El pasado

Siempre me preocupó la cuestión del pasado. Cuando se propone este tema de conversación, comprobamos que todo el mundo es sensible a él.

A todos les inquieta, sobre todo cuando pesan en la balanza de sus valores los diferentes aspectos del tiempo. Hay unos que dicen que el pasado no les importa, que solo el presente; otros, que el futuro es lo más decisivo, y en él solo hay que pensar y poner todas nuestras energías. Otros dicen que el pasado tiene mucha fuerza y que nos condiciona el presente y el futuro.

Yo a todos digo que gozo de una excelente mala memoria, con lo que todas las películas las veo por primera vez, y todos los paisajes, y todas las músicas. Solo he encontrado en mi vida (y me sorprendió, porque creí que era algo raro) a alguien que confesaba que le ocurría lo mismo y que lo valoraba (como lo valoro yo). Era Nietzsche, quien decía que agradecía a la vida su falta de memoria, pues así cualquier conocimiento tenía siempre la frescura de la primera vez.

A mi parecer, el pasado no es fijo. Compuesto como está de tejidos psicológicos productos de vivencias anteriores, si cambian los significados de aquellas experiencias, algo ocurre que modifica sustancialmente (o radicalmente) nuestro pasado.

Siempre hemos creído en la ilusión de que el pasado era fijo, el futuro inexistente y el presente fugitivo. Pienso ahora que nada más lejos de la realidad. Nada más movedizo que el pasado, ni más cambiante que el futuro. El pasado lo cambia la comprensión. Nuestras experiencias pasadas cambian su significado (o lo matizan) a medida que cambia nuestro nivel de comprensión. Sólo el que no cambia su apreciación de la vida  (está cristalizado) tiene un pasado fijo e inamovible. Su pasado siempre significa lo mismo para él. Generalmente, siempre lo recuerda muy bien y qué significó para él cada una de las cosas que le ocurrieron. No puede cambiar su pasado, como no puede cambiar su futuro, porque lo que le pase, o lo que viva, siempre tendrá un significado predeterminado por su manera cristalizada de afrontar las experiencias.

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Somos espejos unos de otros

Esta reflexión la he completado, más o menos, siguiendo un periplo de experiencias que vienen desde varios meses atrás. Primero llamó mi atención el diálogo de una película de danza. En ella, un maestro de baile le decía a su pupilo que está bien mirarse al espejo, pero sólo hasta que esa imagen reflejada pueda ser interiorizada en uno mismo, y así no depender de ningún espejo para saber si estamos haciendo algo mal. Más tarde hice algunas confesiones en un blog que resultaron no ser muy afortunadas por lo polémicas; entonces alguien me animó, con su comentario, diciéndome que no me preocupe, que está bien que nos expresemos con sinceridad y ver qué provocamos en los demás, pues todo filósofo necesita de un espejo, que son los demás, para verse a sí mismo.

Hace pocos días una buena amiga me dijo que a veces se veía reflejada en mí, con lo cual me recordó todas mis anteriores experiencias con eso de los espejos y las imágenes que se reflejan. Efectivamente, nos reflejamos en los demás, así lo creo yo también, y ese es, al menos, uno de los sentidos de las relaciones entre las personas, y mientras no surja dependencia es hasta bonito, pues en gran medida somos eso, espejos unos de otros donde mirarnos, imágenes que hablan de uno u otro. Y no solo por lo que nos digan de nosotros, sino porque vemos cómo reaccionan ante nuestros actos y palabras, lo cual nos lleva a reflexionar sobre nosotros mismos, y si hacemos daño a alguien nos preguntamos: ¿qué hay en mí que ha provocado tal efecto?

Pero como todas las cosas, al menos en este mundo de dualidades, esta idea tiene su contraparte, pues tampoco hay que olvidar que un espejo sólo refleja imágenes, y tampoco hay que confiar demasiado en ellas. Yo he conocido gente en la que me reflejaba y me devolvía una imagen de seguridad que me decía: «estas en lo cierto, tienes razón, te comprendo», pero al cabo de un tiempo me di cuenta de que no era tan así, que esa persona acaba por seguir su propio camino y que la imagen que entonces proyectaba sólo tuvo validez durante un tiempo, pero no para siempre. Es duro darse cuenta de eso, pero la soledad que queda al perder ese reflejo es lo real. La soledad y quizá la interiorización de nuestra propia imagen que nos permite seguir adelante, aun sin espejos…

Las cosas como son

Estoy rebuscando entre apuntes y libros de esos que vas guardando porque piensas: “algún día me vendrán bien, dicen cosas interesantes”. Y es que me han ofrecido echar una humilde mano en la preparación de un curso dirigido a aquellos que han sufrido mobbing. Mi objetivo se basa, principalmente, en la reconstrucción de la persona.

