El elefante y la estaca

Oí hace unos días una historia que contaba una mujer, cuya profundidad me asombró. Como no quiero olvidarla, aprovecho para compartirla con vosotros y de esta manera quedará fija en mi alma y espero que en la vuestra. Dice así:

Cuando era pequeña, me gustaba mucho el circo. Cuando veía su carpa, todavía casi en el suelo (las carpas son como hongos gigantescos, que crecen en días), atosigaba a mi padre para que no se le olvidara llevarme (igual que los hongos, desaparecen de un día para otro)

Recuerdo que contemplaba absorta a los animales feroces, al domador con su látigo, el león, el tigre, los elefantes…

Y siempre me sorprendió ver al elefante atado con una cadena a una pequeña estaca clavada en el albero. No lo entiendo –me decía a mí misma–, ese elefante enorme, poderoso, atado a esa pequeña estaca… Si yo los he visto en la tele, en plena sabana africana cuando, enfurecidos, arrancan un árbol de cuajo… ¿Qué obstáculo puede ser para él esa ridícula estaca? No lo entiendo.

Mamá, ¿cómo es posible que al elefante del circo lo tengan sujeto con una pequeña estaca cuando, siendo tan grande y tan fuerte como es podría arrancarla cuando quisiera?

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Víctimas y verdugos

¿Quién es la víctima y quién el verdugo? Algunas veces uno se cree víctima de un desaprensivo, o de un maleducado, por la sencilla razón de recibir insultos, o un trato injusto. Sin embargo, al reflexionar sobre la situación, al remontarnos e indagar qué provoca semejante conducta, descubrimos que la víctima no somos nosotros, al menos no solo nosotros, pues, muy posiblemente, lo que lleva a esa persona a insultarnos es una reacción defensiva, y el que se defiende es porque, antes, se sintió atacado; ya tenemos al verdugo convertido en víctima. La lógica de la mala leche sería que uno mismo reaccionase también en el mismo nivel y, a su vez, pasar de víctima a verdugo. Pero no es el caso, no cuando uno se esmera en ser filósofo e ir contracorriente.

Me sucedió hace poco, era de noche y estaba cansado, pero aun así le eché un vistazo a uno de los foros en los que, de vez en cuando, participo. Alguien había dejado un mensaje que, leído así a bote pronto, me pareció superficial y poco serio; no pude resistir el responder con cierta ironía, y hasta me sentí con todo el derecho del mundo a hacerlo.

La respuesta no se hizo esperar. Al día siguiente esa misma persona me devolvía la pelota pero aumentada, pasando de lo irónico al casi insulto. Rápidamente quise contestar añadiendo más leña al fuego, pero algo me retuvo. Por un instante me puse en el lugar de mi víctima, y vi que su reacción obedecía a una lógica. Entonces escribí un cuidadoso mensaje ignorando sus “casi insultos”, no sintiéndome víctima ni verdugo, sino juez, no para juzgar sino para ser justo.

Me viene a la memoria una frase de un filósofo valenciano. Dice algo así como que la convivencia se basa en la “verdad” y el “bien”, o lo que es lo mismo: en la sinceridad y el deseo de hacer el bien a los demás.

Así pues, releí lo que el día anterior me pareció superficial, y debo reconocer que no lo era tanto; por una frase desafortunada, ese texto tenía cinco que no lo eran, y hasta una de ellas me dio que pensar. En esa línea, sincera y humilde, respondí a la agresividad de su escrito, y hasta acabé recibiendo un pequeño regalo.

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Confrontación

Sé que me meto en un buen lío escribiendo un blog de filosofía acerca de una palabra que está en la actualidad política. Un sector político acusa al otro de fomentar la confrontación entre los españoles y los otros acusan de mantener un clima prebélico, refiriéndose a la Guerra Civil (o confrontación armada) del siglo pasado. Fuera de España la situación no es distinta, y el mundo está lleno de confrontaciones, bien sea por los distintos terrorismos o por los que intentan protegernos de ellos. Así, los líderes políticos son recibidos constantemente con un enorme clima de confrontación donde quiera que lo visiten, y peor es si realizan una reunión de un grupo de dirigentes, ya sea de la OTAN, del Banco Mundial o de cualquier unión de países, porque, aunque debería ser plausible que los dirigentes mundiales se reúnan para lograr una política común, siempre hay gente disconforme y que aprovecha para confrontarse con todo y contra todo.

¿Pero de dónde viene la palabra confrontación? Usaré referencias serias, porque para la Wikipedia confrontación es un disco de música y para el Google es un blog. No, por favor, dejémonos de tonterías porque así lo único que logramos es conseguir la ignorancia, que era para Platón la definición de maldad. Confrontar tiene básicamente dos significados para el Diccionario. Por una parte, cotejar una cosa con otra, y por otra, carear una persona con otra.

