El mejor de los escudos

Al hilo de una conversación mantenida por correo electrónico con un par de personas, se coló de rondón una subconversación ajena pero que me llamó la atención, y, como suele suceder, no pude resistirme a reflexionar sobre ello, aunque en realidad, de esa conversación prestada no tuviera más que unas pocas líneas, eso sí, con un significado muy claro, pues afirmaban la necesidad de llevar escudos por la vida para que a uno no le hieran, o al menos eso me pareció entender.

Así, a bote pronto, distingo varios tipos de escudos, o formas de no sufrir heridas ante el embate de los demás o de las circunstancias (seguro que hay muchos más). El más básico sería el de protegerse recubriéndose de costras psicológicas o mentales para que no nos vean, para que no encuentren la manera de herirnos; el problema es que entonces uno va por el mundo escondido en sí mismo, sin mostrarse ni abrirse a los demás, sin ser él mismo, corriendo el peligro de que esa actitud se enquiste para siempre y al final uno ya no se reconozca ni a sí mismo, pues un actor que siempre interpreta el mismo papel acaba por creerse el personaje; véase, si no, cómo acabó el Tarzán más popular de todos los tarzanes; me refiero, claro está, a Johnny Weismuller.

Otro tipo de escudo diferente, bastante más saludable que el anterior y del cual se hablaba en esa conversación prestada, es la comprensión que nos lleva a la tolerancia, pero a una tolerancia no resignada a soportar una situación, sino una tolerancia que entiende al otro, que comprende en lo básico la naturaleza del ser humano y sabe no darle demasiada importancia a lo que no la tiene. De esa manera no nos sentiremos aludidos ante insultos, críticas o injurias de alguien que se encuentre temporalmente enajenado (o eso creamos), pues comprendemos la situación por la que pasa y haremos oídos sordos. El peligro que le veo es que esto lo podríamos utilizar siempre que no nos interese oír las críticas de los demás, con lo cual nos podemos estar perdiendo una oportunidad de aprender, de conocernos mejor a nosotros mismos a través del espejo que son todos aquellos que nos rodean.

Pero lo que entiendo como el mejor de los escudos es la ausencia de carne donde hacer sangre, de amor propio que humillar, de ego enardecido que tirar por los suelos. Me explico: si sabemos que no somos perfectos y nos reconocemos en nuestras carencias y virtudes, si no nos hacemos fantasías sobre lo que somos y dejamos de ser, sino que nos aceptamos como somos, y siendo lo que somos (pues no podemos en realidad ser otra cosa), si comenzamos entonces a vivir con sinceridad y coherencia… ¡no hay nada que pueda hacernos daño!, o muy pocas cosas, o durante poco tiempo. Pues siempre volveremos a la sinceridad de lo que somos, y desde allí veremos muy claro, y en ese espacio estamos desnudos, somos libres, no hay donde herir, lo que digan no encuentra eco, ni escudos, pasa de largo sin encontrar materia donde hacer mella.

Ese es a mi entender el mejor de los escudos.

La sociedad está enferma

El panorama del mundo actual está repleto de contrastes. Grandes conquistas humanas, sociales y tecnológicas se mezclan con las crecientes guerras, desequilibrios sociales, luchas fratricidas y deshumanización de las sociedades.

El impulso creciente aumenta en la dirección del fanatismo, el desinterés y la deshumanización…

…Gran parte de la sociedad está enferma

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De lo vulgar y de lo excelso

Un hombre es lo que come.

Muchas veces me he preguntado cuál era “el secreto”, o la “fórmula”, o “la receta” que poseían, y que poseen, los grandes hombres, ya sea en las artes, en las ciencias o en cualquier otra actividad noble del ser humano.

Hace unos días me vino a la mente la frase que he colocado al principio, porque creo que ahí está la clave. Un hombre es lo que come. Si come basura se convertirá en un basurero. Si come vulgaridades se convertirá en un ser vulgar, y si come alimentos excelsos se convertirá en excelso.

