Loros

Los loros son unos animales muy simpáticos que a todos nos hacen mucha gracia. Se dice de ellos que son los únicos animales que saben hablar. Es cierto, dicen multitud de palabras, pero con una única condición: que antes las hayan escuchado muchas, muchas veces, de las voces de las personas que con ellos conviven.

Así pues, y dotado de un órgano fonador muy versátil, aunque no tanto, por supuesto, como el humano, es capaz de articular palabras que son perfectamente entendibles por cualquier persona.

A mi cuñado se le murió hace unos años un loro que convivía con su familia desde hacía mucho tiempo. Según él murió de repente, y contaba que, en su opinión, se le había atragantado una pipa de girasol, lo que probablemente le llevó a la muerte, dada su ya avanzada vejez. De todas maneras no comprendía cómo había muerto de la noche a la mañana, porque –según contaba– el día anterior había estado charlando con él tan normal, como siempre. Charlando un poco de todo. Además, no fumaba ni bebía nada con alcohol.

Pues sí, los loros hablan. Lo que ya no estamos tan seguros es de que comprendan lo que dicen, ni que entiendan lo que se les dice a ellos. En muchas ocasiones no va parejo en absoluto la articulación de palabras, frases e incluso discursos, con la comprensión que tiene de ello el propietario de la boca. En muchas ocasiones basta haber escuchado las mismas palabras muchas veces para luego repetirlas con la mayor desfachatez –como el loro– sin tener la menor idea de lo que se está diciendo.

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Necia seguridad

Ayer contemplé, absorta, cómo un hermano le gritaba a otro (ambos, personas adultas de más de 40) en un tono descomunal una sucesión de insultos que comenzaban por la frase: «pero quién crees tú que eres…» o «pero qué te has creído tú…» y siempre terminaban o intercalaban una ofensa para su receptor.

Lo que me dejó perpleja fue cómo el hermano insultado escuchaba en silencio y mirando de frente. La primera vez que abrió la boca fue para decir, lleno de serenidad: «si no dejas de gritar no podrás saber qué ocurrió».

El hermano que gritaba era el pequeño; el que recibía el sermón, el mayor. La sensación que me transmitió esta situación es que la edad sí es un rango, al menos en este caso.

El tema era un malentendido basado en falta de información, algo solucionable con una conversación. Sin embargo, el joven no preguntó, juzgó y culpó por las buenas, sin saber qué había ocurrido. Y castigó, con gritos, insultos. El hermano mayor, sin embargo, calló, escuchó, cuando le dejaron explicó con las palabras justas y el tono adecuado (todo había sido un error, nadie era culpable).

Sin embargo, algo había cambiado. Ahora, el hermano pequeño era mucho más pequeño, a ojos del mayor. Esa seguridad que había mostrado gritando e insultando sin preguntar, lo que en realidad mostró fue inmadurez y necedad.

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Bridge over troubled water

De nuevo pongo otra canción del dúo de los 60 Simon & Garfunkel. En este caso se trata de la canción que dio título al último álbum que grabaron juntos. Al parecer ya se avecinaba una separación de esta pareja que tantos éxitos cosecharon juntos, y dicen que precisamente esta canción lo aceleró. Tras este gran éxito, que estuvo diez semanas como número 1, Art Garfunkel continuó con su carrera cinematográfica y Paul Simon inició su etapa como solista. La canción fue compuesta por Paul para que la cantara solo Art, y luego se lamentó de que fuera así, pues el significado de la letra sugiere que era él quien quería evitar la ruptura del grupo.

La canción en sí es uno de los más bellos cantos a la amistad que podamos conocer. Es una amistad tan genérica, tan amplia, que incluso podríamos identificarla con la amistad de nuestra alma compañera. Y es este significado el que me ha animado a traerla aquí. A continuación, la letra:

Bridge over Troubled Water

When you’re weary,
feeling small
When tears are in your eyes,
I will dry them all
I’m on your side.
Oh, when times get rough

And friends just can’t be found
Like a bridge over troubled water
I will lay me down
Like a bridge over troubled water
I will lay me down

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¡Dinero… dinero!

