«La sabiduría es lo único que no muere de vejez» (Séneca).
La vida de cada uno es una historia por escribir, un camino por recorrer, una misión que cumplir.
Hay que descubrir el guion de la historia, el motor de nuestro movimiento, la finalidad de nuestra vida.
No basta el conocimiento erudito, hay que dar con la tecla de la sabiduría, la que nos permite aprender a vivir, la que nos hace subir de nivel, la que trasciende la historia personal de un solo individuo para encajarlo en el género humano desvelando paso a paso diversas piezas del rompecabezas.
La sabiduría es la que atañe a la humanidad a la que pertenecemos, la que explica el universo en el que existimos, la que pervivirá en el futuro que desconocemos.
Pero mientras descubrimos el mensaje oculto, mientras encontramos la clave que descifra el mensaje completo, podemos seguir las miguitas de pan de quienes descubrieron una parte del camino que no se veía a simple vista y las esparcieron mientras caminaban, con la generosa voluntad de servir de guía a los que vinieran después.
Fueron filósofos que se llamaron filósofos, y otros que lo fueron sin catalogarse así. Avanzaron en la resolución de algunas claves del acertijo de la vida, de la existencia, del universo. Y el avance no era solo en el conocimiento material, sino en la sabiduría de los porqués. En sus recomendaciones nos podemos apoyar para encontrar nuestras propias respuestas.
Sí, la sabiduría es lo único que no muere de vejez. Por mil años que pasen o hayan pasado, todos queremos saber para qué vivimos y por qué estamos aquí, aunque a veces no nos atrevamos a enfrentar el aparente vacío de una pregunta de la que no vemos la respuesta.
Es un buen momento para decidirse a caminar, a entender, a actuar. Afortunadamente, tenemos buenas indicaciones de quienes descubrieron que la vida tenía sentido más allá de las incongruencias de la sociedad y de la brevedad de la vida humana. Aprovechémoslas. ¿Que su mundo era muy distinto al nuestro? Qué va. Es cuestión de mirar con más atención.