Estoy rebuscando entre apuntes y libros de esos que vas guardando porque piensas: “algún día me vendrán bien, dicen cosas interesantes”. Y es que me han ofrecido echar una humilde mano en la preparación de un curso dirigido a aquellos que han sufrido mobbing. Mi objetivo se basa, principalmente, en la reconstrucción de la persona.
Han surgido textos que hablan de autoestima, de metas, de voluntad y discernimiento, de comprensión sobre cómo funciona el mundo, y todo viene bien, la verdad. Pero me quedo con este último “comprensión-aceptación”, o compasión positiva, como lo llaman los budistas.
¿Quién no ha pasado alguna vez por una gran decepción en la que no conseguía entender el comportamiento de las personas? La mejor herramienta que yo encontré para seguir adelante ante una situación así fue un curso de meditación de un lama, que me ayudó a “comprender” que los demás tienen motivos propios cuando actúan. Son motivos determinados por su pasado, por sus circunstancias y por sus creencias personales. Son vidas, como la nuestra, que no conocemos, y puede llegar a ocurrir que hagan cosas que no nos encajen. Pero casi siempre, si buscas un poco, los acabas viendo tan normales como tú, han hecho una burrada, o han cometido un error menor, y para ello tenían algún motivo, veían la situación desde algún lugar en el que tú no te encuentras, tienen un carácter determinado que les ha marcado y ahora son como son… tantas cosas influyen. No se trata de exculpar a nadie, ni de quitar hierro a las situaciones. El tema está en que, si comprendes por qué actúan las personas, dejas de relacionar esa decepción con la culpa (tu culpa o la del otro). No unes lo ocurrido contigo, sino con los motivos que a esas personas les ha llevado a actuar así.
Esto que cuento es muy ampliable al resto de nuestra vida, no solo a las grandes decepciones, incluso a la cotidiana y más real que ninguna. A veces, vivimos esperando que ocurra algo, hacemos imágenes sobre cómo deberían ser las cosas, y puede que eso sea un pequeño error que nos lleva a las desilusiones, daños, distancias.
Creer que el jefe sabe lo que hace siempre, creer que tu hijo va a reaccionar ante tu regalo siempre, creer que tu marido va a ser joven siempre, creer que tú vas a tener el mismo ánimo siempre… no suena del todo cierto. No nos engañemos. “Las cosas son como son, no como querría nuestro corazón”, decía Antonio Machado, lleno de razón. Saberlo es nuestra mejor arma. Una vez bajados a la tierra de la realidad, sin pesimismo, sin desilusión, solo conociendo que en el campo hay agujeros, hierbas altas, hormigas… podemos dar este bonito paseo que es nuestra propia vida… “tranquilos”.
El hecho de no esperar más que seguir estando despiertos nos allana el campo por el que andar. Todo depende de nosotros, de repente. Nadie te puede dañar demasiado, porque cualquier cosa que ocurre, las feas y las bonitas, son “comprendidas” como parte más de una vida “que es así”. Si nos fijamos bien, siempre es así, sube y baja, como la marea, nace y muere, como la naturaleza. Y desde ahí, hasta una pérdida es una oportunidad para quedar tranquilo por todo lo que esa situación nos ha dado y conseguir que no nos duela recordar.
Al fin y al cabo, todo lo que hemos vivido ya es parte de nosotros.
De este modo, una madre enferma puede ser “alguien a quien cuidar”, un trabajo cansado puede ser “saber que llego a mucho”, preparar un cumpleaños ya es bastante divertido, ponga la cara que ponga el chiquillo, y educarle para poner otra cara también es bastante bueno.
La vida es tu hoja en blanco, ¿de qué colores la vas a pintar?
No, en realidad, tú eres la hoja en blanco, la vida es un pincel, un montón de pelos (o hechos), puestos cerca de ti, que te sirven de herramienta para… ser y “ver” como desees.