El martes estuve en la grabación del nuevo programa de televisión Dragolandia (territorio Dragó). No es que sea más o menos afín a este caballero, aunque me gusta parte de su obra, parte de su espíritu vividor y el modo en que lucha por lo suyo.
Siempre me han impresionado los platós de televisión. Te das cuenta de los dos mundos, o más, paralelos que se están dando a la vez. El mundo que saldrá por pantalla y el que todos creeremos después es uno. El que realmente se está dando en el plató, lleno de falsedades, decorados de cartón piedra, retoques de maquillaje, repeticiones de escenas, etc., es otro. El primero, completamente ilusorio, pero perfecto; el segundo, completamente real, desde el que se manejan los verdaderos hilos para que surja el milagro de la ficción.
Pero hay más mundos previos, el de la casa de alguien que piensa el guión, alguien más que diseña el decorado, alguien más que ensaya en su casa…
Incluso está el mundo de un «sin papeles», es decir, los espectadores. Personas que, en realidad, vemos todo lo que está ocurriendo sin ser actores, directores, guionistas… ni parte activa. Y, sin embargo, es desde ahí desde donde mejor se aprecian las cosas. Ves moverse a la Tierra desde el espacio, a la galaxia desde el universo.
Jodorowsky dijo en ese mismo programa algo digno de ser recordado:
«La mayor expresión del mundo material es la belleza,
la mayor expresión del mundo inmaterial es la verdad».
La cosa es saber dónde está cada uno, buscando la belleza, buscando la verdad, siendo una expresión de la otra. En el mundo certero, en el ilusorio, en la caverna o fuera de ella…