Al comenzar a escribir sobre valores que nos humanizan, de valores universales que nos permitan reflexionar sobre lo verdaderamente importante, me he preguntado por cuál de ellos empezar, qué cualidad podría estar entre las primeras.
Es difícil decidirse, pues cada valor tiene su importancia, así como la tiene el hecho de que no se den aislados sino reforzándose unos a otros. Pero de entre todos los valores que podemos reconocer como válidos para toda la vida y para todos los seres humanos, tal vez sea precisamente eso, lo perdurable, lo duradero, lo que no lleva la etiqueta de “usar y tirar” lo que necesitemos comenzar resaltando.
Nuestro tiempo se caracteriza por todo lo contrario, por el cambio continuo, por la búsqueda de novedad, por la comida rápida, el amor rápido, los resultados rápidos… y por los fracasos rápidos. Basta con parecer (que es más rápido) en lugar de ser (que es más lento pero duradero).
No se trata de una actitud de desapego que deja que las cosas fluyan, sino de un apego a lo cambiante, a lo superficial, que nos desarraiga de nuestro propio ser. Lejos estamos de aquella actitud de viejas civilizaciones que buscaban en todo lo que hacían y construían su duración en el tiempo.