Señores, es Navidad

Este concepto que tantas emociones y reacciones genera en nuestro entorno y nuestro fuero es tan susceptible de inquieta lupa como todo lo demás.

Me sorprende agradablemente comprobar cómo la gente es capaz de ponerse de acuerdo, simplemente por tradición, y adornar todos a la vez sus negocios y casas, juntarse con los cercanos, comer mucho más de lo que pueden y apostar al unísono por un número cualquiera, justo a finales de diciembre.

Bueno, luego tenemos a otros viscerales, los menos, que no soportan estos días, aunque no saben muy bien por qué; el motivo más popular: «es solo cuestión de marketing». Dejaremos aparte a todos aquellos a los que realmente no les apetece celebrar por tristezas varias.

¿Y si no fuese solo cuestión de marketing…? A mí esa frase me suena como lo de que el mundo y todos sus seres no son más que una casualidad. Me suena a simplificar, a enfriar, a minimizar. Gusta tanto el nihilismo, el minimalismo, que ha dominado el mundo interior, o incluso el pensamiento popular: «si no lo entiendo, será que no existe»; fin del problema.

De algún sitio ha de venir tanto espíritu navideño, pues existe desde antes que la publicidad, la luz eléctrica, Marconi o Madame Curie, y siempre con tono entrañable y festivo.

Históricamente nos podemos remontar muy lejos, en principio 2007 años (bueno, como las cuentas de Dionisio no eran buenas, sería hasta el año 5 a.C), momento en que, teóricamente, comenzó la Navidad, aunque no se empezase a festejar hasta el siglo IV.

Lo que en principio celebramos es el nacimiento de un chavalote llamado Jesús, judío para más señas que, parece ser, vino a salvar al hombre. De aquel que unos llaman profeta (judíos y musulmanes) y otros Hijo de Dios = Cristo, nos queda poco más que palabras en el aire, mucha mala interpretación de propios y ajenos y también mucha buena intención de los hombres de la calle que han tomado su apellido.

La Navidad es el día en que se nos regaló el recuerdo del origen, la llamada a lo que somos, la indulgencia, el perdón, el todos somos iguales, el amar es la clave, el existe algo más, el volvamos a empezar, existe la resurrección, el recomienzo, la nueva oportunidad… Cada uno lo tome como pueda, ojalá muchos tal cual.

Y aún parece que si nos vamos un poco más atrás, esa u otra Navidad ya se celebraba en muchos pueblos indoeuropeos con religiones y ritos distintos. Por algo está tan cerca del solsticio de invierno (en esta parte del planeta). La noche más larga del año: a partir del 21 de diciembre todo es ganar luz.

Los más nórdicos con el nacimiento del niño-sol, hijo de la Gran Madre, adornaban sus casas con hiedra y acebo. El pueblo celta, en sus fiestas de Yule (momento en que la rueda del tiempo está en su lado más bajo, preparada para subir de nuevo), acostumbraba a bailar, sacrificar un cerdo y recoger un árbol, que adornaban con piñas y golosinas hasta que era quemado en el solsticio para festejar el renacimiento del Sol.

A partir de ahora este astro central, que ha venido muriendo durante el otoño, adquirirá nueva vida, renovado, el día del Sol Invictus entre los romanos.

¿Y por qué celebrar tanto el Sol? Porque para estos pueblos tan fríos, para estas épocas tan duras, suponía calor y vida… y cosecha, pues también estaba relacionado con fiestas agrícolas.

Sea Mitra o Cristo, lo importante es que sepamos qué está ocurriendo en los días que hoy llamamos Navidad y que se vienen conmemorando desde hace miles de años, cultura tras cultura. Como siempre, se trata de no perder el Norte, nunca mejor dicho, de recordar el origen y sentido de lo que hacemos que, en definitiva, marca lo que somos.

Feliz… una vez más.

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