Séneca ya nos lo advirtió: el espacio que vivimos no es vida sino tiempo. Y es esta una diferencia interesante si realmente queremos extraer el jugo a la vida.
El hecho de vivir requiere aprender cómo se hace eso de vivir, y obligatoriamente, qué significa morir. Solo teniendo en cuenta que hay un principio y un final, podremos dedicarnos adecuadamente (y es nuestro deber hacerlo) a extraer de cada circunstancia, de cada etapa vital, de cada error o de cada acierto, una pieza más para resolver el enigma que a todos nos es planteado: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿para qué estamos aquí?, ¿cómo fuimos lanzados a la existencia?, ¿qué es lo que hace que nos preguntemos estas cosas?
Ver nuestro tiempo de vida como una oportunidad de aprendizaje nos permitirá diferenciar (con mayor claridad a medida que practicamos) lo que es realmente importante de lo que no lo es, mientras navegamos entre alegrías y dolores, y a veces empujados por circunstancias que parecen decidir por nosotros.
Para Séneca, la vida es breve para aquellos que la malgastan en una actividad incesante en cosas que no son importantes. Por eso no controlan el pasado, el presente se les va de las manos y tienen miedo al futuro. Y eso no es vivir. O por lo menos, no es vivir conociendo las reglas del juego de la vida. Cuando llega el último momento (ese que parece que tiene que afectar a todos los demás menos a nosotros), nos damos cuenta de que transcurrió una vida que no comprendimos.
Cuando Séneca afirma que los seres humanos viven como si fueran a vivir siempre en este mundo de materia, nos pide que nos fijemos en cuánto tiempo perdemos haciendo cálculos, urdiendo engaños, sintiendo miedo, pretendiendo ser aceptados por los demás, y cómo, poco a poco, todo esto nos roba un tiempo valioso: «Haz memoria de cuándo te has mostrado firme contigo mismo en tus propósitos, de cuántos de tus días han terminado como tú habías previsto, de cuándo has tenido provecho de ti mismo, cuándo tuviste un espíritu intrépido, qué obras tuyas quedan hechas en tan largo tiempo, cuánto tiempo se han llevado el dolor inútil, la alegría necia, la codicia ansiosa, la conversación hueca».
Todos sabemos que somos algo más que un cuerpo físico y unas preocupaciones cotidianas. Aprender es querer saber para qué vivimos y cómo debemos vivir. Es el primer paso ineludible.
Porque, como dijo Séneca, el hecho de tener muchos años no significa haber vivido mucho, sino haber durado mucho. Y nosotros, como aprendices de la vida, pretendemos algo más.