
No hay crítica más constructiva que ponerse a trabajar en aquello que creemos bueno y posible. El ejemplo sigue siendo la mejor de las enseñanzas, la mejor demostración y el más acabado argumento (Delia Steinberg Guzmán, El héroe cotidiano).
Terminaba el aseo diario cuando me apercibí de una extraña vibración en el lavabo. Me detuve, lo toqué y comprendí que la vibración procedía de otro lugar, Y busqué y busqué hasta darme cuenta de que era el vaso de los cepillos de dientes el que vibraba. Pero no, ¡no era el vaso! Lo que se movía era mi cepillo de dientes eléctrico, que seguía funcionando dentro del vaso.
Después de reírme un poco de mí misma y de mi búsqueda del origen de la vibración, otra búsqueda se abrió paso en mi mente con las mismas palabras: el origen de la vibración, recordando así algunas doctrinas orientales muy antiguas que expresan sus teorías sobre el comienzo de la creación en un punto, un punto que cuando comienza a vibrar es el origen de todo lo creado.
Y volví a mi cepillo: el lavabo vibró porque la vibración del cepillo se transmitió al vaso y de este al lavabo…, pero había sido activado previamente —por mí—, es decir, que antes de la vibración alguien lo puso en marcha. Es más, antes de esto alguien lo había ideado, lo había creado, dado una función y una forma determinada.
La tarde otoñal cae, se insinúa el invierno. Tú y yo compartimos un café calentito mientras charlamos. Nos conocemos hace mucho, así que dejamos que las palabras vuelen y que sus alas nos trasladan a lugares imaginarios, a situaciones imposibles, a recuerdos queridos. Y de este modo alcanzamos territorios donde todo es posible, en los que residen ideas maravillosas.
—¿Qué te parece si hacemos un ejercicio de imaginación y traemos a nuestras charlas a alguien de nuestros sueños, alguien interesante? —digo interrumpiendo el repentino silencio.
—¿Interesante?, ¿cómo de interesante? ¿Acaso yo no te parezco bastante interesante? —dices sonriendo.
Eran dos personas muy distintas y, sin embargo, se atraían con esa fuerza irresistible de lo diferente.
Al principio fue como el baile previo al gancho demoledor que podemos ver en el boxeo. Rodeándose, se medían, mientras a su alrededor todo eran advertencias:
—¡Ten cuidado! Tiene muy mal carácter.
Su mirada recorrió lentamente el escenario; no le estaba gustando la obra, el actor no era creíble, demasiado afectado. La voz demasiado engolada, excesivamente alta como el estridente canto de las chicharras del verano, lo fueron llevando a una suerte de adormecimiento mientras sus ojos seguían recorriendo el escenario en busca de algo, en busca de sentido.
Y en su imaginación él se convirtió en el protagonista; ahora su voz era suave, sus gestos más naturales y no llevaban al adormecimiento sino a una suerte de atención que despertaba a los espectadores.
Ahí estaba él, valiente, generoso, digno, una suerte de héroe, ¡un verdadero actor!
Dos pinceladas, es todo lo que necesito. No me des demasiados detalles, no me describas exhaustivamente al personaje, deja que mi imaginación rellene los huecos que dejó tu relato. Ese mechón que cae melancólico sobre la frente me permite ver a ese joven pensador que es tu protagonista. Deja que sea mío también, permíteme adueñarme de tu creación, yo solo soy un lector, pero un lector activo.
Pero sí, detente en los pequeños detalles que pintan el paisaje de tu historia, como esa rosa antigua de llamativos pétalos pero que solo son cuatro, o la exuberante rosa aterciopelada de apretada y perfumada corola.
Escribe tu historia, pero déjame que yo, al leerla, la haga mía; la construiremos juntos y, probablemente, tu joven pensador y el mío tendrán diferentes rostros en nuestra imaginación pero su alma, el alma de tu personaje, será también mía.