Decían los griegos que entre los dioses inmortales y los hombres mortales había un punto medio, un eslabón, un puente entre los unos y los otros, y que estos eran los llamados héroes, hombres mortales que sin embargo se comportaban y pensaban como si fueran dioses. Por ejemplo, el bombero que se lanza al fragor del fuego sin temor a la muerte o a pesar de sus miedos, es un héroe porque siendo mortal actúa como si no lo fuera poniendo en riesgo su vida. Los voluntarios que ayudan de forma generosa en miles de sitios también son héroes; ellos cuidan de los demás tal y como hacen los dioses con los hombres. El artista inspirado que logra crear algo bello estaría emparentado con Apolo y con Dionisio, también podría decirse que son héroes.
Y así, siguiendo este símil mitológico, podríamos ir viendo las cualidades de los dioses y descubrir que cuando estas las vive un hombre, estamos ante todo un héroe. Recomiendo los libros “Las diosas de cada mujer” y “Los dioses de cada hombre” de J. Shinoda Bolen; podría ayudarnos a saber qué tipo de héroe llevamos dentro.
Pero hay otro tipo de héroe que pasa más desapercibido, el que a semejanza de Prometeo roba el fuego de los dioses y lo lleva a los hombres, a pesar de saber que será castigado a sufrir de por vida. Son aquellos que con sus enseñanzas nos abren la mente a nuevas ideas, aquellos que nos muestran con sus libros las profundidades del alma, los secretos de la vida. Pero no me refiero a algunos eruditos que desde su vanidad nos apabullan con sus citas sin tocarnos “la fibra”, sino a esos otros capaces de olvidar todo lo que saben para redescubrirlo con sencillez junto a nosotros, adaptando con arte todo su saber a nuestro pequeño saber, haciéndolo algo vivo, cercano y vibrante.
A esos héroes del fuego dedico hoy este blog.