Como dice la física cuántica, si estudiamos una partícula de luz en un momento concreto y en un espacio de coordenadas fijas, obtendremos un conocimiento parcial, pues estamos descartando la naturaleza de la luz como onda que se expresa simultáneamente en varias direcciones. Aplicado al hombre, se podría decir que no podemos saber quién somos, de manera amplia, si nos observamos un momento determinado de nuestra existencia, descartando nuestra propia expresión como onda, es decir, en los múltiples aspectos de las posibilidades que hay en nosotros, y a su vez, estas, visualizadas con la perspectiva del tiempo, dejando una puerta abierta a los ciclos que todo lo rigen, que son como los latidos de la existencia miremos donde miremos, el sístole y el diástole, el día y la noche, la primavera y el otoño.
Esta reflexión viene a cuento, y a “consolar”, la manera en que sufrimos los ciclos en nuestra propia piel. Es algo que conozco desde hace tiempo, es algo que casi todos sabemos, y sin embargo, caemos en ello una y otra vez. El aprendizaje, el tomar conciencia de las cosas, el crecer de verdad como persona en el sorprendente camino que nos lleva a ser, pasa por los vaivenes de los ciclos. Se parece al acto de comer: elijes los ingredientes, los cocinas a tu gusto, lo comes con alegría… y de pronto la sangre desaparece de la cabeza para irse al estómago; así es el proceso de digerir, de separar lo que nos alimenta de aquello que nos intoxica.
De la misma forma vamos por la vida, eligiendo experiencias o “comiendo” aquellas que la vida nos ofrece, seguros de nosotros mismos mientras la sangre aún riegue nuestro pobre cerebro, mientras nuestros esquemas estén básicamente intactos desde la última digestión que ya olvidamos, ufanos de que nuestra cosmovisión de la existencia debería impartirse en todas la universidades del mundo, ignorantes de cómo nos ven los demás en ese momento de euforia y seguridad. Pero parece que todo se confabula para que aceptemos vivir en la incertidumbre, pues una vez más de pronto nos sucede algo, leemos un libro, se nos tuerce una vivencia, hacemos un viaje, nos dan una paliza… cualquier cosa puede ser, y entonces se nos bajan los humos, se nos rompen los esquemas y toda nuestra energía se centra en resolver lo que ha pasado, nos convertimos en misántropos durante un tiempo, hasta que nos construimos un nuevo esquema, más complejo, más certero, el definitivo… y vuelta a empezar.
Qué maravillosa aventura es vivir.