¿Puede alguien hoy llegar a pensar que algún hombre puede hacer alguna cosa que no sea, de alguna forma, por dinero?

Es una pregunta que hoy quiero dejar en el aire.

Me ha surgido la cuestión porque, tomando esta mañana café en el bar, la tele daba una reseña del desfile militar que tuvo lugar ayer con motivo del Día de la Hispanidad. Y los parroquianos comentaban:

–Fíjate el Rey, qué cantidad de medallas de chorizo que le cuelgan del uniforme. Seguro que hoy se ganará dos millones a costa nuestra con este desfile.

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Todos somos especiales

Me ha escrito una señora muy preocupada por su hijo de dos años y medio. Es un niño que no juega con nadie. La única vez que ha jugado con otro niño fue con uno discapcitado al que le entregó todos sus juguetes y hasta su botella de agua.

Este niño sufre un exceso de empatía, ya que llora cuando lo hacen los demás y entiende, desde su corta edad pero gran sensibilidad, que hay otros que precisan más que él, pero son perfectamente válidos para jugar.

Lo que la estupenda madre de este niño desea saber es si hay un motivo que lo haga diferente, ya sea por exceso o defecto, una etiqueta que justifique su conducta y le dé sentido. Quiere saber si su hijo es normal.

En realidad, todos somos normales y todos diferentes. Todos, seres humanos que pelean con la vida desde unas situaciones concretas que han ayudado a definirnos. Su hijo es normal, gran madre preocupada que hace todo lo que puede. Su hijo es tímido, su hijo es sensible y habrá que enseñarle a protegerse para que eso no sea peligroso para él. Pero no por cómo es él, capaz de darlo todo a los demás, sino por cómo son los demás, cada uno de su padre y de su madre y no todos capaces de empatizar tanto con los ajenos.

Todos normales y todos especiales, todos válidos por igual, todos mejorables, por supuesto, y para eso estamos cada uno, para autoconstruirnos hacia lo más grande que podamos llegar a ser.

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Estudiante finlandés

No hay más remedio que escribir sobre los acontecimientos ocurridos esta semana en los que un estudiante finlandés mató a tiros a varios compañeros de instituto, a su profesor y luego se suicidó (tengo un amigo que dice que todos estos chalados deberían empezar al revés, por uno mismo, y si después les quedan ganas, continuar con los demás).

En fin, bromas aparte, ¿en cuántos tópicos pensáis que voy a caer para escribir este blog? Pongo unos cuantos y luego sigo: “sociedad enferma”, “permisividad de tenencia de armas”, “países escandinavos ricos pero profundamente infelices”, “endémica admiración por el nazismo y la violencia en general”, “incapacidad policial de intervención ante estas muertes anunciadas”, “uso de Internet para apoyar a estos violentos solitarios”, etc.

Tópicos aparte, me ha llamado la atención que al buscar en Google los términos “estudiante finlandés” las treinta primeras páginas recomendadas por el buscador están relacionadas con este reciente crimen u otro similar ocurrido en noviembre de 2007. ¡Qué triste! No me gustaría ser estudiante finlandés y que en el mundo nos conocieran por estas dos personas enfermas. Pero ¿es más triste ser estudiante español? Si leemos la página 31 en el buscador de Google, nos sorprenderá el título «Fracaso escolar en España: Finlandia, el modelo a imitar», y dentro de la página un párrafo como este: “Una ampliación de ese estudio nos muestra algunas de las características del modelo educativo finlandés, el mejor ejemplo a imitar por España si quiere salir de la crisis educativa por la que atraviesa y que se refleja en el fracaso escolar de los últimos años”.

