Nada está quieto, la vida corre por donde quiera que miremos. La enorme madre Naturaleza ha sido siempre el mayor libro de instrucciones de esta vida en la que creemos que nos sueltan sin saber cómo desenvolvernos. En ella lo vemos, todo se mueve, continuamente; todo nace, renace, crece, da frutos, entiende y muere, solo para dar más vida. Todo es parte de todo y su esencia es el movimiento, eso sí, lleno de consciencia.
¿Cómo podemos quedarnos quietos? ¿Cómo podemos estar parados en el mismo lugar que hace dos años, en el mismo sentimiento, en las mismas circunstancias? El agua estancada se acaba estropeando, mientras que la más fresca está en los ríos, que no dejan de fluir. ¿Será eso lo que, en ocasiones, nos pasa?
Es cierto que también hay lagos, preciosos, que nos reflejan la belleza de lo que les rodea y del mismo cielo, todo bien conjugado en un paisaje (que, como todos, nos habla de la vida). Pero esos lagos suelen tener una corriente interna, una entrada y salida de agua, un movimiento que les hace mantenerse vivos, aunque parezcan los mismos. Y es que el movimiento interno es tan nutritivo y vivificante como el externo, y mucho más necesario.
El cambio físico, las nuevas empresas y propósitos, los retos, movidos todos por nuestras más profundas motivaciones, son los árboles de nuestro jardín interior. Vamos plantando, recortando, escogiendo, o simplemente admirando y disfrutando de esa misteriosa obra que somos nosotros mismos, que es la vida en sí misma.
No te quedes quieto, no puedes, no es tu naturaleza. Ni te muevas sin un motivo real ni sin conocer tu sentido. Si no sabes qué hacer ahora, comienza a moverte por dentro, conócete, encuéntrate, halla el sentido. Todo comenzará a vibrar a tu alrededor.
Camina, con eso basta.
Eso que dices es aprender de la Naturaleza. Y eso que ves en ti es la Naturaleza. Lo de abajo es arriba y lo de fuera dentro.
Gracias, Altea, por tu bella y sabia reflexión.