Han surgido textos que hablan de autoestima, de metas, de voluntad y discernimiento, de comprensión sobre cómo funciona el mundo, y todo viene bien, la verdad. Pero me quedo con este último “comprensión-aceptación”, o compasión positiva, como lo llaman los budistas.

¿Quién no ha pasado alguna vez por una gran decepción en la que no conseguía entender el comportamiento de las personas? La mejor herramienta que yo encontré para seguir adelante ante una situación así fue un curso de meditación de un lama, que me ayudó a “comprender” que los demás tienen motivos propios cuando actúan. Son motivos determinados por su pasado, por sus circunstancias y por sus creencias personales. Son vidas, como la nuestra, que no conocemos, y puede llegar a ocurrir que hagan cosas que no nos encajen. Pero casi siempre, si buscas un poco, los acabas viendo tan normales como tú, han hecho una burrada, o han cometido un error menor, y para ello tenían algún motivo, veían la situación desde algún lugar en el que tú no te encuentras, tienen un carácter determinado que les ha marcado y ahora son como son… tantas cosas influyen. No se trata de exculpar a nadie, ni de quitar hierro a las situaciones. El tema está en que, si comprendes por qué actúan las personas, dejas de relacionar esa decepción con la culpa (tu culpa o la del otro). No unes lo ocurrido contigo, sino con los motivos que a esas personas les ha llevado a actuar así.

Esto que cuento es muy ampliable al resto de nuestra vida, no solo a las grandes decepciones, incluso a la cotidiana y más real que ninguna. A veces, vivimos esperando que ocurra algo, hacemos imágenes sobre cómo deberían ser las cosas, y puede que eso sea un pequeño error que nos lleva a las desilusiones, daños, distancias.

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Palabras exclusivas

Tengo entendido que los idiomas son mucho más que un conjunto de signos que sirven para comunicarse, mucho más que la suma de palabras que nombran cosas, acciones o ideas. Un idioma esconde, o más bien muestra, la forma de pensar de un pueblo, y con ello su manera de sentir, su carácter, su estilo de vida. Y, cómo no, el castellano, y otras lenguas próximas, son privilegiadas en ese sentido por toda su riqueza lingüística.

Si no recuerdo mal, fue Julián Marías quien hizo un estudio sobre la palabra “ilusión” (creo que en su libro: Breve tratado de la ilusión). Destacando que en otros idiomas esa palabra tiene connotaciones negativas, pues es sinónimo de iluso, de persona ingenua, de castillo en el aire, con lo cual “estar ilusionado” no tiene el mismo significado que le damos nosotros, el de ser optimista con respecto a un proyecto, o un suceso futuro.

También la palabra “disfrutar” (según me contó una amiga francesa) no tiene un equivalente en francés; para ellos lo que más se le aproxima es algo así como “aprovechar la ocasión”, pero tal expresión no tiene nada que ver con esa alegría y felicidad que aquí atribuimos al hecho de disfrutar.

Pero también sucede que las expresiones de otros idiomas se contagian, de forma que tomamos prestada una palabra cuando no existe entre nosotros aquello que se nombra. Y hay un ejemplo muy triste de ello. En España vivíamos muy tranquilos (salvando algunos acontecimientos históricos) hasta que otros estilos de vida nos invadieron, y con ello sus consecuencias, por eso echamos mano de la palabra “estrés”, algo desconocido para nosotros hasta no hace mucho.

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Ser filósofo es…

Decía el profesor Livraga que “la filosofía es una música que se hace con el alma, no un simple acopio de conocimientos y datos, sino una construcción armónica que relaciona las cosas y les da sentido, elevándolas a las regiones donde las cosas tienen sentido y la esencia invisible nos llena el corazón”.

Todos llevamos un filósofo en nuestro interior y puede ser nuestro mejor amigo.

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Un largo periodo de fiestas

Dicen que los españoles tenemos fama de disfrutar de muchos días festivos, aunque cuando luego te pones a contar, en otros países con fama de trabajadores como Francia o Alemania tienen más días de vacaciones que nosotros. Pero creo que el mes que va del 6 de diciembre al 6 de enero no lo supera nadie:

6 y 8 de diciembre. Es el entrenamiento para las vacaciones de Navidad, y para muchos el último viaje del año, aprovechando el puente del día 7 entre la festividad de la Inmaculada y el aniversario de la Constitución, y que seguro que antes o después hay un fin de semana para convertir el puente en acueducto, con cinco o seis días de vacaciones.

