¡Que vienen las fake news!


«Ten cuidado, que estos chicos tan majos no son lo que parecen».

Quién nos iba a decir que la facilidad de Pinocho para modificar la realidad iba a ser convertida en arte… O más bien, en malas artes… Si hoy existieran narices como la suya, Quevedo disfrutaría de lo lindo (ya sabes, el de «Érase un hombre a una nariz pegado…»).

Las fake news parecen modernas, pero el concepto se inventó hace mucho (algunos ejércitos antiguos difundían de vez en cuando alguna trola para despistar al enemigo); lo que pasa es que Internet y las nuevas tecnologías lo han sofisticado bastante. ¿Para qué anular a un oponente si puedes anular a cien mil de una vez y sin despeinarte?

Además, ¿para qué vamos a decir «noticias falsas» pudiendo llamarlas «fakes»? Esto va más con nuestro lenguaje moderno, tan práctico, tan inclusivo, tan resumido…: finde, porfa, peli, info

Las fakes evitan esfuerzos a aquellos cuyo objetivo es la desinformación. ¿Por qué argumentar y convencer, con lo trabajoso que es? Mejor soltar un bulo y que ruede, como las bolas de nieve: llegará más lejos y encima nunca se sabrá quién fue el listillo que lo lanzó (persona, institución o cosa).

Entre nosotros: estos ardides son impropios de gentes de bien; los practican quienes quieren salirse con la suya a cualquier precio para conseguir su parcela de poder en el ámbito que sea.

Las fakes son armas silenciosas de destrucción masiva. Pueden hacer volar reputaciones por los aires, sean de personas o de instituciones. «Calumnia que algo queda», decían los latinos.

Hay políticos que han sido absueltos judicialmente años después de ser denigrados en público. Hay organizaciones sin ánimo de lucro que se ven constantemente cuestionadas en sus intenciones a pesar de desarrollar contra viento y marea una labor incesante que desdice la maledicencia.

Existen fakes news de todos los tamaños y para distintos propósitos: rumores, embustes, difamaciones, patrañas…. El que sabe decir una cosa y su contraria con cara de no haber roto nunca un plato o prefiere camuflarse en el anonimato para sus jugarretas con la técnica tradicional de tirar la piedra y esconder la mano, tiene dónde elegir. Él siempre gana, porque es más difícil cuestionarle a él, parapetado tras la mentira, que aceptar sin más lo que dice «por si acaso».

Lo del «por si acaso» tiene miga. Por ejemplo, supongamos que estás interesado en la labor de alguna institución con la que sintonizas. Pero resulta que alguien (persona u organización) está interesado en que a ti no te interese (sus razones tendrá).

Entonces te coloca una «fake new» como pantalla obstaculizadora para frenar tu primer impulso y provocar el «por si acaso»: «Cuidado, que no es lo que parece…». Y ahí surge la magia del «por si acaso».

Algunos caen en el primer asalto: «Por si acaso, me quedo donde estaba».

Otros reúnen un poco de sentido común y deciden que nunca sabrán lo que hay detrás de una puerta si no la abren.

Los malos siempre juegan con ventaja. Para eso son los malos.

Afortunadamente, la filosofía –que es el amor a la verdad– está llena de buenos ejemplos que nos permiten recorrer caminos que ya fueron transitados desde antiguo. Todavía hoy podemos acudir al consejo de los viejos filósofos, que no conocieron Internet, pero sí el corazón humano con sus debilidades y sus fortalezas.

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