Hace unos días me escribió un chico algo perdido, en relación con un artículo que publiqué hace unos años. El tema era la sobredotación intelectual, pero eso no es lo importante.
Se trataba de una persona joven, veintitantos, de otro país de habla hispana, ingeniero, con algún blog abierto… y que no sabía quién era. Se buscaba a sí mismo entre las páginas de internet, intentando encontrar información que le diese una respuesta sobre sí mismo.
Sus síntomas, para buscar nombre a su problema y así poder solucionarlo, eran los siguientes:
– Siento que el mundo es cuadrado y yo soy redondo.
– Me intereso por temas de índole trascendental.
– Soy muy inquieto.
– ¿Cómo puedo no aburrirme con el día a día?
– Ser inteligente, ¿te aleja o te acerca a Dios?
Su correo explicándome la situación me hizo reír de bienestar. ¡Será posible! Abraxas planteaba un tema, y este puede ser su origen. Esta persona estaba perdida y se sentía diferente… por exceso.
Hemos intercambiado varios correos en los que hemos dejado en un segundo plano el C.I. de cada cual, para centrarnos en la importancia de saber quién eres. Le he hecho varias veces esa pregunta y las respuestas empezaron por basarse en en aspectos circunstanciales de su vida.
Tras unos cuantos correos de reflexión le volví a preguntar: y si tuvieras cualquier vida del planeta, ¿qué te haría seguir siendo quien eres? Y se encontró. Encontró en su interior a un educador y a un escritor. Y, sobre todo, encontró el motivo, necesitaba no quedarse con lo que sabía, sino pasárselo a los demás.
Descubrió que sabiendo quién es nunca se aburriría. Hoy aprecia más ser un pensador consciente que ser más o menos inteligente.
Descubrió que el mundo es redondo, como él, sólo tenía que dejar de mirar las cosas para pasar a mirar el horizonte.
Algo así debe de ser lo que les ocurre a nuestros jóvenes de hoy. No saben todo lo que hay en su interior. Cuanta más crítica es la situación, más fría, más lejana, más debemos enseñar a buscar dentro de uno mismo.