Del 15 al 20 de diciembre. Los niños celebran el fin de las clases y en las empresas se organizan las comidas o cenas con los compañeros, en las que felicitas la Navidad a todos los que has estado criticando el resto del año.

21 de diciembre. Ahora ya muy pocos lo celebran, pero antiguamente, los romanos por ejemplo, celebraban el día del solsticio de invierno, la noche más corta del año, o también llamada del Sol Invicto.

22 de diciembre. No, tampoco está marcada en rojo en el calendario, pero es el día del sorteo de la lotería en el que millones de españoles depositan sus esperanzas. El primer premio es casi obsceno (3 millones de euros), pero como todo el mundo juega pequeñas participaciones de muchos números, cuando te toca suele ser una cantidad suficiente para alegrarte y no agobiarte.

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El que llegó en verano

Hoy os quiero ofrecer un homenaje a un perro, escrito por la pluma de un paisano. Y quiero dedicarlo a otro paisano, a Canelo, el perro que esperó, durante doce años, en la puerta del hospital de Cádiz, a que algún día saliera su dueño, al que acompañaba siempre a la diálisis. Un día, Canelo murió. Y seguramente se encontró con su dueño, entre las nubes blancas del cielo.

Está sobre las hojas del otoño.
En el viento nocturno que las barre.
En medio de la helada solitaria.
En el radiante polvo del rocío.
En el ligustro verde de la cerca.
En las fresas silvestres escondidas.
Bajo el escudo abierto de las dalias.
Sobre la estrella del jazmín caído.
En la sangre jovial de las anémonas.
En las ardientes rosas derramadas.
Al pie de las coronas del granado.
En los brazos azules de los cedros.
En el negro perfil de los cipreses.
En el tiemblo de plata de los álamos.
Bajo la pleamar de los aromos.
En el aliento de los azahares.
En el áureo pezón de los limones
fijo en la luna de la primavera.
Entre los duros cardos del verano.
Bajo las repentinas tormentas del verano.
En las quemadas noches del verano.
En la sed del verano.
Porque llegó en verano.

No conocía el bosque.
Tampoco el bosque a él lo conocía.
Si, te tenemos miedo.
Nos inspira temor tu súbita presencia.
¿De dónde vienes y por qué a esta casa?
Mirabas serio y nada respondías.
Se sentó en el portal como un mendigo.
Después de varias noches:
puedes pasar. Pareces,
a pesar de tu rostro severo,
un buen muchacho.
Aquí tienes tu hogar. Un plato lleno
habrá para ti siempre en esta mesa.
Pero tú sonreíste de pronto y te marchaste,
bajo las casuarinas, con los niños.
De tanto en tanto desaparecías,
y eran largas las noches esperándote.

¿En dónde estabas? Nunca lo dijiste,
ni contaste el porqué de tus heridas:
aquella oreja casi desgarrada
o el navajazo aquel entre las ingles.
Pero eras fuerte, duro y obstinado.
Era la juventud lo que en ti ardía.
Te daba igual dormir sobre una estera
que en el lívido barro del camino.
Meses enteros te quedabas solo.
La soledad, en vez de ensombrecerte,
te llenó de una alegre valentía.
Todo el bosque te quiso. Enamoradas,
no dormían sin ti por todo el bosque,
rubio y veloz galán siempre encendido.

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¿Por qué no nos conformamos con ser?

¿Por qué buscamos respuestas, contamos lo que llevamos dentro, aprendemos a aprender y le buscamos sentido a la vida? ¿Por qué tenemos esa necesidad de transmitir, ya sea escribiendo, soñando con dar clases sobre lo realmente importante en la vida, o participando en terapias que ayudan al caído? ¿Por qué contamos y leemos en internet para encontrarnos con más gente que busca?

Al que vive no le basta vivir, al que muere no le basta morir, al que crece no le basta crecer, al que enseña, al que escribe, al que investiga, no le basta con ser. ¿Por qué?

Me contaron que por la angustia de la falta de respuesta, la angustia de vivir sin un sentido claro, como Unamuno. Me contaron que porque vamos hacia algo mucho mayor y que paso a paso, ampliando consciencia, conseguimos un mundo «global», «universal», “holístico», mejor, pero este no nos basta.

Me contaron que queremos rebasar el límite de nuestro propio físico caduco y el tiempo que nos prestan, entregando a otros lo que sabemos, bien en clases, escritos o gestos hacia los demás. Será el ego, será querer que a otros les sirva nuestro esfuerzo, quedar ahí de algún modo; no lo sé, pero ¿por qué ese afán?

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