Con motivo del centenario del fin de una Dinastía que reinó en Rusia durante tres siglos, quisiera transcribir literalmente las palabras del director de la revista Historia de National Geographic, Josep María Casals, en su Editorial de la Revista 175, pues denotan tal grado de sensibilidad por la conducta humana que no puedo por menos que suscribirme a sus preocupaciones y reflexiones, cuyas conclusiones comparto totalmente.
He aquí el texto:
“Mis ojos se encontraron con los de esas tres desafortunadas jóvenes por un instante y, cuando mi mirada penetró hasta lo más hondo de sus torturadas almas, yo, un revolucionario probado, me sentí sobrecogido por un intenso sentimiento de pena”.
Un ingeniero de Ekaterimburgo escribió estas palabras al recordar la llegada de tres de las hijas del zar, en tren, al último lugar que verían en esta tierra. Olga, Anastasia y Tatiana desfilaron ante él bajo la lluvia; las acompañaba Klementy Nagorny, el marinero que se ocupaba de su hermano Alexei, enfermo, al que llevaba en brazos. Iban a reunirse con sus padres: el zar Nicolás y su esposa Alejandra, y con María, la otra hermana.
Menos de dos meses después, toda la familia moriría de una forma atroz, tanto que el gobierno soviético ocultó la matanza durante años y extendió un velo de silencio sobre ella.
El ingeniero quiso acercarse a las muchachas y demostrar que las reconocía, para que no creyeran que las miraba con curiosidad o indiferencia, como tanta gente; para darles algo de calor. Pero no se atrevió: “Para mi vergüenza, no lo hice por debilidad de carácter, pensando en mi trabajo y en mi familia”.
Todos ellos fueron víctimas: aquellas chicas arrebatadas a la vida, y aquel ingeniero, a quien el miedo amputó su humanidad. Esa es la victoria del mal, ayer y hoy: inducirnos a mirar a otro lado ante un conflicto, ante la guerra, ante el sufrimiento. Dejar de ser humanos por temor, por aberrantes convicciones políticas e incluso por pereza, por el cansancio de ver en la televisión imágenes que siempre deberían interpelar nuestra conciencia.
Sin entrar en detalles sobre el macabro asesinato de todos los miembros de la familia imperial, cabría preguntarse: ¿valió la pena? Cuando por convicción ciega en unas ideas, perdemos el humanismo que constituye la esencia fundamental de cualquier persona, es que estamos errando en algo. No es la finalidad la que justifica cualquier medio, sino que son los medios los que nos llevan a fines correctos o equivocados. Considero que todavía nos queda mucho camino por recorrer antes de encontrar lo que en realidad creo que andamos buscando: nuestra propia identidad, donde reside a mi entender la flor de la felicidad.
Ricardo Saura