Al final entendemos el porqué de este artículo: es del año 2004 y posiblemente en ese año al buscar en Google “estudiante finlandés” solo aparecerían menciones a Linus Torvalds, el estudiante que con 18 años creó el sistema operativo informático Linux y nombrado por la revista Time como uno de los héroes de nuestro tiempo.

¿Con qué nos quedamos? Personalmente con una educación en valores, una educación que más allá de tratar de crear genios o personas con inteligencia destacada, esté interesada en crear hombres y mujeres buenos. ¿Os parece suficiente?

Pasado, presente y futuro

Creo que a todos nos preocupa nuestro pasado.

A todos nos inquieta, sobre todo cuando pesamos en la balanza de los valores los diferentes aspectos del tiempo. Hay unos que dicen que el pasado no les importa, que solo les interesa el presente; otros, que el futuro es lo más decisivo, y en él solo hay que pensar y poner todas nuestras energías. Otros dicen que el pasado tiene mucha fuerza y que nos condiciona el presente y el futuro.

Creo que el pasado tiene mucho que ver con la memoria, y todos queremos mantener buena memoria del pasado. Nietzsche, en cambio, agradecía a la vida su falta de memoria, pues así cualquier experiencia era nueva para él y el conocimiento tenía siempre la frescura de la primera vez.

Creo que lo grave de nuestro pasado es que lo consideramos inmutable e intocable, y nos suele pesar y condicionar como una losa. Pero he llegado a comprobar que no lo es. No es fijo, ya que, compuesto, como está, de tejidos psicológicos productos de vivencias anteriores, si cambian los significados de aquellas experiencias, algo ocurre que modifica sustancialmente (o radicalmente) nuestro pasado.

Me ha dado mucho que pensar lo incierto del tiempo. Siempre hemos creído en la ilusión de que el pasado era fijo, el futuro inexistente y el presente fugitivo. Pienso ahora que nada está más lejos de la realidad. Nada más movedizo que el pasado, ni más cambiante que el futuro. El pasado lo cambia la comprensión. Nuestras experiencias pasadas cambian su significado (o lo matizan), a medida que cambia nuestro nivel de comprensión. Solo el que tiene una apreciación de la vida que no cambia nunca tiene un pasado fijo e inamovible y siempre significa lo mismo para él. Generalmente, siempre lo recuerda muy bien y qué significó para él cada una de las cosas que le pasaron. No puede cambiar su pasado, como no puede cambiar su futuro, porque lo que le pase, o lo que viva, siempre tendrá un significado predeterminado, debido a su manera cristalizada de afrontar las experiencias.

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Vulgaridades

Cada noche, sobre las 21 horas, se alza en el aire un monólogo en gritos que debe de oírse en media ciudad. Se trata de una persona mayor que, recorriendo la terraza de su ático de lado a lado (cual tigre enjaulado), lanza su histriónica perorata para todo el que lo quiera oír, aunque lo cierto es que no se le entiende casi nada y creo que a él eso le importa poco, pues lo fundamental a mi entender es el acto y la intención en sí y no tanto el contenido del discurso.

Cada vez que le oigo se me dibuja una sonrisa en la boca, y es que en el fondo me hace gracia su actitud, no sé exactamente por qué; quizá me recuerda a una de esas terapias grupales en las que uno debe reírse, sin ganas, buscando el detonante en algún lugar de nosotros mismos hasta que lo encuentra; o expresar a voz en grito alguna ofensa guardada largamente por los años de los años, amén. No lo sé, pero en cierto modo admiro esa valentía (que para mucho es locura) de asomarse al mundo y gritar sin tapujos lo que sentimos, de no guardarse nada en el oscuro mundo del inconsciente para que el día menos pensado, esa mala energía salga por donde uno nunca imaginaría. Recomiendo probarlo, es muy gratificante y liberador.

El único peligro es que algún vecino malhumorado nos dé la réplica mandándonos callar alzando de malos modos su voz, pero nos tiene que dar igual, le estamos haciendo un enorme favor, porque en el fondo es un vecino más contagiado de tan vulgar y benéfica terapia.