En estos días ha fallecido un niño de una compañera. Es una tragedia grande, sobre todo para una familia con un solo hijo.
Se supone que deberían sobrevivirnos los que son más jóvenes que nosotros.
En realidad, esto pasa cada día en otros países y por centenares, incluso por causas mucho más tristes, como el hambre. Dicen algunos que antes era algo normal, que los hijos se te morían y tú aprendías a aceptarlo como parte de la vida. Sin embargo, me cuesta un poco creer que algo así se llegue a aceptar. Una cosa es que no te quede más remedio que seguir andando, otra que comprendas lo que ha ocurrido, pero estoy segura de que ya no eres la misma persona.
¿Adónde van los niños? ¿Por qué vienen para irse tan pronto?
Los orientales nos dicen que vivimos para aprender, y yo añado y para enseñar. Según ellos, el niño que murió hace unos días, o todos los que se van cada día, tendrían algo que mostrarnos a los que estamos a su lado.
Aprendamos, pues, lo que nos toque (que la pureza existe y un día la tuvimos, que no son necesarias tantas cosas para tener una ilusión continua, que la vida sí tiene sentido, por más corta que sea), y haremos que su tiempo junto a nosotros haya sido realmente útil, además de una delicia.
Por los niños.