Palabras

Estaba hablando hace unos días con un amigo, maestro toda su vida de las hermosas lenguas de nuestros antepasados inmediatos, el latín y el griego. Tan versado es en ellas que me contó una vez que, paseando con su familia por el puerto, se toparon con un barco polaco de pasajeros que a todos llamó la atención por su belleza y que enseguida quisieron visitar si ello fuera posible.

No hubo manera de entenderse con nadie, ya que nadie sabía una palabra de español. Pero, casualmente, pasó por allí el cura de la tripulación, y a mi amigo se le encendió la bombilla. Lo llamó (en latín) y le explicó su deseo.

Por supuesto, visitaron el barco, siendo el sacerdote su singular guía, y mi amigo su intérprete para su familia.

Como decía, hablábamos sobre diccionarios, de latín y griego, y los más queridos por mí, los diccionarios etimológicos. Le contaba que para mí era fascinante, y casi siempre imprescindible, acudir a mi diccionario etimológico en desesperada ayuda para descifrar el contenido primigenio de las palabras. Nunca encontré mejor manera de penetrar el alma de las palabras que conocer su nacimiento. Los romanos, los griegos, los árabes; ellos fueron los que dieron alma a las palabras que hoy usamos.

Yo le decía que, para mí, la palabra es el cuerpo o el envoltorio de un concepto, de la esencia que guarda, de su alma. El asentía con la cabeza y vi que sus ojos brillaban, porque ama las lenguas clásicas.

Y creo que en nuestros días existe una gran confusión debido a que las palabras están perdiendo su alma, quedando solo su cuerpo escuálido, cuando no muerto. Con lo que estamos ante una nueva torre de Babel. No es posible entenderse, salvo con aquellos que mantienen vivas las palabras y su concepto, su alma.

Una mesa es una mesa. Y todo el mundo lo sabe, salvo quizá los indígenas que nunca la han usado ni conocido. Un hombre es un hombre y una mujer, una mujer… Pero ¿y las palabras que todo el mundo pronuncia sin el menor pudor todos los días?

Amor, Libertad, Felicidad, Dolor, Amistad, Respeto, Arte, Paz…, y mil otras que fácilmente se nos ocurren… ¿tienen algún significado, o por otra parte, tienen el mismo significado para todo el mundo? Ya sé que me diréis que no.

Y yo me pregunto: si sólo estamos de acuerdo en lo que es una mesa o una casa, un vaso o un árbol, pero de ninguna manera en el significado de lo que realmente importa en la convivencia, en la cultura y en la comunicación entre las personas, ¿cómo vamos a entendernos?

Evidentemente, de ninguna manera. Las conversaciones se convierten en un diálogo para besugos. Todo el mundo utiliza sin pudor las mismas palabras, pero nadie se entiende, porque cada uno tiene su particular concepto de cada palabra.

Y si no, haced la prueba. Preguntad qué significa o qué implica cualquiera de las palabras antes mencionadas. ¿Qué significa amar? ¿Qué significa ser libre? ¿Qué significa ser feliz? Os asombraréis de comprobar que las respuestas no son solo diversas, sino incluso contradictorias o directamente contrarias.

La tristemente famosa torre de Babel fue imposible seguir construyéndola, simplemente porque nadie se entendía. Y nadie se entendía porque, según nos cuentan, el hombre pretendió alcanzar el cielo con la vana soberbia de hacerlo con sus medios humanos materiales. Y ese mito, tan antiguo, tiene hoy la mayor vigencia y actualidad.

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