Va por ellas

No quiero tardar más en dedicarle un texto a la mujer. Acaba de ser el día de la mujer trabajadora, y ya estoy retrasándome en recordar lo que vale la fémina. Aunque, como dice un amigo mío, no estaría de más que alguien dedicara unas líneas a resaltar lo que valen ellos, que con esto de las reivindicaciones por la igualdad se han quedado un poco de lado. Todo tendrá su momento.

Ahora lo que toca es recordar cómo son «ellas». Siempre me han recordado, no sé si por lo que les tocó ir contracorriente, a la gente de raza negra en Norteamérica. Son dos grupos sociales que respeto hasta lo más alto, como a otros que no vienen al caso. Todo aquel que ha conseguido lo que tiene luchando por sus creencias contra viento y marea nos tienen de su lado inevitablemente, ¿verdad?

Ellas son bonitas sin excepción, fíjate bien, pocas hay a las que no encuentres un encanto especial; o son seductoras o son encantadoras, o son simpáticas o son tiernas o inteligentes y espabiladas o soportan lo que no deben…

Nos sacan de nuestro tedio con un par de guiños, un buen guiso o una reprimenda merecida, según el rato. Si las ponemos a gobernar, su feudo o su país, suelen dejarnos claro que deberíamos darles alguna oportunidad más. Lo normal es que sean más bondadosas, más comprensivas y más justas. Lo normal, digo. No necesitan pavonearse ante el anfiteatro, es más su motor no ver sufrir a sus semejantes.

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Liberación, hogar y cuentos

Escuché ayer en la radio la entrevista que le hicieron a una escritora que había escrito un libro de recopilación de cuentos infantiles. Ella recordaba con agrado los cuentos que le contaban tanto su madre como su abuela cuando era pequeña. La locutora resaltaba la dificultad en nuestros tiempos para seguir esas bellas costumbres. Y pienso yo que no solo son bellas, sino educativas, de comunicación, de afecto, de comprensión: en suma, de transmisión entre generaciones de todo lo humano, de toda la enseñanza de la vida. De un valor inimaginable y actualmente no comprendido, no solo para el nieto o el hijo, sino también para la abuela y la madre.

Y pensaba yo qué había ocurrido para que hoy no se den esos momentos de calor y comunicación entre generaciones. Esos momentos de paz, de recogimiento, de verdadero calor de hogar, de verdadera comunicación entre padres e hijos y entre abuelos y nietos. Y pensé que eso (y otras cosas) solo pueden darse en el momento apropiado y en el ambiente apropiado.

Escuché una vez que las hadas y los elfos solo pueden manifestarse ante nosotros en condiciones muy especiales de sosiego, de paz, de pureza: en suma, penetrando en el hogar de la naturaleza. También os conté una vez cómo solo escuchamos a los ángeles en momentos en que nuestro interior está en un silencio y una paz profundos.

Y concluí que hoy no puede haber cuentos porque no hay hogares. Y enlazando con esta idea recordé cómo mi aspiración más profunda, que no me ha abandonado todavía, ha sido, y es, encontrar ese hogar perdido. Quizá ello me llevó a la melancolía que siempre me produjo cantar la cancioncilla del caballo blanco, así como a la añoranza de vivir algún día en una pequeña aldea donde todos los vecinos son de la familia y todos sus hogares, tus hogares.

Y creo que no hay hogares porque no hay mujeres cuidando de su fuego. Las mujeres han dimitido. O más bien, las han hecho dimitir de sus bellas tareas.

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Cal que neixin flors a cada instant

Recientemente oí a unos amigos cantando esta vieja canción, que me recordaba aquellos momentos entre el fin del franquismo y el comienzo de la transición. Me trajo muy buenos recuerdos en los que tanta gente joven recuperaba una esperanza por hacer nuevas cosas, por emplear una libertad que nunca habíamos disfrutado. Y por ese motivo quería traerla a esta sección.

Esta es una canción de esperanza, pero también de lucha, de voluntad férrea por conseguir aquello que se quiere con todas nuestras fuerzas.

