Crisis es vida

Al igual que sucede con el dolor o la muerte, los hombres tendemos a huir de todo lo que suene a crisis, pues le atribuimos significados nada agradables. Así, crisis suele ser sinónimo de “mal trago”, depresión, actitud violenta, aislamiento, apatía, etc. Y por lo tanto preferimos no sufrirla, ni que nadie de nuestro entorno caiga en una. Y ante una posibilidad de cambio incierto, pues eso son las crisis, exclamamos aquello de “¡Virgencita, que me quede como estoy!”.

Sin entrar en detalles, más propio de psicólogos, creo adivinar dos fuentes de crisis (seguro que hay muchas más) sobre las que voy a reflexionar:

1- Crisis por saturación. Nos sucede cuando asimilamos muchas enseñanzas o informaciones en un período corto de tiempo, con lo cual no hemos podido hacerlas nuestras y esgrimirlas con soltura; al contrario, nos hundimos en una gran falta de autoestima al sentirnos tan inútiles e impotentes, e incluso creemos saber menos que antes. Pero pasado un espacio de tiempo prudencial, toda esa enseñanza pasa a formar parte de nosotros engrosando nuestro saber, la crisis ha sido superada.

2- Crisis por decepción. Hay varios tipos de decepción, Platón en el Fedón incluso le pone nombre a una cuando habla de la “misología” (palabra que no existe); se refiere al odio a los argumentos cuando uno ve que todos pueden ser contraargumentados y por ello ninguno es de fiar (cuando están mal planteados, claro). Y por otra parte, está la decepción que una persona puede causar en nosotros, algo que cuando se sufre con muchas personas nos puede llevar a la misantropía, el odio al hombre, dejar de creer en el ser humano. Pero creo que esto podemos subsanarlo, en gran medida, a poco que aceptemos a cada uno como es, y no esperando demasiado de nadie, pues eso es en definitiva lo que causa la decepción.

En ambos casos de crisis hay una pérdida de rumbo en la vida, de claridad, de fuerza para seguir adelante, una inseguridad molesta que rechazamos con fuerza y que nos cuesta asumir, pero… ¡cuántas enseñanzas nos aporta! Y es que quizá la vida consiste precisamente en eso, en ir creciendo de mutación en mutación, y en aceptar, como diría Edgar Morin (creador del “pensamiento complejo”) que “navegamos en un mar de incertidumbre, entre islas de certezas”.

El arte y la belleza (II)

“Necesitaríamos cambiar los fundamentos del arte: regresar al hombre al concepto de lo Bello, de lo Bueno y de lo Justo, como diría Platón. Necesitamos que el hombre deje de tener esas posturas sofisticadas, completamente exteriores y asépticas, para sentir realmente el arte: el arte debe sentirse con lágrimas en los ojos, con el corazón compungido, con las manos apretadas. El arte no es simplemente una especie de especulación teorética o mental” (J. Á. Livraga)

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No hay gente mala sino ignorante

Confieso que tengo grabada esta enseñanza de Platón desde que la aprendí. Frente al lío que se hacen muchas religiones con la idea de maldad y de cómo un Dios bueno puede permitir que exista el mal, la filosofía de Platón, la filosofía de la reminiscencia, enseña que hemos nacido buenos, pero que solo por el olvido, por la ignorancia, podemos llegar a obrar mal.

Frente a las doctrinas dualistas de origen medio-oriental, con un dios bueno y un dios malo (diablo, satán, demonio), la filosofía dice que el mal es simplemente la ausencia de bien. Y esa ausencia, como he dicho antes, es por simple ignorancia, pues si todos conociéramos las leyes de la Naturaleza, siempre obraríamos a favor (haciendo el bien) en lugar de ir en contra (haciendo el mal), que con el tiempo se nos volverá en malos resultados (karma).

Me imagino que los lectores de este blog ya saben que me estoy refiriendo a ese ser depravado que ha mantenido, en un pueblo austriaco, durante veinte años encerrada a su propia hija, mientras esta daba a luz hasta a siete hijos fruto de esta desigual unión. ¿Es olvido de las leyes de la Naturaleza lo de este ser vil? (No quiero escribir la palabra hombre para referirme a él). ¿O es pura maldad, como dicen mis compañeros de trabajo, amigos o familia? ¿Está enfermo? ¿O era consciente del crimen que cometía y que ha seguido cometiendo veinte largos años?

Parece difícil seguir manteniendo nuestros principios filosóficos con casos como este. Pero precisamente es ahora cuando más se deben poner de relevancia. No dejarnos llevar por la pasión y pensar más en soluciones, en educación y en aplicar la justicia. Cyrano, espero que no me digas que este es un caso más del «pensamiento Alicia».

Amigos míos

Descubro que, poco a poco, uno se va haciendo amigo de sus cosas. No es exactamente apego; más bien, es que vas encontrando lo que te gusta, lo que eres, lo que se te aproxima en la vida y lo eliges; te quedas con ello. Son casi amigos tuyos.

Me refiero a cosas como la lectura, la música, la escritura, la pedagogía, la reflexión, la imaginación… en mi caso concreto. Estos nombres serán sustituibles por otros en cada persona.

Estas pequeñas cosas, en realidad son fundamentales y van conformando nuestro día a día. Con ellas pasamos grandes momentos. Reconozco que me sería muy difícil si alguien me dijera: «ya no puedes volver a leer, nunca más». ¡Disfruto tanto con ello…!

Eso mismo me ocurre con algunas personas. Te identificas con ellas, se aproximan a tu modo de entender el mundo, no son amigos y punto, sino que son como los libros, puedes ir a ellos, elegir el momento y estar seguro de que van a darte una mirada, palabra o abrazo adecuado, siempre placenteros; entrañables, sinceros. Existen grandes disciplinas que nos resultan fundamentales. Existen grandes personas que nos resultan igualmente imprescindibles.

