Alguien tenía que hacerlo. De entre los que escribimos en el blog, alguno tenía que dirigir el foco de sus reflexiones hacia el tiempo, esa dimensión que parece ser elástica por más que los relojes maquinales y sus inventores se empeñen en otra cosa. Ya lo expuso Einstein y demostró que para un viajero del espacio las horas no corren igual que para el sedentario terrícola, y he ahí la cuestión: ¿por qué el tiempo es relativo? ¿Qué relación hay entre espacio y tiempo? ¿Por qué a veces las horas se resisten a pasar, otras van demasiado deprisa y otras se eterniza ese instante? ¿Existe en realidad el tiempo o es una apreciación subjetiva? Que me perdonen los racionalistas y los científicos si digo alguna barbaridad, pero es que mi reflexión no pretende ser ni lo uno ni lo otro.
Una de mis películas favoritas es la protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell, “Atrapado en el tiempo”, aunque también es conocida como “El día de la marmota”, por contar la historia de un reportero de televisión que va a cubrir la noticia de una fiesta en que la marmota del pueblo despierta, lo cual hace una aguda referencia al estado de sarcasmo en que se haya el protagonista. Murray se levanta todos los días a la misma hora y en la misma fecha para hacer el mismo reportaje durante años… hasta que algo cambia en él, transmuta su actitud sarcástica y egoísta en generosidad, y consigue recuperar su futuro…
Dicen viejas enseñanzas que el tiempo es “la eternidad extendida en el espacio”, que antes de la existencia todo se resumía en… ¿un punto? Pero que al moverse generó un espacio y con lo que se tarda en recorrer tal espacio nació el tiempo. También dicen esas enseñanzas que todo es cíclico y que retornaremos a ese punto inicial, al igual que la respiración de Brahma en su inspirar y expirar. Si todo ello es cierto, nos están diciendo que, de alguna manera, el espacio y el tiempo son una ilusión por la que transitamos, que cuanto más nos movemos y enredamos en el espacio de la existencia, y en una dirección equivocada, más atrapados estamos en las horas, y más lejos de recuperar nuestro futuro, ese “instante eterno”.