El protagonista

 

Su mirada recorrió lentamente el escenario; no le estaba gustando la obra, el actor no era creíble, demasiado afectado. La voz demasiado engolada, excesivamente alta como el estridente canto de las chicharras del verano, lo fueron llevando a una suerte de adormecimiento mientras sus ojos seguían recorriendo el escenario en busca de algo, en busca de sentido.

Y en su imaginación él se convirtió en el protagonista; ahora su voz era suave, sus gestos más naturales y no llevaban al adormecimiento sino a una suerte de atención que despertaba a los espectadores.

Ahí estaba él, valiente, generoso, digno, una suerte de héroe, ¡un verdadero actor!

Y, abruptamente, la chirriante voz cesó siendo sustituida por lánguidos aplausos que señalaban el fin de la obra.

Parpadeando, algo confundido, miró a su alrededor y al escenario y pensó: no puedo cambiar esta pieza, ni ser ese actor, ni esperar aplausos. Pero puedo ser el actor de mi propia vida, y ser auténtico, y valiente, y generoso, y ser el protagonista.

Resueltamente, abandonó su asiento de espectador y se abrió paso hacia la vida.

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