Y España mató a Cervantes

Cervantes, el exponente de las letras castellanas, el genio que dio nacimiento al caballero más ilustre de todos los tiempos, al más conocido de todas las naciones, ha sido asesinado. La mano criminal no es primeriza ni desconocida, y antes de acabar con don Miguel se ha cargado impunemente a Platón, Aristóteles, Descartes… Un asesino en serie que le ha cogido el gustillo a eso de aniquilar cualquier cosa que obligue a pensar.

Y es así. Después de eliminar Filosofía de Bachillerato, ahora le ha llegado el turno a la Literatura Universal, que queda degradada a optativa, algo así como clavarle una daga en el pecho y sentarse a ver cómo se desangra. No sería raro que cuando ya no queden Humanidades que eliminar, el mal hábito les haga ir detrás de las matemáticas, la física o la química.

Lo duro de todo esto no es solo que los alumnos van a perder de vista algunas de las materias más importantes para su desarrollo como personas; lo duro, lo realmente duro es que dentro de unos pocos años veremos el fruto envenenado de esta decisión: gente cada vez más dócil, cada vez más sometida, cada vez más convencida de que lo importante es tener trabajo, cualquier trabajo, no pensar. Pensar no te da de comer. Pensar no te paga la hipoteca. Pensar es para los que tienen tiempo, o para los que tienen dinero, o ambas cosas. Pensar no es importante y, si lo miras bien, es hasta peligroso. Los que piensan se creen mejores, te miran por encima del hombro, creen que hay opciones cuando, en realidad, no las hay. Viven en otro mundo, se engañan a sí mismos pensando que las cosas pueden cambiar, que deben cambiar, cuando lo mejor es dejarlo todo como está, sin tocar nada, porque son los que piensan demasiado los culpables de que el mundo esté como está, de la inestabilidad social y de que las empresas no puedan generar riqueza como les dé la gana.

El gran engaño de esta sociedad es hacernos creer que la vida es ver pasar un día tras otro en trabajos que no entendemos, para ganar un dinero que no aprovechamos, sustentar a una familia que no disfrutamos y atender a unos amigos que no queremos. Nos dejamos convencer de que no hay nada más cuando abrimos la nevera y está vacía, cuando el banco te recuerda el pago de la hipoteca, cuando tu empresa rinde cuentas a Hacienda o cuando tu sueño de escribir se convierte en la pesadilla del compromiso (mercantil) con la editorial.

Y es un engaño porque a poco que escarbemos nos daremos cuenta de que, esa aparente realidad, está sustentada únicamente por las voces de unos pocos que repiten todo el tiempo que las cosas son así y no pueden cambiar. Voces que saben que hay que mantener ocupada a la gente con tonterías e ir retirando de su alcance la peligrosa arma del pensamiento propio.

El futuro nos traerá la paradoja de que la inmensa mayoría de la gente sepa leer y que la inmensa mayoría de los libros estén a su alcance, pero muy pocos puedan entenderlos. Platón, Kant y ahora Cervantes, serán considerados textos «alquímicos», mistéricos y enajenados.

Poco podemos hacer ante las políticas perversas que buscan crear «ciudadanos preparados para la gran oportunidad de futuro que nos depara la tecnología», mostrando con juegos de manos y luces engañosas unas perspectivas que, como siempre, no lograrán nunca solucionar nada, y solo añadirán más incertidumbre y más miedo. La culpa volverá a ser del extranjero, o del judío, o del negro, o del que tiene la nariz de esta manera o del que se peina con la raya en medio. Da igual porque será mentira, y a pesar de eso el miedo calará en los corazones y se desatará en violencia sin sentido.

Curiosamente, pensar por nosotros mismos es lo único que puede liberarnos de toda esa trama. Conocer las palabras, desentrañar su significado, saber expresarse, comprender las ideas, «extraer el meollo de la vida» (como diría mi Capitán) es lo único que detiene a la mano que señala como culpable de sus desgracias al que vino de fuera. Reflexionar es lo que nos hace ver que el miedo es una puerta de papel, infranqueable solo en apariencia.

Poco podemos hacer, decía, ante los que ejercen su poder intentando desposeer del suyo a las personas. Es poco lo que se puede hacer, pero al mismo tiempo es mucho. ¡Rebélate y piensa!

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