Reflejos

Era temprano y estaba en casa. Escuchaba el tañido de bronce de las campanas de alguna iglesia. Siempre resuenan con alguna remembranza dentro de algún lugar de mi interior, pero aún no sé el porqué.

Trataba de adivinar en qué iglesia estaban encaramadas, cerca del cielo. Cádiz es ciudad de muchas iglesias, de muchas campanas. ¿San Lorenzo? ¿San Antonio? ¿La pastora? ¿San Felipe? A saber…

Pensé que sería casi imposible adivinarlo. Los sonidos se reflejan, tanto que, en la montaña, parece que el eco nos contesta desde cualquier lado. El sonido, una vez puesto en marcha, viaja por el aire, golpea los obstáculos en diferentes ángulos, se pone en marcha otra vez, pero en otra dirección, vuelve a reflejarse… Al fin parece que nos envuelve con su vibración.

La palabra vive igual. Suena la mente y el corazón, y resuena una y mil veces, impregna los espacios, reproduciéndose en muchas otras mentes y en otros muchos corazones.

La materia resuena y acelera su vibración en el sonido. Pero escuché también que la energía se desenvuelve de igual manera, cuando se crea por una enorme vibración de la materia. Se expande y se transmite, dando vida a lo quieto por virtud de lo vibrante.

También escuché que la energía, en su aceleración, se transforma en luz. Y la luz envuelve, vivifica y alimenta cada rincón del espacio, gracias a los infinitos reflejos que provoca la luz de su fuente.

Y la aceleración de la luz, su condensación infinita, toma vida en el espíritu, luz concentrada. Y el espíritu también es vibratorio, sutil y dinámico. Tanto que su inmenso poder, en su aceleración, es manifestación inequívoca de lo divino.

Pero también ocurre al revés… Lo sutil, cuando lentifica su vibración, toma aspectos cada menos sutiles. Así es la escalera de Jacob, por la que se contaba que subían y bajaban los ángeles del cielo.

Reflejos, reflejos… Somos materia y cuerpos, sonidos y palabras, vida y energía, luz y sombras, almas y espíritus, somos… manifestaciones de lo divino.

Y terminé por preguntarme, a solas, escuchando las campanas de Cádiz, en el silencio:

¿Qué reflejo yo? ¿Qué reflejamos?

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