Ando últimamente metida entre textos legales, y no precisamente porque tenga problemas con la justicia, sino porque he de estudiar varios de ellos para la resolución de un examen, concerniente al trabajo que desempeño.
Son temas tediosos, al menos mirados desde lejos, de esos a los que no querrías dedicar ni un minuto de tu poco tiempo libre. Suenan a ruido de motor viejo cuando los pronuncias, a grillado y a ahogo: Ley Reguladora de Hacienda, Ley de Presupuestos Generales, Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas…, en fin, horrible. La peor de todas, la más temida y farragosa, la mala de esta peli, cuyo guión se desarrolla entre papeles subrayados y resobados, es la llamada «Ley de Contratos de las Administraciones Públicas». Vestida de negro y violeta, vaga por los despachos sin pena ni gloria, salvo necesidad imperiosa.
Pues resulta ser que, después de varios días estudiándola a fondo, despacio, repasándola, buscando sus recovecos, haciendo casos que prueban si la has comprendido, me sorprende, como en tantas otras cosas, que «donde miras, crece», como decía mi apreciada Caridad.
Me lo estoy pasando pipa cada vez que descubro algo nuevo de la terrible Ley de Contratos, la cual según leo, comprendo, y según comprendo conozco y de ahí, deduzco y llego a conclusiones claras. Tanto se disfruta hasta lo más inmundo porque en todo hay belleza y algo que aprender. Ya hasta espero un nuevo caso para adentrarme en «la temida» y saborearla, y es que, entre ella y yo, hoy ya nos entendemos con sonrisas y guiños de talentos escondidos, ya que ella ha resultado ser una verdadera sabia.
Eso mismo, aunque parezca distinto, ocurre en la clase de pilates. Sí, ese famosillo ejercicio recién peinao, que está adquiriendo dinero y popularidad sin motivos aparentes. En realidad, ni es tan reciente ni tan malo. Resulta muy útil y preventivo, pero hay que trabajar duro. Y ahí está la coincidencia, en lo que cuesta, o más bien, en lo que se disfruta cuando pones conciencia en lo que estás haciendo.
Despacio, concentrado, fijas todo lo que eres en un solo músculo del cuerpo que, tras adoptar la postura adecuada, debes estirar, rotar o hacer fuerza (según el caso) hasta el infinito, suaaaavemente, lennntamente, muy consciente de la capacidad de ese músculo y de su límite, forzándo un poco el punto que creías el final; lo lograste, te conoces un poco más, te dominas un poco más, aprendes a nadar en el esfuerzo en sí, en el ahora y en el se puede.
Esa visión nítida de hasta dónde mides, cuando estudias una ley y comprendes, uno a uno, sus artículos, y en ti se hace la luz, cuando notas cómo el músculo se estira… un poco más, es el momento presente disfrutado sin miedo y sin expectativas.
Los caminos más difíciles son los más satisfactorios. Puede que el motivo sea que hemos tenido que concentrarnos mucho en ellos para lograrlos, y al hacerlo, hemos conseguido contactar con esos trabajos realizados hasta su fondo, y con nosotros mismos a la vez. Conociendo este hecho, es posible que sea suficiente con mirar muy de cerca también a las cosas sencillas que realizamos, para captarlas en toda su plenitud. Todo es grande, todo es bello.
Limpiemos nuestra mirada cansada de la rutina y puede que nada sea aburrido, sino disfrutable (no sé si esta palabra existe en castellano, yo la utilizo mucho como traducción directa y mal debida de la expresión inglesa «enjoyable»).
So, people, enjoy please. It’s your up.