Me llamaron la atención unas declaraciones de su autor, Lluis Llach, en las que decía que esta canción le había creado un pequeño trauma, hasta el punto de que había acabado cogiéndole manía. El motivo es que, mientras otras canciones suyas eran cantadas por su sentido reivindicativo en fábricas o manifestaciones, esta la había escuchado cantar en las iglesias, y escuchar esta canción interpretada por coros de monjas le producía «psicosis»…

Pienso que este hecho no debe ser interpretado como algo negativo, sino que demuestra la universalidad y trascendencia de su mensaje. Mensaje, que en palabras de L. Llach es «que la ilusión no se apague y que nos mantengamos siempre atentos a la belleza».

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IV certamen internacional por las víctimas del terrorismo

¿Qué ha pasado ayer, tantos ayeres? ¿Qué es esto? Me duele mucho por dentro.
¿Cuántos de mis hijos han muerto? ¿Cuántos de mis yos?
Sangre por un pedazo de tierra, no lo entiendo.
¿Merece la pena cultivar tierra manchada?
¿Merece la pena manchar tierra trabajada?
Cuando todo es sencillo, ando pero no veo.
Cuando toca lo negro, veo, y si comprendo, ando. Aprendo un idioma nuevo, uno que mira lo que ocurre desde más dentro, uno que une, porque entiende.
El sufrimiento ofrece mayor intensidad a los momentos posteriores, sean buenos o malos.
El sufrimiento ajeno aporta comprensión hacia los demás, acercamiento.
El sufrimiento ajeno, en masa, hace comprender la debilidad del ser humano, vulnerable como pocos; todos igual de vulnerables.

Por eso, cada vez que alguien intenta hacerme sufrir, matando a los que aprecio, y aprecio a todos los que se me parecen, en especie, oficio, idealismo o cansancio vital…
Cada vez que alguien consigue hacer sufrir a los que aprecio, me acerco mucho más a ellos, sigan o no vivos. Y me acerco mucho más a todos los que conozco y no conozco.
Por eso os escribo, porque quiero que sepáis, hermanos de esta extraña especie mía, que hoy estoy aún más cerca de vosotros.
Hoy me siento vosotros mismos; hoy me siento cualquiera de ellos…
Y no voy a olvidar, porque la herida siempre deja una marca en la piel, en la memoria y en el corazón.
Pero no voy a dejar crecer infección en la brecha abierta. La marca será limpia, será sana.
Entiendo el error que existe en las mentes ejecutoras, y entiendo que no deben transmitírmelo.
Por eso, no los odio, los compadezco.

El pasado

Siempre me preocupó la cuestión del pasado. Cuando se propone este tema de conversación, comprobamos que todo el mundo es sensible a él.

A todos les inquieta, sobre todo cuando pesan en la balanza de sus valores los diferentes aspectos del tiempo. Hay unos que dicen que el pasado no les importa, que solo el presente; otros, que el futuro es lo más decisivo, y en él solo hay que pensar y poner todas nuestras energías. Otros dicen que el pasado tiene mucha fuerza y que nos condiciona el presente y el futuro.

Yo a todos digo que gozo de una excelente mala memoria, con lo que todas las películas las veo por primera vez, y todos los paisajes, y todas las músicas. Solo he encontrado en mi vida (y me sorprendió, porque creí que era algo raro) a alguien que confesaba que le ocurría lo mismo y que lo valoraba (como lo valoro yo). Era Nietzsche, quien decía que agradecía a la vida su falta de memoria, pues así cualquier conocimiento tenía siempre la frescura de la primera vez.

A mi parecer, el pasado no es fijo. Compuesto como está de tejidos psicológicos productos de vivencias anteriores, si cambian los significados de aquellas experiencias, algo ocurre que modifica sustancialmente (o radicalmente) nuestro pasado.

Siempre hemos creído en la ilusión de que el pasado era fijo, el futuro inexistente y el presente fugitivo. Pienso ahora que nada más lejos de la realidad. Nada más movedizo que el pasado, ni más cambiante que el futuro. El pasado lo cambia la comprensión. Nuestras experiencias pasadas cambian su significado (o lo matizan) a medida que cambia nuestro nivel de comprensión. Sólo el que no cambia su apreciación de la vida  (está cristalizado) tiene un pasado fijo e inamovible. Su pasado siempre significa lo mismo para él. Generalmente, siempre lo recuerda muy bien y qué significó para él cada una de las cosas que le ocurrieron. No puede cambiar su pasado, como no puede cambiar su futuro, porque lo que le pase, o lo que viva, siempre tendrá un significado predeterminado por su manera cristalizada de afrontar las experiencias.

