
No quiero tardar más en dedicarle un texto a la mujer. Acaba de ser el día de la mujer trabajadora, y ya estoy retrasándome en recordar lo que vale la fémina. Aunque, como dice un amigo mío, no estaría de más que alguien dedicara unas líneas a resaltar lo que valen ellos, que con esto de las reivindicaciones por la igualdad se han quedado un poco de lado. Todo tendrá su momento.
Ahora lo que toca es recordar cómo son «ellas». Siempre me han recordado, no sé si por lo que les tocó ir contracorriente, a la gente de raza negra en Norteamérica. Son dos grupos sociales que respeto hasta lo más alto, como a otros que no vienen al caso. Todo aquel que ha conseguido lo que tiene luchando por sus creencias contra viento y marea nos tienen de su lado inevitablemente, ¿verdad?
Ellas son bonitas sin excepción, fíjate bien, pocas hay a las que no encuentres un encanto especial; o son seductoras o son encantadoras, o son simpáticas o son tiernas o inteligentes y espabiladas o soportan lo que no deben…
Nos sacan de nuestro tedio con un par de guiños, un buen guiso o una reprimenda merecida, según el rato. Si las ponemos a gobernar, su feudo o su país, suelen dejarnos claro que deberíamos darles alguna oportunidad más. Lo normal es que sean más bondadosas, más comprensivas y más justas. Lo normal, digo. No necesitan pavonearse ante el anfiteatro, es más su motor no ver sufrir a sus semejantes.