Eire

Es un lugar entrañable, pintoresco, delicioso. Habría que inventar adjetivos para poder describirlo con precisión. Propio es otra de las palabras que le encajan, propio por los paisajes, por la gente, por la música, por su historia. Druidas, celtas y normandos te acompañan al caminar entre sus senderos. Los notas en lo denso del clima y en lo limpio del ambiente, un limpio cálido, y mojado, un limpio cercano, tan suyo que no cuesta hacerlo nuestro.

La edificación más misteriosa: Newgrange o Knowth, construcciones neolíticas circulares labradas, de poca altura y casi 20 metros de diámetro, herméticas a la entrada de luz, construidas con piedra, sin argamasa, con un único orificio en el centro del techo por el que solamente durante los primeros diecisiete minutos del solsticio de invierno cada año, pasa la luz e ilumina cierta pared. Misterioso, ¿verdad? Sí, es otro de los apelativos que te transmite esta tierra.

Los lugares más sugerentes: Killarny, Rock of Castle, Glendalough, Kilkeny, Cliffs of Moher, montañas, castillos, lagos, mansiones, senderos, acantilados, bosques, cementarios sagrados abiertos, sin muros que los contengan, sin más barreras que el campo ilimitadamente abierto y verde, exponen en lo alto de las colinas sus cruces celtas al viento, a los innumerables cuervos que habitan estas zonas y a las miradas de los inevitables admiradores de la cultura sentida.

Música para recomendar: The essential «celtic woman» collection, del tipo live music que a tan contagioso o melancólico ritmo suena cada noche en los pub del lugar; pero sin guinness.

Instrumentos para practicar: el bhodram (enorme pandero decorado en madera y piel de cabra) y la flauta; sencillos y sonoros.

Es Eire, como hace ya 3500 años la denominó el pueblo celta. Hoy ese sigue siendo su nombre gaélico. Es imposible no quedarse en Irlanda; con Irlanda; no llevarla contigo en la retina a ojos cerrados, en tu piel o en tu memoria. Las palabras se suceden al pensar en ella: espiritual, profunda, próxima, cautivadora.

Si la filosofía tuviese un hogar sería Eire, un lugar que despierta a las hadas y los duendes, en los que cree y a los que difunde, y con ellos a nuestro yo más interno, más dormido. Ella es el mundo de los sueños posibles, hace bullir la sangre del alma que allí se siente en tierra propia.

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