En mi opinión esto es así porque el cuerpo interior del hombre va creciendo con los alimentos que consume. Y de tales mimbres… ya se sabe. Una casa construida con ladrillos de mala calidad podrá ser bonita, pero… pronto perderá su belleza e incluso su estabilidad. Se ajará como algo efímero muy pronto.

En el plano material lo entendemos y lo aceptamos muy fácilmente. Todo el mundo lo sabe y lo puede ver día a día. Pero… ¿y en otros planos?

Llegamos quizá hasta lo vital, la salud. Entendemos que quien se cuida adecuadamente goza de buena salud. Aunque en nuestra cultura pretendamos estar sanos sin hacer lo necesario para estarlo, y aun haciendo justamente lo contrario que demanda nuestro sentido común en este asunto. El resultado es que un gran porcentaje de los enfermos de algo lo son por tratar inadecuadamente, si no salvajemente, su cuerpo y su vitalidad.

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Bendita locura

Nunca he tenido claro, nunca entiendo,
quién es realmente el loco, y quién el cuerdo.

Aquí bajo mi manta escribo versos,
me cobijo del sueño de los vivos,
uno que pide valor por los codos,
uno que pienso pero poco más.

Y es que en el fondo, aunque loca, soy cuerda,
y es que soy perezosa y embustera,
con mi corazón que habla bien clarito,
pero al que yo no escucho suficiente.

Nunca he tenido claro, nunca entiendo,
quién es realmente el loco, y quién el cuerdo.

Veo gente golpeada por airosa,
escucho historias ciertas aunque injustas,
abusones que abuchean al valiente,
al sabio, al creativo, al reluciente.

Hablo con amigos alma con alma,
gente a quien les llueve sobre mojado,
guerreros desterrados, olvidados,
ignorados por sentir lo suficiente.

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Muerte en las alturas

Reconozco que siempre me han atraído tanto las montañas como el espíritu de superación de los montañeros. Esa pasión por escalar una montaña, tan solo «porque está ahí». ¡Qué mejor imagen de esa búsqueda de trascender, de ir más allá, de seguir una aspiración natural en el hombre!

En estos días estamos de luto porque uno de los más grandes montañeros españoles, Iñaki Ochoa de Olza, se ha dejado la vida en el Annapurna, uno de los ocho miles más bellos y difíciles del mundo. ¡Qué pena que no ha podido cumplir sus palabras antes de partir!: «Volver para volver, para seguir viviendo como lo intentamos, con libertad y alegría». Iñaki era un montañero muy especial, con un estilo de escalada de superación, pero que también sabía hasta dónde poder llegar y si era necesario, darse la vuelta.

En una entrevista reciente, Juan Oyarzábal, otro de los mitos del alpinismo español, nos dejaba estas palabras:

–Admiro todo lo que has hecho, pero quería preguntarte qué os mueve, a la hora de hacer proezas como las que tú has realizado, de subir a picos tan altos donde la climatología es tan adversa. ¿Realmente vale la pena arriesgar tanto la vida?

–No se trata de arriesgar la vida, sino de disfrutar de tu convencimiento de que eres capaz de superarte para subir una montaña de 8000 metros. Sin duda, subir una montaña no merece perder ni tan siquiera el más mínimo ápice de una uña.

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Crisis es vida

Al igual que sucede con el dolor o la muerte, los hombres tendemos a huir de todo lo que suene a crisis, pues le atribuimos significados nada agradables. Así, crisis suele ser sinónimo de “mal trago”, depresión, actitud violenta, aislamiento, apatía, etc. Y por lo tanto preferimos no sufrirla, ni que nadie de nuestro entorno caiga en una. Y ante una posibilidad de cambio incierto, pues eso son las crisis, exclamamos aquello de “¡Virgencita, que me quede como estoy!”.

