Aire del norte

Como tantos hacemos, voy guardando frases que me llegan adonde solo la magia llega. Una de ellas habla sobre la felicidad y dice algo así como que ese preciado bien no se basa en una euforia constante, imposible por otra parte si la vida es vida, sino en sentir la serenidad de que se han tomado las decisiones adecuadas.

Ahí quedó la frase, en mi nevera, junto con fotos e imanes que evocan viajes y que gusta repasar de cuando en cuando. A veces, en paseos tras un logro que ha costado, tras un momento difícil con resultado satisfactorio, tras un paso hacia delante dado sin mirar atrás, me viene un aire del norte que me susurra esa frase, aquella frase. Y con ello, la verdad que encierra se hace un poco más consciente.

Y aunque esa brisilla y yo ya nos hemos hecho amigas y con ganas la acojo según la presiento, que se quede a mi lado no es un propósito sencillo. Los días pesan, las circunstancias lastran. Si no recordamos y dejando de creer en lo que podemos ser, no caminamos hacia ello, las piedras se hacen mayores que nosotros en el camino.

Mas a mi amiga ya le he encontrado una puerta. No una grande que dé al salón, sino un acceso lateral a los pasillos. Tal acceso consiste en andar con los ojos del alma bien abiertos, en ir más que haciendo las cosas, construyéndolas, más que recordándolas, pensándolas, más que porque sí, con intención, más que comiendo, saboreando. Hablo de poner la atención en lo que ocurre, pero no solo para vivirlo con consciencia, sino para comprender.

Esa puerta lateral o ventanuco, qué más da mientras dé acceso, es saber por qué pasan las cosas, por qué las personas son como son, por qué nuestro día es el que es, distinguir de entre lo que tenemos, lo que hemos elegido y con ello darnos cuenta de por qué estamos donde estamos; saber que aún soñamos y cómo conseguirlo y no dejar de dirigirnos hacia allí. Así, comprendiendo, nada es bueno ni es malo, simplemente es lógico el color de cada cosa. Veo por qué las plantas son verdes y no lucharé para que sean rojas; veo también que mi piel se torna según la cantidad de sol a que la exponga, y sabiendo, comprendiendo, camino más tranquila.

No sé, no sé bien si esta certeza de por qué ocurren las cosas, que me permite disfrutarlas, y la serenidad y luego felicidad de las que habla aquella frase, son en verdad una misma cosa, pero puesto que tal puertecilla ha llegado tras una gran guerra interior, la bautizaremos Paz.

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