Uno de los elementos que mejor caracteriza a la Naturaleza son los ritmos y los ciclos. Existen ciclos de corto, medio y largo plazo. Ciclos diarios, mensuales, anuales, y a otras escalas astronómicas mayores.
El ser humano, en tanto ser natural, también está marcado por los ciclos de la Naturaleza. Por el contrario, las máquinas no se rigen con este ritmo cíclico natural y pueden actuar de manera constante. Bueno, sí tienen ciclos de funcionamiento, pero suelen ser tan rápidos que dan la impresión de una acción continua.
El ser humano, en contraste con las máquinas, sufre alteraciones con ciclos tanto físico-energéticos como emocionales, e incluso mentales. Hay momentos del día, de la semana o del año en los que los trabajos nos parecen más sencillos, en los que todo nos sale bien o en los que estamos más animados. Y otros en los que por mucho que nos esforcemos todo parece ir mal. A veces tenemos momentos de inspiración, o de brillantez en los que se nos ocurren las mejores ideas, en los que nos parece que caminamos alegremente, sin esfuerzo, cuesta abajo. Y otros momentos en los que necesitamos un descanso o queremos «consultar nuestras decisiones con la almohada», o que es preciso empezar de cero.
Mientras el ser humano “padece” estos ciclos, la máquina aparentemente puede estar continuamente funcionando, sin cansancio físico o emocional: tan sólo necesita una fuente ininterrumpida de energía para mostrarnos su fuerza, precisión, rapidez de procesamiento o cualquier otra labor en la que ayuda, complementa e incluso supera la labor del ser humano.
Aquí hay una aparente contradicción, puesto que por una parte nos beneficiamos de la ayuda de las máquinas, pero por otra despreciamos su comportamiento «poco natural», carente de ciclicidad, de aquello que consideramos más humano, como los sentimientos, los cambios de ánimo o las dudas. En nuestro lenguaje utilizamos despectivamente los términos «mecánico», «trabajo mecánico», «automático» o «maquinal» para aquellos en los que no nos implicamos con nuestra capacidad emocional y mental.
Hablando a título personal, creo que mi carácter y mi forma de trabajo no son tan cíclicas, sino más constantes; para algunos les puede parecer monótono o aburrido, y además tampoco obtiene resultados a corto plazo espectaculares o brillantes. Pero es un estilo perseverante, que aprecio también en otras personas y que consigue llegar a donde se propone, como una gota de agua que horada poco a poco una dura piedra. ¿Quiere esto decir que somos menos “naturales”?
Estos ritmos cíclicos a veces pueden mezclarse o llevar a paradojas como la que durante esta semana ha ocurrido en la zona donde vivo en el Sur de España. Por una parte se estaba celebrando el fin del Carnaval, que aunque terminó hace un par de semanas, en mi ciudad la gente se desvive por esta fiesta, y aún ha habido recientes celebraciones “para los más jartibles”.
Pero ya se empieza a preparar la Semana Santa, se escuchan los últimos ensayos de las Bandas de Música y algunas Cofradías ponen a punto sus preparativos para la semana del año en la que más gente está pendiente de las contingencias climatológicas, que pueden impedir que los pasos procesionales puedan salir por las calles de ciudades y pueblos.
Además, en localidades cercanas, ya ha empezado la instalación de los recintos feriales para la Feria de Primavera o Feria de Abril: preparación del terreno (albero), de las casetas, y pronto de las luces. Incluso hemos celebrado hace escasos días la llegada astronómica de la Primavera, el 21 de marzo, que tanta importancia tuvo en antiguos cultos religiosos.
En apenas una misma semana se han mezclado cuatro ciclos distintos. Ciclos solares y lunares, de fiesta y de recogimiento, de desenfreno y de penitencia, de comienzo y fin de una etapa. Ciclos que dan sentido temporal a nuestra existencia, que nos aportan un poco de conciencia para que apreciemos nuestro devenir existencial. Pero también ciclos que no deben desviar nuestra atención con sus cambiantes apariencias. Sí, de los ciclos podemos extraer importantes enseñanzas.
Es posible quizá, Tachen, que la «máquina humana» esté, al igual que las que hemos construido, casi exenta de ciclos. El corazón no late unas épocas más y otras menos, ni los pulmones pueden tomarse ningún descanso, así como el hígado debe hacer su trabajo todos los días y de una manera puntual. Es el «biorobot».
Otra cosa distinta ocurre con los planos más sutiles, en los que sí que existen los ciclos, desde la aparente muerte al renacimiento, pasando por la plenitud y la decadencia.
Quizá el misterio estribe en la alternativa necesidad de actividad y descanso, que en algo se parece a las sucesivas vidas en el largo proceso evolutivo.
Un abrazo.
No se si llego tarde pero me gustaría agregar algo al tema de los ciclos. En principio, llamaria ciclo o cíclico, a un proceso que se repite en el tiempo. Observo además que es posible diferenciar dos clases de ciclos : los naturales y los creados. Entre los primeros figuran los ciclos astronómicos y biológicos, ademas de los tan conocidos ciclos anímicos. Los creados, serían aquellas actividades que la sociedad ha establecido, como por ejemplo los ciclos laborales, educacionales, recreativos etc.y a estos se agregan la multitud de rituales individuales de cada dia. Ahora podemos plantear el problema general que se produce, y es por la forzosa desincronización de los ciclos creados con los naturales, lo cual nos obliga muchas veces a nadar contra la corriente, con el desgaste que ello implica.No obstante considero que la situación ha de mejorar, en parte gracias a la tecnología que nos facilita medios para flexibilizar las actividades y manejar mejor los tiempos
Interesante punto de vista, luis. Creo que tienes razón en que hemos desincronizado nuestros ciclos humanos con respecto a los naturales y que mi confusión venía de tratar de adaptarme forzosamente a unos ciclos que no son necesariamente naturales.
Gracias por tu aportación