Sálvese quien pueda

¿Cuál es la diferencia entre un ser humano y un animal?

Pues que la tendencia general del humano es: “¡Sálvese quien pueda!”, y, en cambio, la prioridad del animal es: “¡Salvémonos todos por la cuenta que nos tiene!”.

Veamos, si no, el caso de las hormigas del Amazonas. Las hormigas del Amazonas son unos fenómenos de hormigas. Cuando viene una crecida de las de órdago que solo pasan de vez en cuando, estos seres diminutos (desde nuestro vanidoso punto de vista, pobres bichitos), que individualmente no tendrían ninguna posibilidad de sobrevivir en la inmensidad del agua (ninguna), obran el milagro al convertirse en un equipo.

En este equipo, todas tienen importancia, todas las vidas han de salvarse, todas deben colaborar en el prodigio, todas tendrán un final común (la salvación o el desastre).

Estas guerreras pequeñajas se unen y se enredan entre sí formando un entramado, una red viva con montones de ojos, montones de patas y montones de antenas, continuamente en movimiento unas respecto a otras pero sin perder nunca la unión que las convierte en otra cosa, en otro ser compuesto de miles de seres, como aquel Ygrámul el Múltiple que aparecía en La historia interminable de Michael Ende. Con este movimiento, consiguen repartir las ventajas y los inconvenientes de cada posición del entramado (hay que estar a las duras y a las maduras), y así se mantienen hasta que consiguen el éxito, bien porque llegan a tierra firme después de mucho flotar en un mar inmenso, o bien porque la crecida desciende y mejora la posibilidad de escapar a suelo seco.

Estas hormigas amazónicas no son un caso único, qué va. Más conocido, quizá, es el caso del pingüino emperador, que sobrevive a las más bajas temperaturas polares que se dan en el planeta gracias a que los miles de congéneres del grupo forman una apretada piña móvil, que se desplaza lentamente en espiral, de forma que los que soportan los máximos rigores de la línea externa del conjunto van avanzando y adentrándose poco a poco y de forma continua en líneas cada vez más internas hasta llegar al calorcito del centro, lugar privilegiado en el que nadie se instala, sino que es donde se recogen fuerzas para iniciar el recorrido en líneas cada vez más externas de la espiral hasta llegar al lugar que no quiere nadie: el exterior sometido al gélido frío. Afortunadamente, tampoco aquí se instala nadie (moriría) y todo sigue así hasta que las condiciones ambientales mejoran un poco.

¡Ah, los animales! ¡Cuánto podríamos aprender con solo pararnos a pensar un poco sobre la sabiduría de la naturaleza!

¿Podríamos imaginar cómo reaccionaría un animalito de estos en una de nuestras situaciones cotidianas en las que interactuamos con uno de nuestros semejantes?

Yo sí me he puesto a pensar qué haría un pingüino en la cola del supermercado o en medio de un atasco en la ciudad (si se jugaran metas comunes de especie, se entiende). No me lo imagino diciendo: “No se cuele, que yo también tengo prisa”, o “¡Dominguero! Me acuerdo de tu madre!” (o algo parecido).

Eso en las situaciones pequeñas. En los grandes problemas que incumben a nuestra Humanidad, la de nuestro mundo acelerado y sordociego ante las enseñanzas del mundo natural, ni te cuento.

Pues nada, ole por las hormigas y los pingüinos.

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