A veces utilizamos la palabra utopía con fines arrojadizos y maldicientes, para decir que algo es imposible o “utópico”, y tal persona está mal de la cabeza y que todo cuanto dice y piensa solo son “utopías”. Y digo yo: ¿qué sería del mundo sin las utopías?, pues por más que etimológicamente nos digan que la palabra viene del griego y designa lugares que no existen, y por más que el diccionario de la R.A.E . nos lo defina como: “Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”, lo cierto es que sin las utopías la humanidad no avanzaría ni en lo científico ni en lo social, y no tendríamos aviones que desafían a la gravedad, ni las mujeres tendrían derecho a votar en las democracias con la misma igualdad que el hombre, por ejemplo.
Sin embargo, la R.A.E. (Real Academia Española) tiene en su definición una esperanza, pues habla de algo que “parece irrealizable en el momento de su formulación”; no dice que sea inexistente ni imposible, por lo que estamos de enhorabuena todos aquellos que soñamos con un mundo mejor, un mundo de gente generosa más preocupada por el “ser” que por el “tener”, por el “crecer” que por el “aparentar” y con eso lo digo todo.
Si tú, lector, eres del club de los locos utópicos, no olvides nunca esta vieja fábula (quizá sea zen, no lo recuerdo bien) que cuenta cómo, hace ya mucho tiempo, un arquero se propuso cazar la luna con sus flechas. Para ello dedicó mucho tiempo a entrenarse duramente, probó cientos de arcos diferentes quedándose con los mejores, y día tras día lanzaba sus saetas contra el luminoso astro que, divertido, lo miraba desde lo alto. Pasaron los años y el cazador seguía sin conseguir su presa… y sin embargo, se convirtió en el mejor arquero del mundo.