Pirrón, el escéptico

Pirrón tampoco ha sido uno de los filósofos más «populares» de la historia. Pero el escepticismo, la doctrina que él propugnó, ha observado un reciente auge, sobre todo en aquellos que empiezan criticando cualquier «saber» no científico y terminan por no aceptar nada que no pueda ser comprobado por la ciencia que ellos defienden. De esto ya hemos hablado en otra ocasión con dispar suerte.

Curiosamente, el escepticismo que propugnó Pirrón no es el que ahora se toma por tal…, pero primero vamos a ver quién fue este personaje.

Pirrón (360-270 a.C.) nació en Elis, al sur de la península del Peloponeso, al igual que el célebre sofista Hippias, contemporáneo de Sócrates, a quien Platón dedicó dos de sus diálogos y que se jactaba de saber de todo y de proporcionar a sus alumnos herramientas dialécticas para ganar cualquier discusión. Curiosamente, Pirrón tomaría una actitud radicalmente distinta.

Acompañó a Alejandro el Grande en sus conquistas en Oriente. Se dice que estudió con los gimnosofistas en la India y los magos en Persia. A su regreso adoptó una vida de soledad, viviendo en la pobreza, siendo honrado por sus conciudadanos de Elis, e incluso por los atenienses, que le concedieron la ciudadanía.

Pirrón no dejó ningún escrito y lo que de él conocemos proviene de su discípulo Timón de Phlius. Se interesó por la filosofía práctica: el escepticismo que propugnó no tenía interés especulativo, sino solo como una búsqueda de la felicidad, para escapar de las calamidades de la vida.

Para algunos, Pirrón realmente no fue un escéptico sino un antidogmático. Y precisamente nos han llegado las críticas y sátiras contra él vertidas por los dogmáticos: se decía, por ejemplo, que tenía que ir siempre acompañado por algún discípulo, puesto que en su escepticismo extremo no se apartaba de un carro que venía en dirección contraria, puesto que dudaba si era cierto o no, o que no se detenía ante un precipicio, que tampoco le parecía que existiera con certeza.

Para no alargarme en exceso, solo añadiré dos puntos más: cómo el escepticismo puede convertirse en una doctrina ética y por qué el escepticismo clásico no tiene que ver con el actual.

La posición ética proviene del siguiente planteamiento:

Nada es en esencia verdadero o falso: solo lo aparenta. Tampoco nada es bueno o malo de por sí. Solo la opinión, la costumbre o la ley lo hacen así. El sabio no debe preferir una u otra cosa: las acciones son el resultado de la preferencia y esta está basada en la creencia de que una cosa es mejor que otra. Por ejemplo, si voy hacia el norte, es porque pienso que es mejor que ir hacia el sur. Si suprimo esta creencia, y viendo que una u otra opción son idénticas, entonces no iré a ninguna dirección. La completa supresión de la opinión nos lleva a la supresión de la acción: esto nos llevaría a una apatía, un «quietismo». La apatía nos hace abandonar el deseo. Puesto que la infelicidad consiste en no poder conseguir lo que deseamos o perder lo que hemos conseguido, si el hombre sabio está libre del deseo, también se libera de la infelicidad.

Como podemos ver, hay cierta reminiscencia de enseñanzas orientales en esta tesis: algo de recta acción del Bhagavad Gita (llevada al extremo), un poco del wu-wei (no acción) de Lao-Tsé, bastante de la ataraxia de los estoicos, la practicidad del budismo y su liberación del dolor y del karma, etc.

En cuanto al escepticismo actual, existe una gran diferencia con Pirrón. Para este es imposible conocer las cosas en su verdadera naturaleza, cómo son realmente, conociendo solo cómo se nos aparecen. Dado que la información que nos llega a través de los sentidos es aparente, no hay ninguna razón para afirmar que una aserción es más verdadera que la contraria. La única postura coherente es suspender el juicio intelectual (epoché) y no decir nada (aphasía). Pero el escepticismo moderno se ha convertido en un nuevo dogmatismo: solo lo que nos muestran los sentidos es verdadero; el resto de los métodos de conocimiento son patrañas, como estos personajes denominan a lo que no les da la razón

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