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Somos espejos unos de otros

Esta reflexión la he completado, más o menos, siguiendo un periplo de experiencias que vienen desde varios meses atrás. Primero llamó mi atención el diálogo de una película de danza. En ella, un maestro de baile le decía a su pupilo que está bien mirarse al espejo, pero sólo hasta que esa imagen reflejada pueda ser interiorizada en uno mismo, y así no depender de ningún espejo para saber si estamos haciendo algo mal. Más tarde hice algunas confesiones en un blog que resultaron no ser muy afortunadas por lo polémicas; entonces alguien me animó, con su comentario, diciéndome que no me preocupe, que está bien que nos expresemos con sinceridad y ver qué provocamos en los demás, pues todo filósofo necesita de un espejo, que son los demás, para verse a sí mismo.

Hace pocos días una buena amiga me dijo que a veces se veía reflejada en mí, con lo cual me recordó todas mis anteriores experiencias con eso de los espejos y las imágenes que se reflejan. Efectivamente, nos reflejamos en los demás, así lo creo yo también, y ese es, al menos, uno de los sentidos de las relaciones entre las personas, y mientras no surja dependencia es hasta bonito, pues en gran medida somos eso, espejos unos de otros donde mirarnos, imágenes que hablan de uno u otro. Y no solo por lo que nos digan de nosotros, sino porque vemos cómo reaccionan ante nuestros actos y palabras, lo cual nos lleva a reflexionar sobre nosotros mismos, y si hacemos daño a alguien nos preguntamos: ¿qué hay en mí que ha provocado tal efecto?

Pero como todas las cosas, al menos en este mundo de dualidades, esta idea tiene su contraparte, pues tampoco hay que olvidar que un espejo sólo refleja imágenes, y tampoco hay que confiar demasiado en ellas. Yo he conocido gente en la que me reflejaba y me devolvía una imagen de seguridad que me decía: «estas en lo cierto, tienes razón, te comprendo», pero al cabo de un tiempo me di cuenta de que no era tan así, que esa persona acaba por seguir su propio camino y que la imagen que entonces proyectaba sólo tuvo validez durante un tiempo, pero no para siempre. Es duro darse cuenta de eso, pero la soledad que queda al perder ese reflejo es lo real. La soledad y quizá la interiorización de nuestra propia imagen que nos permite seguir adelante, aun sin espejos…

Las cosas como son

Estoy rebuscando entre apuntes y libros de esos que vas guardando porque piensas: “algún día me vendrán bien, dicen cosas interesantes”. Y es que me han ofrecido echar una humilde mano en la preparación de un curso dirigido a aquellos que han sufrido mobbing. Mi objetivo se basa, principalmente, en la reconstrucción de la persona.

Han surgido textos que hablan de autoestima, de metas, de voluntad y discernimiento, de comprensión sobre cómo funciona el mundo, y todo viene bien, la verdad. Pero me quedo con este último “comprensión-aceptación”, o compasión positiva, como lo llaman los budistas.

¿Quién no ha pasado alguna vez por una gran decepción en la que no conseguía entender el comportamiento de las personas? La mejor herramienta que yo encontré para seguir adelante ante una situación así fue un curso de meditación de un lama, que me ayudó a “comprender” que los demás tienen motivos propios cuando actúan. Son motivos determinados por su pasado, por sus circunstancias y por sus creencias personales. Son vidas, como la nuestra, que no conocemos, y puede llegar a ocurrir que hagan cosas que no nos encajen. Pero casi siempre, si buscas un poco, los acabas viendo tan normales como tú, han hecho una burrada, o han cometido un error menor, y para ello tenían algún motivo, veían la situación desde algún lugar en el que tú no te encuentras, tienen un carácter determinado que les ha marcado y ahora son como son… tantas cosas influyen. No se trata de exculpar a nadie, ni de quitar hierro a las situaciones. El tema está en que, si comprendes por qué actúan las personas, dejas de relacionar esa decepción con la culpa (tu culpa o la del otro). No unes lo ocurrido contigo, sino con los motivos que a esas personas les ha llevado a actuar así.

Esto que cuento es muy ampliable al resto de nuestra vida, no solo a las grandes decepciones, incluso a la cotidiana y más real que ninguna. A veces, vivimos esperando que ocurra algo, hacemos imágenes sobre cómo deberían ser las cosas, y puede que eso sea un pequeño error que nos lleva a las desilusiones, daños, distancias.

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