El protagonista

 

Su mirada recorrió lentamente el escenario; no le estaba gustando la obra, el actor no era creíble, demasiado afectado. La voz demasiado engolada, excesivamente alta como el estridente canto de las chicharras del verano, lo fueron llevando a una suerte de adormecimiento mientras sus ojos seguían recorriendo el escenario en busca de algo, en busca de sentido.

Y en su imaginación él se convirtió en el protagonista; ahora su voz era suave, sus gestos más naturales y no llevaban al adormecimiento sino a una suerte de atención que despertaba a los espectadores.

Ahí estaba él, valiente, generoso, digno, una suerte de héroe, ¡un verdadero actor!

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Dos pinceladas

 

Dos pinceladas, es todo lo que necesito. No me des demasiados detalles, no me describas exhaustivamente al personaje, deja que mi imaginación rellene los huecos que dejó tu relato. Ese mechón que cae melancólico sobre la frente me permite ver a ese joven pensador que es tu protagonista. Deja que sea mío también, permíteme adueñarme de tu creación, yo solo soy un lector, pero un lector activo.

Pero sí, detente en los pequeños detalles que pintan el paisaje de tu historia, como esa rosa antigua de llamativos pétalos pero que solo son cuatro, o la exuberante rosa aterciopelada de apretada y perfumada corola.

Escribe tu historia, pero déjame que yo, al leerla, la haga mía; la construiremos juntos y, probablemente, tu joven pensador y el mío tendrán diferentes rostros en nuestra imaginación pero su alma, el alma de tu personaje, será también mía.

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La idea

 

 

Había una idea que saltaba en mi mente, como si tratara de jugar conmigo, a veces casi la atrapaba, pero nunca era el momento oportuno para plasmarla en un papel, en un acto, en una canción, a pesar de que cuando se asomaba me la repetía interiormente para no olvidarla. Pero al llegar a casa se había esfumado.

Poco a poco la idea se fue durmiendo en mi interior y no pude encontrarla. No era capaz de hacerla brotar, no podía exprimir mi mente para que la derramara.

Muchas veces pienso en aquella idea que me encantaba, que me ayudaba a vivir, que me hacía sentir mejor y como un destello me parece sentir dentro de mí que la idea despierta, pero tan brillante como fugaz apenas me da tiempo de asirla.

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Para qué y hacia dónde

 

El «para qué» nos da una finalidad, y el «hacia dónde» nos indica los pasos a recorrer y el sentido en que habrá que recorrerlos para que nos conduzcan hacia la meta propuesta. Sin dirección, nuestros actos corren el riesgo de diluirse en cualquier hueco del espacio y del tiempo, acrecentando la angustia al comprobar que no podemos conseguir objetivos concretos (DSG Qué hacemos con el corazón y con la mente).