Todo es cíclico. Vuelven las vacas flacas, y duelen. Aunque ahora sé por dónde piso y tengo herramientas… Duelen.
La sensación de estar caminando en el abismo se ha reducido, Ya no siento que el suelo se desintegra y desaparece bajo mis pies como en otros tiempos; pero la inquietud sigue dentro de mí y me lleva a querer salir corriendo de ahí. Huir, huir de mí misma. ¡Paradoja!, pues ya sé que solo ahí está “mi hogar”. Otra vez vuelvo a buscar fuera lo que sé que está dentro. ¡Una vuelta más de tuerca! Y busco distracciones, y enciendo la tele, y voy y vuelvo a la despensa, planeo viajes y más viajes, y fiestas y más fiestas, y tertulias, musicales, conciertos, borracheras… No digo que estas cosas estén mal en sí mismas; aunque sí lo están, sí resultan ser un escape. Pero… ¿acaso nos damos cuenta?
No, muchas veces no nos damos cuenta, hasta que almacenamos frustraciones, y reconocemos que nada de esto nos llena. Por eso es bueno parar y preguntarse: ¿qué estoy sintiendo? Darle nombre es importante. ¿Cómo lo gestiono? Ser consciente de los errores también. Porque si no paramos y seguimos corriendo y corriendo, cada vez estaremos más lejos de la solución, que solo y únicamente se encuentra en el fondo de ese dolor, rabia, tristeza, frustración…
Sí, es ahí, en el fondo, cuando somos capaces de parar y silenciar todo el ruido en que nos queríamos diluir, es cuando surge un espacio. Un pequeño espacio al principio, que puede ir creciendo si lo dejamos; que se parece más a nada que a algo, pero que está cargado de paz. Un regusto sutil de serenidad inunda levemente las papilas gustativas de nuestra mente ya, por fin en calma. Se ensancha nuestro corazón que, como por arte de magia, empezamos a percibir como algo más allá del núcleo de sentimientos.
Te das cuenta de que has… como tomado distancia de todo, y apareces tú, el que se percata de que todo no era más que una ilusión. El que percibe que no eres esto cambiante y limitado; el que sabe a eterno e inmutable y no defrauda.
Y por un instante, o tal vez… una eternidad, eres el que eres y no ninguna otra cosa.
¡Bienvenido al carrusel de ser humano! Una vuelta más, otra historia… Quizás el secreto está en aprender a maridar armónicamente el espíritu y la materia. Pienso que, si la tarea solo fuera encontrar el “alma”, no habríamos encarnado en esta carne sujeta al tiempo, ni en este espacio, que es la tierra. Somos seres verticales que caminan entre el cielo y la tierra. No somos aves, pero cuando nos encontramos a nosotros mismos, podemos volar.