Sin entrar en detalles, más propio de psicólogos, creo adivinar dos fuentes de crisis (seguro que hay muchas más) sobre las que voy a reflexionar:

1- Crisis por saturación. Nos sucede cuando asimilamos muchas enseñanzas o informaciones en un período corto de tiempo, con lo cual no hemos podido hacerlas nuestras y esgrimirlas con soltura; al contrario, nos hundimos en una gran falta de autoestima al sentirnos tan inútiles e impotentes, e incluso creemos saber menos que antes. Pero pasado un espacio de tiempo prudencial, toda esa enseñanza pasa a formar parte de nosotros engrosando nuestro saber, la crisis ha sido superada.

2- Crisis por decepción. Hay varios tipos de decepción, Platón en el Fedón incluso le pone nombre a una cuando habla de la “misología” (palabra que no existe); se refiere al odio a los argumentos cuando uno ve que todos pueden ser contraargumentados y por ello ninguno es de fiar (cuando están mal planteados, claro). Y por otra parte, está la decepción que una persona puede causar en nosotros, algo que cuando se sufre con muchas personas nos puede llevar a la misantropía, el odio al hombre, dejar de creer en el ser humano. Pero creo que esto podemos subsanarlo, en gran medida, a poco que aceptemos a cada uno como es, y no esperando demasiado de nadie, pues eso es en definitiva lo que causa la decepción.

En ambos casos de crisis hay una pérdida de rumbo en la vida, de claridad, de fuerza para seguir adelante, una inseguridad molesta que rechazamos con fuerza y que nos cuesta asumir, pero… ¡cuántas enseñanzas nos aporta! Y es que quizá la vida consiste precisamente en eso, en ir creciendo de mutación en mutación, y en aceptar, como diría Edgar Morin (creador del “pensamiento complejo”) que “navegamos en un mar de incertidumbre, entre islas de certezas”.

El arte y la belleza (II)

“Necesitaríamos cambiar los fundamentos del arte: regresar al hombre al concepto de lo Bello, de lo Bueno y de lo Justo, como diría Platón. Necesitamos que el hombre deje de tener esas posturas sofisticadas, completamente exteriores y asépticas, para sentir realmente el arte: el arte debe sentirse con lágrimas en los ojos, con el corazón compungido, con las manos apretadas. El arte no es simplemente una especie de especulación teorética o mental” (J. Á. Livraga)

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No hay gente mala sino ignorante

Confieso que tengo grabada esta enseñanza de Platón desde que la aprendí. Frente al lío que se hacen muchas religiones con la idea de maldad y de cómo un Dios bueno puede permitir que exista el mal, la filosofía de Platón, la filosofía de la reminiscencia, enseña que hemos nacido buenos, pero que solo por el olvido, por la ignorancia, podemos llegar a obrar mal.

Frente a las doctrinas dualistas de origen medio-oriental, con un dios bueno y un dios malo (diablo, satán, demonio), la filosofía dice que el mal es simplemente la ausencia de bien. Y esa ausencia, como he dicho antes, es por simple ignorancia, pues si todos conociéramos las leyes de la Naturaleza, siempre obraríamos a favor (haciendo el bien) en lugar de ir en contra (haciendo el mal), que con el tiempo se nos volverá en malos resultados (karma).

Me imagino que los lectores de este blog ya saben que me estoy refiriendo a ese ser depravado que ha mantenido, en un pueblo austriaco, durante veinte años encerrada a su propia hija, mientras esta daba a luz hasta a siete hijos fruto de esta desigual unión. ¿Es olvido de las leyes de la Naturaleza lo de este ser vil? (No quiero escribir la palabra hombre para referirme a él). ¿O es pura maldad, como dicen mis compañeros de trabajo, amigos o familia? ¿Está enfermo? ¿O era consciente del crimen que cometía y que ha seguido cometiendo veinte largos años?

Parece difícil seguir manteniendo nuestros principios filosóficos con casos como este. Pero precisamente es ahora cuando más se deben poner de relevancia. No dejarnos llevar por la pasión y pensar más en soluciones, en educación y en aplicar la justicia. Cyrano, espero que no me digas que este es un caso más del «pensamiento Alicia».