Para mí, desde el punto de vista filosófico y utilizando los métodos socráticos, ambas acepciones son similares. Filosóficamente la confrontación nos debe ayudar a sopesar una opinión con otra, un aspecto con otro diverso o contrario, con el objeto de lograr mejorar nuestro conocimiento. En el caso de las personas se trata de un careo, en el que se «pone a una o varias personas en presencia de otra u otras, con objeto de apurar la verdad de dichos o hechos». En el caso de las cosas o de las ideas, es exactamente lo mismo, y a lo que Sócrates llamaba mayéutica.

¡Qué lejos estamos de un mundo gobernado por filósofos, en el que la confrontación se utilizara para avanzar en el descubrimiento de la verdad! Ahora, la confrontación se utiliza para el enfrentamiento, en la acepción, no de poner frente a frente, sino de «hacer frente al enemigo».

Confrontemos nuestras ideas, pero unámonos para conseguir alcanzar lo mejor para todos

De absoluta actualidad

Algunos mágicos y serenos momentos el trigo acaricia nuestras rodillas, aire con la temperatura perfecta repasa nuestro rostro y nuestra ropa, los pulmones crecen todo lo que pueden a la par que la sonrisa, guiados por la alegría interior que nos genera sentirnos en armonía.

A veces nos sentamos en el suelo para seguir siendo, observar tranquilos lo que es con nosotros y apoyar nuestra espalda en un tronco grueso, fuerte en sí mismo. Un árbol que pasa inadvertido, pues no se mueve demasiado, nos da el respaldo que precisamos sin queja, reclamo ni inconstancia.

Ese árbol, que parece inerte al lado del ruidoso río, tiene un alma tan vieja como la mía, mas su sabiduría le hace no precisar de muestras excesivas. Se expresa, sabe, sólo hay que hacer silencio y comenzaremos a oír sus palabras, de las más sutiles y más sabias, las que se escapan al ser.

Cada día, cada noche disfrutamos el momento en que nuestro lecho nos acoge. En ocasiones, ese lecho tiene brazos serenos, otras, manos ligeras en su movimiento o profundas en sus intenciones. Nos cuenta: «estoy aquí, déjate caer, no darás contra suelo duro ni sábana fría, yo limpio de dificultad tu descanso para que tus sueños sean reconfortantes».

Una madre nos cuida cuando ya no está madre, se levanta en la noche por nosotros, trabaja para los nuestros, guía en las tormentas hacia mí misma, sabe esperar más de lo que yo nunca seré capaz, es la roca más alta sin la cual el halcón no sería el ave con la mejor situación, sombra si el sol amenaza, manta si el frío acecha, piernas si el cansancio vence, termómetro de mi ánimo.

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Fantasía coral

Os ofrezco hoy el texto del canto coral incluido en la Fantasía Coral para piano y orquesta, de L. van Beethoven.

Si queréis disfrutarlo en vuestra casa, podéis buscar la fantástica versión interpretada en directo por Daniel Barenboim, al piano y la dirección de la orquesta Berliner Philarmoniker y del Chor der Deutschen Staatsoper.

En el mismo disco está el Concierto Triple, también escrito por Beethoven, dirigiendo Barenboim la misma orquesta citada y participando además como solista al piano, junto con Yo-Yo Ma al violonchelo e Itzhak Perlman al violín.

Imprescindible para los amantes de la música en general y del genial Beethoven en particular. Continue reading

La teoría del 50%

Esta simpática teoría, o al menos eso les parece a los que se la he explicado, no es nueva, ni mucho menos mía, es fruto de muchas lecturas, reflexiones, vivencias, sentimientos trágicos y también alegrías. Es tan sencilla, tan de Perogrullo y “lógica” que parece hasta infantil, pero mira por dónde, hoy por hoy estoy dispuesto a defenderla contra viento y marea, a contracorriente, que es lo mío. Como decía al principio, e insisto en ello no sea que luego me acusen de vanidoso, no es un invento mío, lo único que he hecho y seguiré haciendo, es ir reuniendo enseñanzas y experiencias bajo la luz de mi propia coherencia, que como le dije hace poco a un amigo cuando me preguntó: Según tú ¿cómo crece el ser humano?, respondí sin pensármelo dos veces: sumando coherencias, sumando coherencias. Por supuesto le decepcioné, él esperaba otra cosa, pero eso me lo guardo para otro blog.

Podríamos empezar diciendo que, tal y como nos cuentan varias mitologías, al principio existía la nada inmanifestada, y que de un metafísico “estornudo” (¿big-bang?, ¿aliento del dios Brahma?) aquello que no era de pronto fue, y se expresó en la existencia de dos maneras: como espíritu y como materia. Por lo tanto, ambas serían hermanas, ambas tendrían su realidad digamos… ¿al cincuenta por cien? Pero claro, eso sólo es un mito y algunos de los lectores se sonreirán ante tan pueril exposición. Vayamos, pues, del macrocosmos mitológico al microcosmos científico, a la vida con su riqueza infinita de formas materiales. Hace ya tiempo que los científicos no salen de su asombro ante los descubrimientos de la física cuántica. ¿Qué es la materia? ¿Campos vibratorios con propiedades de onda que escapan a la lógica de la física mecánica? ¿O una agrupación de partículas perfectamente visibles y mensurables en el espacio y el tiempo?… ¿Lo dejamos en un cincuenta por cien?

