Descubro que, poco a poco, uno se va haciendo amigo de sus cosas. No es exactamente apego; más bien, es que vas encontrando lo que te gusta, lo que eres, lo que se te aproxima en la vida y lo eliges; te quedas con ello. Son casi amigos tuyos.
Me refiero a cosas como la lectura, la música, la escritura, la pedagogía, la reflexión, la imaginación… en mi caso concreto. Estos nombres serán sustituibles por otros en cada persona.
Estas pequeñas cosas, en realidad son fundamentales y van conformando nuestro día a día. Con ellas pasamos grandes momentos. Reconozco que me sería muy difícil si alguien me dijera: «ya no puedes volver a leer, nunca más». ¡Disfruto tanto con ello…!
Eso mismo me ocurre con algunas personas. Te identificas con ellas, se aproximan a tu modo de entender el mundo, no son amigos y punto, sino que son como los libros, puedes ir a ellos, elegir el momento y estar seguro de que van a darte una mirada, palabra o abrazo adecuado, siempre placenteros; entrañables, sinceros. Existen grandes disciplinas que nos resultan fundamentales. Existen grandes personas que nos resultan igualmente imprescindibles.
Y, sin embargo, te pueden contar que se van a un lugar lejano a iniciar una nueva vida con tan buena carga que sabes que no volverás a verlos. E incluso aunque mirando atrás te digan que te quieren, según se marchan, tu vacío es similar al de quien le impiden volver a leer… o a pintar o a escuchar música. Algunos seres son completas disciplinas en sí mismos… personas de alma limpia y sabia, a las que te va a costar no poder acudir a reflejarte.
Quizás el recuerdo de su esencia sea suficiente, quizás.