Escrito por LILIA GARCIA CHIAVASSA
Es posible cambiar nuestros hábitos, actitudes y formas de pensar para construir una sociedad mejor.
Habitualmente, antes del comienzo de un nuevo año muchas personas se imponen propósitos para cumplir en el transcurso del siguiente año, como bajar de peso, dejar de fumar, hacer ejercicio, etc. Al cabo de unas semanas, en la mayoría de los casos estos propósitos han caído en el olvido sepultados por la rutina. Tal vez deberíamos preguntarnos si somos conscientes de lo difícil que es cambiar, aunque sin embargo, asistimos atónitos ante el espectáculo de un mundo que cambia permanentemente.
Reconozcamos que cambiar es difícil, muy difícil, pero no es imposible si existe una verdadera voluntad, una motivación profunda y válida para realizar el cambio que deseamos. En la medida de lo posible, debemos evitar contradicciones entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Aunque esto suene muy lógico, no siempre somos consecuentes con esos tres planos de nuestra propia realidad. Otro factor interesante sería abordar algunos cambios gradualmente, pero con ritmo parejo, evitando caer en altibajos que responden a los propios vaivenes emocionales y energéticos. Aceptemos de antemano que surgirán dificultades que tendremos que intentar resolver siempre desde la armonía.
Y nos preguntamos: ¿por qué si, individualmente, nos resulta tan difícil cambiar, el cambio a nivel de la sociedad y el mundo acontece implacablemente? Es condición de la naturaleza que todo cambie. A un ritmo perceptible, o no, todo está en permanente movimiento, ningún sistema natural o artificial es estable e inmutable. Hasta en el interior de una piedra, aparentemente inmutable, los átomos y sus componentes todavía más internos, están en perpetuo movimiento. Es una ley de la Naturaleza.
Analizando cuándo los cambios sociales son efectos de nuestra voluntad o cuándo se han producido de manera ajena a nuestra responsabilidad, llegamos generalmente a la desalentadora conclusión de que nada de lo que hagamos individualmente producirá un cambio positivo evidente. Sin embargo, todos los hechos, conocidos o no, que suceden son producto de una o más causas, y estos, a su vez, serán causa de otras consecuencias en una cadena perpetua que eventualmente teje la historia.
¿Y si el cambio individual fuese causa de efectos multiplicados en el tiempo y en el espacio? ¿Y si nos propusiésemos una sola cosa? Hacer cada uno de nosotros bien lo que tiene que hacer, es decir, desempeñarnos con ética, justicia y rectitud en cada acto de nuestras vidas. Imaginemos por un instante el efecto multiplicador que tendría que cada uno de los seres humanos de la tierra hiciese bien lo que le toca hacer, tanto a nivel personal como en el ámbito social más externo. ¡El resultado sería fabuloso! En unos pocos días ya estarían resueltos la mayoría de los problemas del mundo. Pero como eso es verdaderamente un ejercicio de imaginación, solo sirve de ejemplo a modo de proyección matemática.
Lo que sí podría suceder es que muchos individuos tomáramos conciencia de la necesidad de cambio hacia un mundo más ético, justo, bello… y entonces, por el ejercicio de la voluntad, pasar de intentar que otros cambien las cosas, a cambiar nosotros mismos. Así, por efecto de esta variación, las cosas podrían comenzar a transformarse a nuestro alrededor.
A veces las cuestiones no son tan sencillas como hacerlas bien o mal y no sabemos cuál sería la decisión correcta, justa y buena porque cada opción puede traer aparejadas algunas consecuencias negativas. Una de las pruebas por las que debería poder pasar una decisión correcta, sería extrapolar universalmente el resultado de mi decisión. Preguntémonos: ¿lo que decido, sería bueno para todos los seres humanos? Es decir, ampliar la visión del “yo” y mis circunstancias personales hasta llegar a un hipotético resultado para todos los seres humanos. En definitiva, habiendo causas justas se producirán efectos justos. Si nuestros actos son correctos y acordes a una ética universal, los efectos serán de la misma naturaleza.
Otro punto de partida válido para el cambio sería proponernos conocer la naturaleza más profunda de las cosas y de los hechos. Esto nos haría percibir lo que verdaderamente subyace detrás de las miradas superficiales y así, podríamos estar vigilantes ante las circunstancias que desearíamos cambiar. Analicemos los acontecimientos que suceden con perspectiva, consultando diversas fuentes, huyendo de los grandes titulares a menudo sensacionalistas. Busquemos los motores ocultos que mueven las circunstancias. Intentemos ver la totalidad de las partes que componen los hechos, no solo una parte, un aspecto o un punto de vista que, en definitiva, solo sesga nuestra comprensión.
Y volviendo a los propósitos de año nuevo, si nos permitimos algunos momentos de reflexión y de introspección, seremos capaces de encontrar en nuestro corazón aquella motivación profunda para hacer ese cambio hacia una mejor versión de nosotros mismos.