Pero confieso que todo esto me dejaría indiferente si no tuviera una aplicación ética a nuestras vidas. Si tales ideas no modificaran nuestra propia manera de relacionarnos con aquellos que nos rodean ¿de qué servirían? Y eso, precisamente, es para mí lo más interesante de esta teoría que, por otra parte, podría explicar otras muchas cosas. ¿Cómo nos relacionamos con los demás? Buena pregunta. Si somos de esos que creen tener la verdad sobre la vida e imponen su criterio sin escuchar al otro, sin tenerle en cuenta, sin una mínima sospecha sincera de que el otro pueda aportarnos algo interesante… entonces no seguimos la teoría del cincuenta por cien. Esta teoría entiende que la vida tiene su realidad, que las personas tienen su realidad, es decir, su verdad, y que por lo tanto merecen nuestra atención y respeto en el porcentaje que les corresponde. Algo de eso apuntaba ya mi blog sobre «El camino del corazón» y el de «Las tres visiones».

Tomen buena nota de esta teoría, pues dará que hablar (pasad la voz), especialmente los fanáticos de toda índole, sea futbolera, política, religiosa o filosófica, y sobre todo, recordad que esta teoría sólo es válida… ¿en un 50%?

Deslocalización

Nos estamos acostumbrando a esta rara palabreja. Se trata de trasladar un centro de trabajo de una zona a otra, generalmente de un país a otro y últimamente de un extremo a otro del planeta. Ahora es más común porque gracias a la liberalización de aranceles y de fronteras económicas, el mundo se ha hecho más global. Y digo esto sin sorna, porque es insólito que además de las fronteras naturales los hombres establezcamos entre nosotros fronteras políticas y económicas. Me diréis que de alguna manera hay que regular la avalancha de movimientos masivos de gente de una zona desfavorecida a otra más rica. Pero en este argumento se asientan las ideas de conveniencia y de falta de confianza: falta de confianza porque no queremos que el esfuerzo traducido en riqueza que hemos generado para nuestra zona (ciudad, región, país, continente) sea aprovechada por otros que no contribuyeron a ello; conveniencia porque se permite que los gobernantes corruptos de países supuestamente pobres vivan de la explotación de la miseria de sus habitantes. En fin, una difícil cuestión.

Hace muchos años los españoles tenían que emigrar a Francia o Alemania para conseguir trabajo, pero a finales de los 80 y en los 90 se crearon suficientes trabajos para que empezara a llegar gente de fuera para cubrir las necesidades. Desde finales de los 90 y en este nuevo siglo dejaron de crearse nuevas industrias, y poco a poco muchas de las que había han ido trasladándose a los países del este. Lo curioso es que Hungría o Polonia han visto cómo algunas empresas se trasladaban a China y estos a su vez temen que se vayan a Filipinas o Vietnam. ¿Qué será lo siguiente? Porque parece que tanto Sudamérica como África no salen de su pobreza, subdesarrollo y letargo. Lo siguiente nos parece ciencia ficción. Los medio-esclavizados orientales serán sustituidos por robots (¿sabíais que robot es una palabra checa que significa esclavitud?) y quizá ya no hagan falta tantos trabajadores. Hasta que los robots «se harten» y exijan sus derechos. No sé bien cómo encajará esto en el actual sistema capitalista, que necesita que todos tengamos un trabajo para fabricar cosas que no nos hacen falta y así podamos obtener un dinero que utilizaremos para comprar lo que no necesitamos. Si tanta gente en España deja de trabajar en la industria o en el campo, y aunque aún seamos más ricos que nuestros vecinos del Sur, ¿de qué vamos a vivir a largo plazo? No sé, no lo entiendo.

Ayer se anunció que otra fábrica se cierra en España, además en una de las zonas con más paro de España. Más de 4000 familias que dejarán de recibir su sueldo mensual. Un día triste para la provincia de Cádiz, que no merece estos empresarios ni estos políticos.

El transmisor de ideas

Es ahora una mesa lo que habito cada mañana. Una redonda, cubierta de melamina gris, silenciosa y compañera. Es la última de una hilera de ellas, la que está más arrinconada, más íntima, casi escondida entre la extensa población de libros apoyados uno tras otro, estante sobre estante.

El multitudinario silencio llena este lugar en que la palabra demuestra su poder, una biblioteca de barrio, actual y con sabor. Curiosa mezcla de irresistible atractivo.

En cada descanso tras un par de horas trabajando, doy un paseo que resulta necesario y reconfortante. Leo títulos al azar y me detengo ante algunos con buen sonido: «El juego de la vida», «La felicidad según Séneca», «Reflejos del cosmos», «El arte de la impermanencia», «La obra poética de Luis Cernuda», «Cordura y locura en Cervantes»…

En cada uno una ojeada, un momento de intriga y enseguida otro de decepción o, si hay suerte, de disfrute que lo hace recomendable bien para la sección de reseñas, bien para deleite propio.

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