El hombre ante la inmensidad

Yo también estuve en la playa este domingo pasado, pero lo que vi no fue la vida cotidiana del ir y venir de la gente o los castillos de arena que se desvanecen (o más bien eso fue en lo que no me fijé). Lo que sí vi o me pareció ver fue al hombre ante la inmensidad. Para ser más exactos, vi a los niños frente a la inmensidad del mar. No fueron uno ni dos sino varios, tenían entre cuatro y seis años, y si como dicen algunos psicólogos lo que ha de ser del hombre ya lo podemos ver en el carácter del niño que fue, el título de mi blog de hoy no es del todo incierto.

Uno de ellos, el primero que llamó mi atención, se acercó a la orilla de la playa dando saltitos de contento, con las manos hacia arriba y emitiendo un canto alegre e indescifrable. De pronto se arrodilló (siempre a salvo del agua), extendió sus bracitos como queriendo abrazar el mar y cerró los ojos con una enigmática sonrisa dibujada en su carita. Debo confesar que me conmovió tanta devoción innata, algo de lo que yo suelo adolecer para bien o para mal.

Otro niño se acercó corriendo alejándose de sus padres y sin más preámbulos se arrojó al agua y se puso a jugar con las pequeñas olas que rompían en la orilla. Cuando alguna era demasiado grande y le salpicaba a la cara, salía corriendo del agua hacia sus padres, que le arropaban con una toalla. Así estuvo un buen rato hasta que su madre lo cogió en brazos y ambos se adentraron en el mar.

Había un niño muy gracioso que corría hacia la orilla con el mismo ímpetu que el anterior y con los brazos extendidos, pero cuando llegaba hasta la espuma donde moría la ola corría en sentido paralelo y luego se alejaba del peligro. Así estuvo haciendo círculos varias veces, cogiendo carrerilla y valor cada vez que corría hacia las olas y volviendo a girar antes de mojarse. Recuerdo que pensé: «al final se meterá», y posiblemente lo hizo, pero yo ya dejé de prestar atención cuando vi que su padre quería cogerlo para meterse en el mar con él mientras este huía aterrado. Entonces pensé: «no creo que sea bueno forzarle, cada cosa lleva su tiempo».

En fin, vi en esos niños tres maneras de vivir esa inmensidad del mar que no les dejaba indiferentes. Quizá eso sea lo importante en el fondo, no quedarnos indiferentes ante la inmensidad de lo que no podemos abarcar o comprender.

Que conste que yo me mojé los pies…

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