Cierta vez, preguntaron a unos hombres que estaban picando piedras con destino a una catedral gótica: ¿qué hace usted aquí? Las respuestas fueron diferentes según lo que respondió cada uno de ellos.
–Me gano la vida, necesito dinero –dijo uno.
–Trabajo por el pan de mis hijos –dijo otro.
–Construyo una catedral –dijo el tercero.
Si hiciéramos la misma encuesta hoy día, ¿alguien respondería como el último? ¿Alguien diría: “trabajo por el bien de los demás hombres”? No sé por qué me parece que no… Creo, más bien, que la relación trabajo-bienestar del conciudadano es hoy rara…
Decía Platón que, en su ciudad ideal, todos deberían trabajar para procurar lo necesario para la vida de los demás. Y lo necesario no es lo que hoy día entendemos como lo necesario, era… mucho menos… era… lo auténticamente necesario: comida, ropa, calzado, techo y poco más. El resto del tiempo liberado por tan escasas necesidades debería ser utilizado en lo que dio en llamar “los divinos ocios”. Divinos ocios… ¡hoy tan escasos!, cuando son los más enriquecedores y los más necesarios para el ser humano, los que propiamente les hace ser humanos y no animales.
Me parece que hoy hemos sustituido estos ocios por otros menos “divinos” y más relacionados con la comodidad, el placer vulgar, el entretenimiento entendido como evasión e, incluso en algunos casos, hacer sudokus, crucigramas o solitarios para “matar el tiempo”. Por Dios, ¡matar el tiempo! Si supiéramos que lo único que tenemos es tiempo…
Si tuviéramos conciencia de esto no se nos ocurriría matarlo, sino crearlo… y usarlo en lo que de verdad nos interesa.