Hace unos días, mi cuñado me contó una historia que oyó en la cadena Ser, en el programa Milenio 3, que me impresionó hondamente. Y como estas cosas son como el agua, que si te las guardas se pudren, y porque como dice el sabio: “Todo lo que das, te lo das”, me decido, pues, a contárosla tal y como la recuerdo, y sin comentarios.
Un joven estudiante fue diagnosticado con un cáncer. Era de tal gravedad que los médicos le daban unos pocos años de vida, sin saber con exactitud cuándo se produciría el desenlace de la muerte. Cuando el chico fue informado de la situación, se vino abajo, ya no quiso salir, ni estudiar, ni hacer nada de nada, se recluyó en el cuarto de su habitación… a esperar. Sus padres no sabían qué hacer, ni qué decirle; impotentes, asistían como simples espectadores ante algo tan contradictorio: una vida joven que comienza, con todo lo que ello conlleva de promesas y sueños futuros, y que sin embargo lleva grabado en su piel el signo visible de la muerte.
A mi memoria vienen aquellas palabras que dijo el poeta: “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada…”.
Pasaron los días, las semanas, los meses… y algo se despertó en aquel chico. Su carácter, tímido y hundido en la desesperanza, se rebeló por un instante a dejarse morir sin más. Asumiendo lo que es inasumible, hasta que uno se ve en semejante brecha, se decidió a salir de su encierro. Comenzó entonces a dar largos paseos por el parque y por la ciudad, y en uno de ellos, se detuvo frente al escaparate de una tienda de música, se quedó un largo rato mirando a través del cristal. Al otro lado, una preciosa chica despachaba a los clientes. Venciendo su timidez entró en la tienda y le dijo a la chica: quiero un CD, ¿me lo puedes envolver?
Al día siguiente volvió a la tienda y le dijo, embobado, a la chica: quiero un CD, ¿me lo puedes envolver? Eso mismo estuvo haciendo durante días y más días, hasta que, no pudiendo más, le contó a su madre lo mucho que le gustaba esa chica. Esta le animó a que se decidiera y la invitara a salir con él, pero como le daba mucha vergüenza no se atrevía. Finalmente a su madre se le ocurrió que, la próxima vez que fuera, podría dejar un papel en el mostrador con su número de teléfono y un sencillo “llámame”. Al chico le pareció buena idea y eso es lo que hizo. Al cabo de unos días la chica llamó a su casa. La madre, al descolgar el teléfono, y saber quién era, estalló en sollozos, pero entre lágrimas pudo decir que su hijo, su hijo había muerto.
Al cabo de un tiempo, la madre abrió el armario de este joven y se encontró con que estaba lleno de CD, todos envueltos en papel de regalo. Al abrir uno de ellos se encontró con una nota que decía: «me caes muy bien y me gustaría conocerte, este es mi teléfono, llámame…».