Releyendo la brillante reflexión sobre las sectas escrita por la Directora Internacional de Nueva Acrópolis, he estado pensando en la facilidad con que las palabras cambian de significado, según el momento histórico o la ocasión. Aunque todas las religiones, partidos políticos e incluso escuelas de filosofía nacieron separándose de una entidad o un tradición existente, es decir siendo una secta o sección de la rama ortodoxa, hoy se utiliza la palabra secta para descalificar cualquier grupo que propone otra forma de afrontar la realidad. De hecho, las connotaciones sectarias son casi delictivas y así queda en el uso popular de esa palabra, que se emplea contra cualquier grupo al que se quiere condenar por su «peligrosidad». El término «sectarismo» está cargado de significados como odio o intolerancia y por supuesto la defensa del bien propio del grupo o de sus dirigentes contra el bien de la sociedad en general.
Otro de los posibles orígenes de la palabra «secta» hacen referencia al latín «sectator» o seguidor de una determinada doctrina. Tanto si una secta es un grupo «separado» o «seguidor» de una determinada doctrina, por influencia religiosa se relaciona con herejía (del griego «hairesis«, elección) que luego pasó a significar una desviación de la doctrina oficial.
En cualquier caso, actualmente es un término peyorativo que se utiliza como arma arrojadiza contra cualquier grupo humano cohesionado y que pretende cambiar los valores de la sociedad a la que critica. Nada nuevo en la historia de la Humanidad: lo que ayer nació como secta, hoy, en el poder, se convierte en el azote de otras «nuevas sectas». Y que conste que no estoy pensando sólo en religión, sino en política e incluso ciencia o arte.
¿Por qué me preocupa ahora el tema de las sectas? Hace algún tiempo escribí acerca de lo harto que estaba de las críticas sin fundamento a Nueva Acrópolis, llenas de prejuicios y faltas de un análisis serio y directo de lo que es Nueva Acrópolis. Una de las acusaciones más corrientes que se hacen contra Nueva Acrópolis es la de ser una secta. Sin embargo, como leemos en este blog de Nueva Acrópolis titulado La fuerza del ejemplo, «Nueva Acrópolis no es una secta, pues su planteamiento filosófico y humanista lo aleja completamente de posturas cerradas, fanáticas y excluyentes».
Para mí está claro que quien no quiere detenerse a pensar, acusa de secta o comportamiento sectario a los que no entiende. Pero también es posible que lo utilice quien quiera tener entretenida a la gente creando un enemigo al que atribuir todos los males. Piénsalo, ¿no querrán matenernos distraídos?