Y, sin embargo, te pueden contar que se van a un lugar lejano a iniciar una nueva vida con tan buena carga que sabes que no volverás a verlos. E incluso aunque mirando atrás te digan que te quieren, según se marchan, tu vacío es similar al de quien le impiden volver a leer… o a pintar o a escuchar música. Algunos seres son completas disciplinas en sí mismos… personas de alma limpia y sabia, a las que te va a costar no poder acudir a reflejarte.

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Amor a solas

Hay días que uno no tiene mucho que decir, quizás porque está sintiendo lo suficiente.

Hoy he recordado que se puede amar sin ser amado, o sin saber si serás amado o si lo harán en la misma medida.

¿Acaso es eso una barrera para que fluya la fuerza de todas las fuerzas, la que nos crea, nos mantiene, nos hace dar y sigue ahí más allá de nosotros, en todo lo que hayamos hecho… por amor?

Hoy he tenido que comprobar el precio de la libertad ajena, el que nos cuesta dejar marchar. Y nada es lo bastante caro si la felicidad del otro es la moneda de cambio.

Hoy he recordado que el amor es valiente, porque si no, no es amor. Y el valor no consiste sólo en hacer, sino también en dejar ser.

El arte y la belleza (I)

El arte supone un mundo apasionante, con infinidad de matices, sugerente y a la vez profundo, pero, por su propia naturaleza, difícil para ser abordado desde un punto de vista racional y lógico.

¿Qué decirle a quien contempla extasiado una obra de Cánova o se eleva con las notas de una flauta en el desierto, o a quien pasea al atardecer ante las columnas de Karnak o se sumerge entre los versos de Rubén Darío…?

No, evidentemente el lenguaje del arte nos habla en “otro idioma” y nuestro intento de estructurarlo en un análisis únicamente racional nos dará tan solo fragmentos de un cadáver.

Sin embargo, el arte es un elemento profundamente unido a nuestra naturaleza humana; a través del arte damos, y a través del arte recibimos, y aunque se precisa despertar un cierto “sentido interno” para poder ver y escuchar a través del arte el escondido secreto al que nos lleva, el profundizar en torno a su esencia y la de la belleza, el ahondar en la naturaleza humana a modo de reflexión filosófica nos podrá poner en sintonía, abrir oportunidades de comprensión y percepción de esos “sentidos internos” o “sentidos del alma”.

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Dos hogares y un corazón «partío»

Solemos pensar, o eso me parece, que aquellos que vienen a nuestro país en busca de un mejor futuro, son personas que rompen sus lazos con su anterior vida en el país que los vio nacer, o al menos, que lo hacen en una gran medida, pero nada más lejos de la verdad.

Olvidamos que sus raíces suelen ser profundas, muy fuertes, y es lo natural; por lo tanto, son gente que inevitablemente tiene el corazón “partío” (permítaseme adjetivar de esta guisa). Un trozo lo tienen en su tierra natal, y sigue vivo en los recuerdos, en la complicidad con los paisanos que también están aquí, en las llamadas internacionales desde esos locutorios que crecen como setas, en las horas que pasan “chateando” con los que allí quedaron, en los objetos típicos traídos a escondidas, ya sean masticables, bebibles espiritosos o cualquier cosa cargada de amor patrio.

Su otra mitad, que a veces es un tercio, permanece aquí, en España, en esta variopinta piel de toro no bien avenida del todo (y disculpen por la rima fácil), con su nueva casa, o pisito, o cuarto, o cuartucho… También el nuevo barrio alimenta esa parte de corazón, y el trabajo que encuentran, y las amistades que hacen con nosotros, los de aquí.

Así pues, estamos ante personas con dos hogares, y todo lo que eso significa de nostalgia, esperanza, recuerdos, miradas vidriosas… Y puede ser que, por la puerta de ese músculo enternecido, absorbido por una de tantas sístoles, te veas invitado a su mundo, a su casa, a tomar algo propio de su país. Y si eso sucede, no nos extrañemos de que en medio de tan exótico ágape, te muestren un enorme calendario con la foto de una hermosa ciudad costera, y te señalen con orgullo y alegría el lugar donde viven… ¡al otro lado del Atlántico!

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Francisco de Asís

Francisco de Asís amaba la Naturaleza. Algunos le tacharían de bobo, porque se cuenta que hablaba con los pajarillos del bosque, con las plantas y con el agua de los arroyos, de la que decía era humilde, pura, sencilla y clara, quizá los rasgos más anhelados y más raros de encontrar en un ser humano, y por lo tanto, siempre digna de imitar por el hombre.

En su tiempo no se hablaba de ecología, ni estaba tan bien visto como hoy ser ecologista, pero sin duda lo era. Y lo era, seguramente, porque amaba a Dios, a la Naturaleza y a sí mismo, llevando su vida como el agua, con sencillez, pureza y humildad.

¿Qué necesitamos para respetar, cuidar y valorar a cualquier persona, animal o cosa, para amar a la Naturaleza toda? Creo que basta con amarla.

He leído que los indios americanos amaban la tierra en que vivían. Cuando algún necio americano advenedizo y prepotente les propuso comprarle sus tierras, el jefe indio quedó perplejo, y casi se le cayó la pipa de la boca. ¿Comprar la tierra? ¿Es que acaso son mías las tierras? ¿Cómo se puede vender algo que solo es de los dioses? ¿Esta tierra puedo yo venderla, si ha sido estercolada con los huesos de nuestros antepasados, es vida para los animales, casa de las hierbas, espacios del sol y la luna, de los vientos y las estrellas?

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