Conocí Internet a finales de 1993 y empecé a desarrollar proyectos en UNIX en 1994. Eran tiempos en los que utilizábamos el navegador Mosaic y que el protocolo Gopher era más popular que HTTP. No son muchos años, pero sí algunos más que la mayor parte de los usuarios que llegaron a Internet ya en el siglo XXI.
Desde entonces siempre he trabajado en proyectos relacionados con Internet y pocas veces me he tomado algún descanso: en algún momento estaba conectado más de 12 horas al día, lo que me valió el calificativo de uno de nuestros bloggeros de «un hombre a un ordenador pegado». Hace cuatro años propuse a otro actual bloggero escribir un blog en la web de Nueva Acrópolis: entonces me dijo, «¿y eso para qué sirve?». Y lo mismo ocurrió con la sindicación RSS. Ahora todo esto lo utilizamos habitualmente.
Recientemente he estado 12 días sin acceso a Internet. No ha sido un retiro planificado, ni una cura de adicción internauta o contra el tecnoestrés. Simplemente he pasado unos días en la Naturaleza, entre montañas, en pueblos de pocos cientos de habitantes y no me apeteció ir a una ciudad grande con puntos de acceso de pago. A la vuelta tenía algo más de 1000 mensajes sin leer. Pero no fue nada grave.
Los ordenadores, Internet, los elementos técnicos en general, son solo medios, no fines: la filosofía está más cerca de los fines del hombre, de la búsqueda de la felicidad, de la búsqueda del sentido de nuestra existencia. Y por eso nos servimos de cualquier medio para conseguirlo, los más modernos y los más tradicionales.
Hay vida sin Internet…, pero ¿hay vida sin filosofía?