Cuando escribo en esta sección, lo hago pensando en mis hijos, a los que querría transmitirles de lo que yo sé sobre un tema concreto, de lo que tan trabajosamente he ido aprendiendo. A esos chiquillos listos pero jóvenes les diría:
No busquéis a los amigos, ellos aparecerán solos. En una especie de enamoramiento paulatino vas conociendo a alguien con quien te gusta pasar el tiempo, con quien te entiendes hasta por gestos y disfrutas hasta de la dialéctica. Pocas veces te sentirás tan abrigado como con un amigo al que tu corazón acaba llamando hermano.
Los amigos son esos extraños seres que capotean cuando menos te lo esperas ante un jefe o una madre, que provocan por despiste voluntario un encuentro con esa chica que te gusta, que encuentran el disco que andabas buscando, son esos pseudoduendes con capacidad para adivinar lo que piensas y adelantarse a ello, se saben toda tu vida y te la recuerdan de vez en cuando, tanto para mondarte de aquellos ratos irrepetibles como para que no olvides todo lo que vales.
Todo esto es algo que puede ir siendo modificado por las circunstancias, cambios de domicilio, de cole, de trabajo, novios o todo a la vez. Son las pruebas que a toda relación pone la vida. Pásalas, pitufo, merece la pena no tener mala memoria, no ser perezoso, seguir sabiendo qué le pasa a tu gente, porque así lo sientes realmente y también, porque como los primeros amigos hay pocos. Los que provienen de la inocencia y de las grandes experiencias, los que te conocen desde siempre, no desde que usas corbata, los que te han visto sobrio y ebrio, alto y bajito, suspender y ganar el partido, esos, te quieren por quien eres, jamás por lo que eres o les puedes aportar. Los grandes amigos no aparecen solo en la juventud o la infancia, pero sí es necesario para calificarlos como tales que hayan pasado contigo todo lo que dice la frase anterior, impertérritos, tranquilos, cerca.
Hay otros dos aspectos que debemos repasar; el primero es comprobar si somos buenos amigos de los demás; tal como nos gustaría recibir, deberíamos dar y, en segundo lugar, si somos buenos amigos de nosotros mismos, si nos tratamos con el cariño y la tranquilidad de quien sabe que sigue ahí dentro aunque a veces tenga un mal rato, si no somos demasiado rígidos ni demasiado complacientes, si nos comprendemos y nos animamos según nos vaya siendo preciso. Si nos queremos y conocemos bien, al fin y al cabo; somos los únicos que siempre, siempre, siempre hemos estado ahí a nuestro propio lado.