Arco iris

Esta mañana Madrid se ha levantado con una sorpresa sobre las cabezas de sus habitantes. Por si no hubiese sido poco la nevada de hace unos días, que nos dejó tan sorprendidos como encantados, y que mantuvo la capital en blanco durante una semana, ramas de los árboles, caminos (que los hay), parques, patios de colegio, piscinas y tejados blancos. Jamás había visto tanto muñeco de nieve por metro cuadrado, ni familias invadiendo los parques a los que no se les acababa la nieve por más guerras de risa y bolas que se echaran. Todos eran felices, lo decían sus caras. La Navidad, con algo de retraso, había llegado hasta su interior; la de verdad, y nadie podía evitarlo.

Hoy, la meteorología, que es como todos los grandes emperadores: dura y asesina si lo quiere, mágica y sugerente si nos muestra su gran lado, el más común y generoso, nos ha vuelto a sorprender a todos los gatos, los de todas las razas.

Sonámbulos al volante, mientras atravesábamos la M-40, (la gran autopista de circunvalación), o cualquier otra, todos dirigiéndonos hacia el norte, como en todas partes del mundo ocurre por la mañana, un enorrrrrrrrrrrrrrrme arco iris mostraba absolutamente todos sus colores con gran nitidez, cruzando la ciudad de lado a lado.

Eso tampoco ocurre nunca aquí, como tampoco tener una semana de nieve. Costaba estar atento a la carretera, todos mirábamos hacia arriba, perplejos y encantados. De nuevo la sonrisa era el bien común en el rostro de Madrid. Una sonrisa por haber sido tocados con algo que no es habitual para nosotros. Tenemos teatros, musicales, grandes fiestas, museos, restaurantes, rastro, mil bares de todos los colores. Pero no nos visita el arco iris, no en la capital. Nos visitan los gobernantes de otros países, pero no la nieve, más que de paso. Estamos rodeados de ejecutivos y empresarios, y somos también hippies, pijos o currantes, pero no solemos jugar juntos, todos al mismo son.

Solo la nieve, solo el arco iris, han conseguido que casi seis millones de personas hagamos lo mismo y a la vez, correr por la nieve muertos de risa (algunos, los más serios, solo sonreían, pero todos tenían nieve en la mano), o mirar hacia el cielo perplejos, recordando…

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