estar cara a cara con la verdad. Está ante nuestros ojos en cada momento, aunque solo en ocasiones seamos capaces de percibirla.

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Un poco de luz

Quedé con los peculiares lectores de este blog en arrojar un poco de luz sobre los tecnicismos de enciclopedia que hasta ahora habíamos utilizado para tratar a la filosofía. Nuestra conclusión última fue que el filósofo ama la sabiduría y busca la verdad para dar sentido a su vida, pero… se me ocurre: ¿alguien sabe qué es la vida?

Ya sé que dan ganas de salir corriendo ante una pregunta así, pero apuesta un minuto y al final decides si lo has perdido o lo has ganado.

Cuando se empieza en un trabajo nuevo, se comienza conociendo la silla, luego la mesa, las herramientas, el objetivo a conseguir, se van manejando poco a poco las piezas que componen la tarea hasta que se domina, y con el tiempo, hasta se nos ocurren modos de mejorar este campo para el que al comenzar éramos principiantes.

Si actuamos así para un trabajo, una casa, un lugar nuevo, ¿no suena coherente hacer lo mismo con nuestra propia vida? ¿No tendría sentido empezar por saber qué somos?

Pues de tarea queda para los próximos días. Que al menos traiga yo hoy al recuerdo de lo que ya sabías que eres capaz y responsable de cada uno de tus días, de su transparencia u opacidad, de su a sabiendas o de puntillas, de su me atrevo o me escondo.

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¿Qué es un filósofo?

Esta es la conclusión de esas escenas que han ido relatando cómo una persona cualquiera se ha topado con la filosofía desde su infancia. Son un ejemplo más. Lo importante es la idea principal con la que acabé el último día: «todo hombre es un filósofo». Sí, incluso usted.

Y, ¿cómo es eso? ¿Qué es un filósofo para que todos tengamos acceso a tan curiosa profesión o vocación sin más requisitos, a priori, que ser persona?

Si nos vamos a un diccionario a buscar el término filosofía, nos encontraremos con declaraciones como:

«Ciencia que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales». Si «cosa» es todo aquello que tiene entidad, corporal o espiritual, susceptible de ser objeto de pensamiento, y «natural» es lo que tiene que ver con la Naturaleza, lo hecho con verdad, deduzco que esas «cosas naturales» que trata la filosofía son todo aquello en lo que podemos pensar y es verdadero. Bueno, yo creo que a eso llegamos todos, a pensar en la verdad, a saber qué es verdad.

Pero al igual que no es lo mismo poder pintar que ser un pintor, y hasta que no vemos reflejada nuestra capacidad sobre el lienzo no nos atrevemos a decir «soy pintor», no es justo que apodemos filósofo a aquel que, aunque es capaz de encontrar la verdad, no la busca. Dejaremos por ello esta primera parte de la definición concretada en: buscar lo que es verdad

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Todo hombre es un filósofo

Pues… yo sigo con lo mío, que es empezar desde la A para acabar quién sabe si en la Z, de zozobra, en la D, de duda o en la V, de Verdad, en el camino de la búsqueda de la filosofía.

Eran aquellos tiempos de cole, de pizarras de tiza, de cabelleras cortadas a tazón, de don Cirilo y don Juan (porque ay de aquel que tuteara a un maestro), en aquellos tiempos todo olía a sudor de recreo y tigretón, al menos pasadas las 11:30.

De todas las muchísimas enseñanzas recibidas en mis catorce años de cole, recuerdo con especial profundidad tres momentos.

El primero, a los cuatro años leyendo a mi madre la cartilla a toda prisa nada más llegar del cole, mientras ella terminaba de limpiar el salón. ¿Cuántas veces habrá que limpiar un salón?, pensaba yo. Tardé mucho en darme cuenta que es una tarea infructuosa, como recoger hojas del suelo en un bosque. Pero era evidente que a mi madre le satisfacía sobremanera.

El segundo momento, como luego el tercero, está marcado por una frase. Andaba yo por sexto de E.G.B. cuando el profesor de biología hablaba de la reproducción del ser humano con palabras tan técnicas que ni con un tema como este conseguía la atención de chaval alguno. Hasta que pronunció las siguientes palabras: «el hombre introduce el pene en la vagina de la mujer». Mis ojos se abrieron como planetas recién nacidos y compuestos por helio de lo que debían arder. Me acababan de desvelar el secreto mayor guardado, por fin sabía a que se refería mi madre cuando hablaba de «eso»…

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¿Cómo se detecta a un filósofo?

Recuerdo… recuerdo que cuando era una cría iba por mi día fijándome en todo, absolutamente en todo. La imagen de verme a mí misma como a un «farero» es imborrable. Yo era simplemente alguien que observaba lo que ocurría en su entorno, con ojo analítico, memorístico, hilador… pero que evitaba incordiar a todo aquel film de sesión continua que tenía lugar a mi alrededor: la vida. De hecho, me asustaba si alguien interpelaba directamente a mi persona, con una extraña sensación de «¿cómo habrá entrado un actor hasta aquí?».

Desde ese chulísimo y seguro faro me hacía muchas preguntas. Algunas de ellas las recuerdo bien. Una de mis favoritas era: ¿qué animal habrá sido ese hombre, justo antes de ser hombre? Es increíble cómo las personas se parecen a los animales. Mi padre, sin ir más lejos, es igualito que un sapo. Gordito, pequeño, de ojos saltones y siempre sentado. Hay gente que ríe como los caballos o que anda moviendo la cabeza de alante atrás como los pájaros.

Otra de las preguntas más interesantes de todas para aquella niña de nariz husmeadora era: ¿cómo se distinguen las profesiones de todos estos señores que andan a mi alrededor? Lo sabía por sus maletines, por sus batas, por el quiosco que les rodeaba, o los pasteles que les parapetaban. Lo sabía por su conversación, su cámara de fotos, su camión. Antes era sencillo distinguir las profesiones. Como decía mi abuelo: «la gente se dedicaba a algo, no a ser oficinista como ahora, que no sabes quién hace qué».

La profesión más difícil de descubrir era la de filósofo. ¿Cómo se detecta a un filosofo? ¿Qué los distingue? Yo solía buscarlos con barba larga y blanca y a ser posible con gafitas pequeñajas y cara de listos. Además me parecía necesario que fuesen preguntones, curiosos más bien y que mirasen raro, así como si al fijarse en tu cara, en realidad, te estuviesen leyendo el pensamiento. Y sin embargo, a pesar de tanta rareza, estaba segura de que en su fondo debían de ser gente simpática, por serenamente sabios.

Nunca encontré un filósofo de verdad. Estuve doce años buscando y no se cruzó conmigo ni uno solo de esos señores cuya profesión se basa, por lo visto, en encontrar respuestas.

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